En esta ocasión hemos realizado una ruta interprovincial, comenzando en Cádiz y con un destino inédito (el castillo de Las Aguzaderas), en Sevilla.
Con inicio en Bornos seguimos la pista y carretera secundaria que se dirigen hacia el Coto de Bornos. Antes de llegar tomamos el mismo desvío que cogimos hace unos días cuando íbamos para Carija, pero en esta ocasión continuamos hasta encontrar la carretera de Las Cabezas a Villamartín. Un poco más adelante entramos en una antigua carreterita rural muy deteriorada, donde la gravilla fina del asfalto ha desaparecido y lo que queda es un tapizado de cascotes sueltos, muy parecido a los mejores tramos del abandonado trazado férreo del camino del tren del azúcar. Al menos y al igual que aquel, este tramo es bastante llano, donde la única dificultad estriba en esquivar baches y el mayor inconveniente es el traqueteo mientras se rueda.
A la altura del cortijo La Cordillera abandonamos esa carretera para incorporarnos a una pista más cómoda, el camino de La Chirigota, que llega hasta el cortijo del mismo nombre tras subir una empinada cuesta. Una cerca nos serviría para descansar brevemente y continuar con una bajada muy pedregosa que finalizaría con otra angarilla. Luego el camino se hace más confortable y continua por el camino de la vereda, hasta la intersección del cortijo de la Higuerilla. Cruzamos la carretera de Las Cabezas a Montellano, entrando en un tramo más toboganero, de modo que encontramos tanto largos tramos muy llanos, como pronunciados repechones o bajadas tendidas, pero siempre con muy buen firme. Por aquí el camino era más entretenido pero también más bonito, porque empezaba a haber vegetación a los lados. Anteriormente las grandes extensiones de campo que habíamos atravesado, estaban con el terreno gradeado, con pocos árboles o ninguno, resultando el recorrido más monótono.
Poco antes de cruzar el Arroyo Salado de Morón, un todoterreno con remolque pasó paralelo a nosotros acelerando fuertemente campo a través. Pensamos que iba a pararnos, pero lo que en realidad pretendía era adelantarnos para no tener que circular tras las bicicletas, y eso que por ahí no rodábamos especialmente despacio. El arroyo estaba seco y se cruzaba perfectamente montados. Un poco más adelante marchamos un trecho junto al arroyo de Las Aguzaderas (que da nombre al castillo al que nos dirigíamos), hasta desviarnos por el camino de La Carrascosa, abandonando el que va a El Coronil. Antonio se encontró un pollo de mirlo herido en un ala y cuando le pidió a un tractorista que se hiciese cargo de él, éste le respondió que lo llevásemos a una protectora de animales. Pero como no se nos había ocurrido esta vez llevar encima el kit de socorro de mirlos heridos, lo dejó entre una mata de alcaparras, con un futuro más que incierto.
Tras un par de nuevos repechones y una larga bajada aparecimos junto al castillo. La visita era obligada porque está en unas condiciones de conservación que invita a curiosearlo. Estuvimos recorriendo las distintas dependencias, haciendo fotos, aprendiendo de cuanto Fernando nos instruía sobre la fortificación, haciendo la ronda de día junto a las almenas y vigilando los horizontes desde lo más alto de su torre. Luego estuvimos viendo también su fuente, actualmente seca, donde pensábamos repostar. Por lo que fue necesario para algún peregrino pedir agua a la mesonera del lugar, quedando prendado de sus encantos.
El regreso lo hicimos por el mismo camino, con los toboganes ahora en sentido contrario, pero con el grato recuerdo que nos había dejado la fortaleza visitada.
Oto verano que pasó, y otro verano que he podido disfrutar de varias rutas organizadas a la perfección por Angel Mari, Fernando , Joaquin , etc ( gentes de grandes y bastos conocimientos), y en ocasionnes amenizadas por la voz melodiosa de Tonibu.
ResponderEliminarA todos ellos gracias por su dedicación y por su paciencia.
Hasta el próximo verano
Tomás