31 de diciembre de 2011

PARA DESPEDIR EL AÑO

Todos esperándolo en el control de firmas, pero no apareció. Perico aquella vez llegó tarde a la salida, pero llegó. Al menos una llamada, un "para dónde vais". Pero nada. Una ruta diseñada a su medida, un ritmo que más que de tertulia era de paseo. Pero tampoco. Es posible que el veterano corredor del equipo LOLO (Lomas-Lobato) no tomase la salida a causa del estado de su rodilla. O tal vez estuviera descansando de los fuertes entrenamientos de pretemporada (almuerzos, cenas, zambombas, barbacoas). O quizás preparando la "contrareloj" de esta medianoche.
A pesar de todo, el resto del equipo tomó la salida con un frío que congelaba hasta las ganas: ocho de los habituales más Rafita y Carlos, que se incorpora los sábados, al menos por ahora. Andrés marca el recorrido: a El Cuervo, por El Cuadrejón, entrando por los canales junto al aeropuerto. Tan sólo asomarnos al carril del canal vemos unas enormes roderas frescas con pinta sospechosa. Tras valorar la situación optamos por tomar el antiguo camino que pasaba por el apeadero de La Parra. A cada momento se iba estrechando más la pista hasta que desapareció. Continuamos pedaleando sobre las hierbas junto a la vía, llegando incluso a saludarnos el tren con dirección a Sevilla. Finalmente se acabó toda posibilidad de transitar por donde marchábamos. Cruzamos la vía y tomamos una nuevo carril que nos llevaría hasta enlazar con el túnel de los eucaliptos, más allá de El Cuadrejón, por el lado izquierdo de la autopista: un tramo nuevo, muy interesante, que se convierte en otra variante a tener en cuenta a partir de ahora. Por aquí nos encontramos con un grupo de ciclistas que marchaban con dirección a Los Tollos y otro de los Todobike. En el pueblo se despide Carlos, pues pretende llegar pronto a Jerez.
Después de las tostadas de pan de El Cuervo (con aceite pero sin tomate) y los churros (recomendados como especialidad en la guía Miguelín), nos pusimos de nuevo en marcha. Tanto la entrada como la salida del pueblo la hicimos por calles que pertenecen a Jerez. El bar me parece que pertenece a Sevilla (y por eso lo del tomate). Andrés nos había avisado: "Hay un tramo que es campo a través". Pero no hubo mayor dificultad ni problema. Enlazamos un sendero con otro, un carril con otro, con Trebujena al fondo, hasta llegar a Capita. Y de ahí a la carretera de Morabita. A la altura de la Panzaburra volvimos a adelantar al grupo que ya nos habíamos cruzado antes (y que también paró a desayunar en el mismo bar), llegando a Jerez más o menos todos juntos.
Sesenta y tres kilómetros de senderos soleados, sin carreritas ni cuestas, que se perdió "el Loma". El año que viene seguimos.

20 de diciembre de 2011

VIENTO DEL NORTE, FRÍO SEGURO

En esta tarde fría por el viento del norte, Diego propone hacer el sendero que va paralelo a la carretera de El Portal, desde la entrada de Confederación hasta el rancho La Bola, y terminar por Beatillas.
Empezamos por la ermita de San Telmo, pasando por la Hijuela de las Coles y buscando por detrás de Guadabajaque el estrecho sendero entre tunas que termina en la Cañada del Carrillo. Pasar se pasa, pero esquivando surcos y piedras por un túnel de lentiscos y chumberas. Y entre agachones y peraltes llegamos abajo, justo cuando pasaba un enorme grupo de ciclistas. En un principio teníamos pensado subir por la cuesta de las cuevas, pero alguna voz disidente insinuó que mejor por la de los pocitos, sobre todo ahora que está (según parece) como una autopista. Al final ni una ni otra, sino la del polvorín: pues, hala... Todos para arriba. A continuación venía otra: la que sube entre los eucaliptos, hasta las ruinas y el repetidor. Allí arriba llegaron otros ciclistas distintos a los de abajo, con los que fuimos intercalándonos hasta llegar más adelante a la entrada de Confederación primero, y hasta el Rancho de la Bola luego. Hasta aquí el recorrido fue muy bonito, con cuestas, trialeras, bajadas, senderos estrechos, piedras y arena.
Dos se van por otro lado para terminar más suave y relajadamente y los demás continuamos. Como ya nos iba quedando poco tiempo de luz, decidimos acortar rodeando la zona militar para finalizar en las casas de Sierra San Cristóbal y Matajaca. Hicimos toda esa parte juntos y a un buen ritmo, en el que nadie quería quedarse atrás y en el que todos entraban a los achuchones.
Menos kilómetros que otros días, la media más baja, pero una estupenda tarde de BTT, por el itinerario y por la preciosa tarde.
Y el cafelito.

14 de diciembre de 2011

LOS BATACAZOS

Aunque el dicho afirme que "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra", no suele ser totalmente cierto, al menos en lo que se refiere al ciclismo. Cuando uno ha tropezado alguna vez con una piedra o un bache, es difícil que se le olvide dónde ocurrió, de manera que cuando vuelve a pasar por ese lugar toma las precauciones convenientes. Sería más exacto expresarlo de esta manera: "los ciclistas son de los pocos seres vivos que tropiezan dos (o más) veces en distintas piedras".
Que el ser humano tropieza y se cae es una realidad, y debe ser demasiado frecuente lo de rodar por los suelos cuando nuestro vocabulario tiene una considerable cantidad de palabras para expresarlo. Así, de pasada, recuerdo éstas: batacazo, cabezazo, carajazo, castañazo, cebollazo, costalazo, encontronazo, golpetazo, guarrazo, jardazo, leche, leñazo, panzazo, porrazo, talegazo, topetazo, tortazo, trompazo, vejigazo, zaleazo, zambombazo y zarpajazo. Cada una tiene sus matices, pero todas se refieren, de un modo u otro, al golpe sufrido tras una caída inesperada.
A pesar de que muchas veces se oye eso de "¡Qué caída más tonta!", las caídas nunca son tontas, sino imprevisibles. Tonta es la cara que se le queda a quien se levanta después de un batacazo: como de no saber qué ha pasado, de despiste. Después alguien dice eso de "Cada uno se baja como quiere" y el afectado esboza una mueca de sonrisa forzada.
La gravedad de las caídas es proporcional al tiempo que uno tarda en levantarse y volver a montarse en la bici. Cuanto menos tiempo en el suelo, menores son las consecuencias probablemente. Hay veces que la caída (de otro) ni la vemos: la sospechamos cuando en la siguiente parada atisbamos unos arañazos en su pierna o unos refilones en el maillot. Verlo y no verlo significa que ha tardado menos en levantarse que en caerse. Los daños son leves y, más que físicos, suponen el bochorno que se pasa por las risas que provoca y la guasa que hay que soportar posteriormente. En este caso no se echa ni un vistazo a la bici. Sólo se lleva uno la mano atrás, a los bolsillos del maillot ("Llevo el teléfono, llevo el monedero y las herramientas...") para cerciorarse de que no ha perdido nada. Y siete kilómetros más adelante se da cuenta que el sensor de la rueda se movió en la caída y no está marcando. El siguiente grado en gravedad se da cuando el ciclista termina sentado en el suelo, aturdido, repasando mentalmente, no sus bolsillos, sino cada parte de su cuerpo, a ver qué tal están. Los demás le ayudan a recoger el bidón y el bombín que han salido despedidos. Inmediatamente todos se preocupan por las consecuencias del batacazo, pero cuando comprueban que sólo tiene un raspón en el codo y un poco de sangre en la rodilla, llega el cachondeito, un poco más tarde que en la situación anterior, pero también llega. Luego se monta en la bici y continúa el recorrido, dolorido y magullado, pensando a ver cómo va a pasar la nochecita. Finalmente estaría el que ya no puede volver a montarse. El cebollazo habrá sido mayor o menor, pero las consecuencias alcanzan tal magnitud que le impiden continuar. Conozco y he vivido (en carne propia) alguno de estos casos mientras marchábamos en bici: esguince y fractura de tobillo; fractura de fémur; fisura y fractura de escafoides; fisura y fractura de radio o cúbito; luxación de hombro; fractura de clavícula; fisura de acromion; fisura y fractura de costillas; rotura de ceja. Hay hasta quien ha perdido el conocimiento. Cuando los compañeros se percatan de la gravedad, se ponen en marcha los mecanismos de evacuación que suelen finalizar ese mismo día o el día siguiente en el hospital. "¡Pasado mañana estoy montando otra vez...!", - es lo que pensamos todos. Pero cuando hablamos con el médico nos devuelve a la triste realidad: "Mínimo, quince días...! En esos primeros momentos no aparecen las burlas, porque aún es muy reciente el percance, pero con posterioridad pasará inevitablemente a las crónicas del "Maillot Betadine".
Algunos castañazos son memorables: uno que se fue al agua cruzando el río Campobuche y se levantó más rápido que se cayó (más por vergüenza que por frío); ése mismo, que en la misma ruta y después de volar sobre la bici fue a frenar con la rodilla contra una enorme roca; a uno, en la Sierra de las Nieves, además de caerse, le pasaron por encima y le dejaron grabadas en la pierna las marcas del plato; otro, circulando por La Teja, perdió el control y se fue al canal; a otro se le puso el tobillo como una pelota de tenis tras caerse bajando un rampón lleno de piedras por la Sierra de San Cristóbal; otro se estampó contra un poste de madera que estaba en el centro de un amplísimo carril, junto a las vías nuevas por El Puerto; lo de la muñeca de aquél es casi repetitivo (siempre amortigua las caídas de la misma manera); hay quien arriesgándose a bajar la Moronta casi como está ahora se partió la clavícula; un vehículo derrapando por la carretera del circuito le dio un coletazo a otro y le partió algo más que el maillot y la bici; otro, fatigado después de muchos kilómetros y pedaleando fuerte para llegar a Jerez en grupo apretado, se despistó, hizo el afilador y pegó un considerable talegazo; alguno, esquivando roderas y charcos muy pegado a otros, por las marismas de El Puerto, tuvo la suerte de aterrizar con el hombro sobre los matojos del margen del carril; también uno, circulando por el filito de cemento del canal para evitar el barro, se fue al agua; hace poco un cliente habitual del casino se llevó por delante la bici de un compañero y él tuvo que saltar casi a piola sobre el coche; y el último ha sido un alambre invisible de la valla de la autovía, entre la carretera de Arcos y Estella (si llegamos a ir en pelotón, hay montonera segura), que enganchó el manillar y frenó la bici en seco, con vuelo incluído.
Desde caerse casi parado junto al semáforo, estrenando por primera vez los pedales automáticos, pasando por meter la rueda en una rodera seca, derrapar en una cuesta abajo, patinar con gravilla, hacer el afilador, tropezar con cualquier obstáculo (piedras, raíces, postes, etc), eganchar el manillar (con ramas o alambres) y salir por encima, ... hasta incluso sufrir el alcance de un vehículo, todas pasan por perder el equilibrio y terminar en el suelo. Todos hemos conocido y sufrido en propia piel varios de esos casos, con más pena que gloria y con más miedo que vergüenza. Pero lo que más duele es tener que dejar la bici por un tiempo, con el trabajo que cuesta luego volver a coger la medio-forma, y acordarse, cuando es el día y la hora de la salida, de lo buena que está la tarde para dar una vuelta en bici.

6 de diciembre de 2011

A PROPÓSITO DE LA FAUNA CICLISTA

Últimamente se está oyendo hablar con frecuencia de ciertas aves en clara alusión y mofa hacia determinadas formas de entender el ciclismo. Según parece sólamente existe un modelo de montar y rodar en bici, único y verdadero, y todo aquel que no sepa, pueda o quiera seguir dicho modelo será tildado de ignorante (el que no sepa), incapaz (el que no pueda) o cobarde (el que no quiera). Y de ahí lo de gallinas.
Pero, igual que la naturaleza (y la fauna, por tanto) es diversa, admitiendo que la verdad no es exclusiva y que se puede llegar a una meta desde distintos puntos de partida y de variadas maneras, así debemos considerar otras especies animales, comparando los que suponemos son algunos de sus rasgos distintivos con las actitudes que se suelen manifestar en la práctica de la BTT y del ciclismo en general.
Están los pollos y gallitos, que llegan nuevos a un grupo pretendiendo ser los más fuertes del pelotón, creyendo que la juventud por sí misma es sinónimo de poderío, y desconociendo que siempre existe alguien más fuerte que ellos. Presumen de saber más que todos los veteranos juntos pero ignoran cuánto les queda para alcanzar la edad de aquellos en condiciones de montar en bici.
Hay también zorros, que con su aspecto de inofensivos, tratan de pasar desapercibidos, sin dar abiertamente batalla y procurando obtener algún beneficio de ello. Dentro del pelotón no se notan porque son silenciosos y astutos. Van bien parapetados tras las bicis de los demás. No se asoman para nada. Si se salen del trazado es únicamente para esquivar un bache y ponerse de nuevo a rueda. Son los primeros en darse cuenta de lo que va a pasar y aprovechan la más mínima ocasión para sacar ventaja.
Especie característica son los buitres, quienes parecen estar al acecho permanentemente de la debilidad ajena. Se denomina así a los que se nutren de los despojos de los demás. Cuando aquellos muestran cualquier error, el menor síntoma de agotamiento o cuando el final está muy próximo, sacan a relucir sus fuerzas (por lo general intactas) para marcharse solos o esprintar en la llegada.
También encontramos a los mulos. Suelen estar muy fuertes y andar muy bien. Se defienden en cualquier tipo de terreno. Su enorme fuerza física hace que les resulte innecesario cualquier otro tipo de estrategia. Si algún día no se encuentran especialmente finos o algún terreno se les atasca, suelen disimularlo a base de pundonor. Pero también manifiestan una enorme capacidad de convicción en sus propia obstinación, mostrándose tozudos y tercos.
Los guarros y marranos son fáciles de reconocer: van dejando detrás una cantidad de residuos y basuras (cámaras, sobrecitos de glucosa, envoltorios, etc), sin tan siquiera plantearse su actitud y sin el menor atisbo de estar haciendo algo inadecuado. Sus bolsillos sirven sólo para la ida, porque las cámaras pinchadas pesan y los envoltorios abiertos manchan.
Otra especie a mencionar son los borregos. Se trata de un conjunto de animales que encuentran en el rebaño su sitio, porque fuera de ahí se sienten perdidos. No es que sigan a un individuo dominante, al jefe del rebaño, sino que se dejan llevar: marchan detrás, como por inercia. No son dóciles, son simplemente amorfos. Van.
Las cabras tienen la peculiaridad de que suben, bajan y pasan por cualquier lado, con la mayor sencillez y sin temor ninguno. No existe el riesgo, sino una forma más rápida y directa de llegar. Donde se encuentran más a gusto es en el monte y no hay nada mejor que una buena trialera.
También encontramos algunos loros: son esos que hablan y hablan sin parar, pero no dicen nada. No cuentan nada nuevo, ni simpático, ni interesante. Se limitan a repetir una y otra vez lo mismo. Terminan siendo monótonos y aburridos.
Aunque del perro se diga que es el animal más fiel, cuando se usa en estos foros es para mostrar sus peores cualidades: gruñen y protestan; no saben compartir; no se acuerdan de las veces que les ayudaron y van a lo suyo; no ayudan; no colaboran; no avisan de los obstaculos; no dan un relevo; no esperan.
A menudo utilizamos estos términos como parte del argot ciclista (lo curioso es que siempre los pensamos para los demás, nunca para uno mismo), pero no cabe duda que son más frecuentes en la rutina diaria, donde la lista de especies es aún más rica (pavo, mosquita muerta, víbora, besugo, araña manca, rata, etc) olvidando siempre otras muchas cualidades que sin duda posee dicha fauna.

4 de diciembre de 2011

DE ALGECIRAS A MONTECOCHE

En una fría pero espléndida jornada hemos subido hoy unas treinta y cinco personas hasta la Sierra de Montecoche.
La concetración era en Algeciras y el acercamiento a Montecoche lo hemos iniciado por la Puerta Verde de esa localidad. Tras un recorrido neutralizado de 4 k. que discurría por parte del Cordel de la Rejanosa, la ruta comenzaba oficialmente entrando por la Vereda de Botafuegos. Pasamos junto a los arroyos de de ese mismo nombre, el del Prior y Matavacas, hasta terminar junto al río Palmones, en el tramo IV del Corredor Verde Dos Bahías. Es una zona de mucho arbolado y con algunos toboganes empinados, por lo que resulta preciosa y de alto interés ciclista para acceder a Los Alcornocales.
Al llegar a la venta El Frenazo tomamos la cuesta de asfalto que nos acerca al pie de la sierra, pasando junto a unas instalaciones militares y cruzando parte del GR-7. Por caminos entre pinares vamos ganando altura con dirección al Puerto de la Cobalea y adentrándonos luego en plana sierra de Montecoche. En un momento determinado abandonamos la pista principal para bajar por el tramo conocido como La Lata, de unos 4 k., muy pedregoso, deteriorado y roto, pero ciclable. Por toda esta zona hay unas magníficas vistas del embalse de Charco Redondo. Alcanzamos la pista baja de Montecoche y siguiendo por él unos 3 k. volvemos a desviarnos hacia la derecha del camino principal para comenzar de nuevo a subir. Tras unos 7 k. y algún tramo por donde pasamos anteriormente, empezamos a bajar buscando las mismas pistas que tomamos a la ida.
Junto a la venta de El Frenazo y en vista de la avanzada hora decidimos regresar ya por carretera hasta Los Barrios y Algeciras, habiendo realizado en total 75 kilómetros en 4 h. 30 m.

1 de diciembre de 2011

LO CILENBLÓ DE LOZOJO

En estas zonas de la Baja Andalucía y en este tiempo es lo que pasa: cuando en la sobremesa uno se viste para la bici, no sabe si salir fresquito o abrigarse, si ir de corto, llevar manguitos o ponerse ya la chaqueta. A esa hora se está bien, pero quizás más tarde refresque. Hay quien es más caluroso y quien es más friolero. Cuando uno acierta es lo mejor: ni pasar frío ni ponerse chorreando. No tener que parar durante el recorrido para que no se enfríe el sudor y al final, para el ratillo de tertulia, llevar chubasquero o cortavientos. Incluso cada vez más tenemos a nuestra disposición una amplísima gama de prendas (térmicas, cortas, largas, manguitos, etc) para que cada cual las adapte a sus propias circunstancias.
Pues aun así ayer me equivoqué. El primer indicio me lo dio Fernando cuando lo vi de corto. Y otros varios continuaron comentándome más de lo mismo. Todo de largo y con prendas interiores térmicas empezaron a empañarse las gafas y decidí, por lo menos, quitarme el pañuelo del cuello. Pero no bastó. Terminé empapado. Y cada vez que me paraba, arrecío. Parece uno un novato.
Juan había propuesto ya la ruta un par de días antes y como la gente después del almuerzo no está para mucho pensar, pues dicho y hecho: viñas de Morabita, o lo que es lo mismo: Villares, el Zorro, Romanito, Dos Mercedes, El Corregidor, La Panesa y vuelta.
Trece menos uno más uno igual a trece. O sea, que antes de salir de Jerez se retira Lobato y se incorpora Vadillo. Salimos como de visita turística por la ciudad y de tertulia, pero como Juan ya tenía controlado hasta el tiempo (1 h. 47 m.), pues se puso a recuperar lo perdido y así nos llevó medio jogaos hasta la primera cadena, cerca ya de Romanito. Cuando parecía que nos íbamos a tomar un respiro, vino otro inconveniente: desde Romanito hasta la carretera de Morabita había pasado el tractor para alisar el carril y lo había dejado completamente estriado. No había forma de evitarlo y resultaba un auténtico martirio el traquetreo que se transmitía hasta el último músculo de los brazos y donde (como dijo en su día Valiente) se me aflojaron hasta los silent-block de los ojos. Llegando a la carretera uno regresó directamente para Jerez, pero Juan nos tenía preparada la última guinda del día: la rampita de La Panesa, una cuestecita de plato chico, con el carril arado y los terrones medio secos. En fin, que con tanta recuperación de tiempo llegamos a Jerez de día y con 30 kilómetros de viñas. Y el cafelito.