Hace unos días le comentaba a algún compañero de bici que lo mejor de este verano era poder contar que lo habíamos pasado. Pero me equivocaba.
Lo que estaba terminando no era el verano, sino mis vacaciones. Y haber sobrevivido al calor no tiene ningún mérito: llevo soportándolo cincuenta y cinco años, y en ese tiempo he sudado como para llenar una cuba. Es verdad que tras uno anterior más fresco el siguiente más caluroso parece peor de lo que en realidad es. También que nos vamos acomodando con la edad y las tecnologías, de modo que la capacidad de tolerancia al bochorno es menor. Aunque este verano haya sido especialmente caluroso en términos absolutos, personalmente no lo considero uno de los más agobiantes que recuerde. (Cierto es que de joven, aunque estés chorreando no sientes el calor. Sólo sed).
De cualquier modo tenía ganas de retornar a esas salidas mañaneras en las que los objetivos son ampliar horizontes, descubrir nuevos caminos, enlazar itinerarios impensables. Y con la colaboración y el apoyo de Fernando (aunque estuviera físicamente ausente casi tres semanas), otro verano más hemos podido disfrutar de nuestra afición a la bici, con una serie de rutas en las que, con un trabajo previo de investigación, siempre encontraba algún derrotero novedoso o algún destino singular, en las salidas de campo.
A pesar de los diferentes horarios, jornada laboral u obligaciones de cada cual entre semana, siempre ha habido un pequeño grupo dispuesto a aventurarse entre las vueltas y revueltas que supone adentrarse por lugares nuevos.
Si tuviera que buscar el hilo conductor de las rutas que hemos realizado diría que uno ha sido el agua, en sus diferentes manifestaciones (arroyos, ríos, lagunas, canales, marismas, manantiales, fuentes, pozos, baños, etc), por su presencia o por su ausencia en alguna ocasión. Y otro las cancelas, alambradas y angarillas. Cada uno opinará por qué.
Comenzamos la temporada estival por los canales de La Ina, intentando conectar La Greduela con San Isidro junto al río, pero las alambradas de nuevo, los amenazantes desplomes de una peña y sobre todo la frondosa vegetación por aquel lugar nos imposibilitaron el paso.
En la siguiente nos fuimos por los deliciosos canales de Garrapilo (rebosando de agua por algunas partes) hasta Majarromaque, donde comprobamos el ingenio rural para hacer más atractivo algún establecimiento.
Luego, rodeando toda la finca de El Albardén, cerca de la Junta de los Ríos, regresamos por Jédula.
Otro día realizamos un recorrido casi completamente circular a Jerez, enlazando varios tramos nuevos con otros habituales, comenzando por El Serrallo y finalizando en la subida de Confederación frente al Aloha.
Una variante a menudo ignorada nos llevó hasta la hacienda Micones, próxima a El Cuervo, donde el contraste de un rincón tan verde en medio de las extensas llanuras terrizas de las campiñas bajas en pleno verano, resultaba un oasis para los sentidos que invitaba a la contemplación de los jardines más que a continuar pedaleando. Tanto nos agradó el lugar que no dudamos en repetir la ruta otro día.
La siguiente sirvió para enlazar la laguna del Taraje con la carretera de Puerto Real a El Pedroso, de cara a futuras conexiones con el Corredor Verde o el cortijo Guerra. Un poco de trialeritas junto a la carretera y más adelante la vía de servicio nos llevaron rápidamente hasta la laguna de Medina.
El veintidós de julio pretendía encontrar los baños de aguas sulfurosas de Gibalbín. Y los encontramos. Pero más tarde los contínuos sube y baja por la sierra, los saltos de reja al estilo almonteño y el chasco de la fuente de la Higuera (que parecía más un pozo, cubierta, sin chorro y con el agua estancada) nos hizo sufrir un poco más de lo habitual, teniendo que recurrir al socorro de unos paisanos que nos ofrecieron una olla de algo más vaca que carnero.
El lunes siguiente íbamos a reconocer un sendero poco transitado que hacía unos años recorrimos con su pizca de aventura. Pasando La Barca entramos frente a la venta El Cruce, junto al canal, y pronto comprobamos que efectivamente estaba poco transitado. Una maraña de zarzas, cañas y demás matojos llenos de caíllos, nos dejaron brazos y piernas como el Ecce Homo, antes de terminar en las proximidades de la Junta de los Ríos. Pero un sosegado regreso hacia Jédula nos confortaría de tanto arañazo.
Dos días después repetimos el rodeo a El Albarden porque Fernando nos llevó a ver otro mantial de aguas sulfurosas en Casablanca, muy cerca de la Junta de los Ríos. Luego una cañada inédita para nosotros nos llevaría hasta la finca El Espino, regresando por Jédula y la vía de servicio.
Ya en agosto y entrando por Espínola descubrimos una pequeña dehesa en medio de la campiña gaditana. Con un poco de campo a través y alguna angarilla fácil, terminamos la ruta por los canales de Rajamancera.
Otro día tomamos los carriles con dirección a Trebujena, pero antes de llegar, por las marismas, nos desviamos para subir a la finca y cortijo de Monteagudo. Unas persitentes alambradas que bordeaban todo el perímetro nos impidieron asomarnos. Por lo que continuamos hasta Cabeza Alcaide, subimos los aerogeneradores, finalizando por El Calvario y Cantarranas.
También este verano repetimos la circular Chiclana - Malcocinado - Chiclana, con la diferencia esta vez de llegar hasta Benalup. Esta ruta, con sus posibles variantes, habría que instaurarla en el calendario, para realizarla al menos una vez anualmente.
Los dos últimos descubrimientos llegaron de la mano de Fernando. El primero nos llevó hasta las proximidades de la planta de residuos de Miramundo, recorriendo una parte de la maratón de Puerto Real. Por allí descubrimos las cuestas que puede haber en un olivar cualquiera, comparables a las mejores rutas velardianas por las viñas.
Y cerramos la temporada con un destino inédito, una ruta que acabó con el agua de algunos, la paciencia de otros y las energías de la mayoría: Carissa Aurelia, con subida previa al castillo de Fatétar. Un recorrido de sesenta y pocos kilómetros, a pesar de que comenzamos en El Cuervo. Preciosa. Dura. Completa. La guinda del pastel.
Además de todas las anteriores también hicimos las clásicas rutas de los sábados a Costa Ballena, Trebujena, Sanlúcar, Barrio Jarana, San Fernando, etc, (con algún infortunado accidente incluido),
las no menos habituales nocturnas, y también la playera por Bolonia, con baño y almuerzo colectivos.
En definitiva, más de veinte salidas para disfrutar de este deporte en el que cada uno encuentra su aliciente y que sirve para reunir a un grupo de amigos que dicen que se lo pasan bien pedaleando.
P.D. Hay hasta quien afirma y sostiene que realiza tres o cuatro horas de carriles y polvo, sólo por la cerveza que se toma al final. (¿¿??)
Qué buenos ratos hemos echado y la vidilla que nos dan los paseos bicicleteros por esos campos.
ResponderEliminar¿Que a veces hizo mucho calor?. Normal. Se trata del verano, o mejor, del estío, que, como se cita en El Quijote, sucede al verano, y viene del griego "hesta", o sea, fuego. Y ¿cómo se apaga mejor el fuego?. Con agua. No. Mejor con cerveza muy fría.
Ahora y hasta que volvamos a retomarla en el verano (o estío) próximo, podríamos hacer al menos una ruta especial cada mes por no perder una de las buenas costumbres, que cada día quedan menos.
Felicitar a Ángel Mari y a Fernando por mantener y promover estas salidas veraniegas más exóticas y trabajadas que las cotidianas.
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