PEDALEAD, PEDALEAD, MALDITOS

¿Creíais que no iba a volver nunca?

Los días plácidos van llegando a su fin. La tregua se acaba. El tiempo de disfrutar sobre la bici tiene los días contados. Aprovechad las últimas horas. Porque recordareis con nostalgia las rutas cómodas, las salidas en las que el sudor no hacía acto de presencia por vuestras frentes, aquellas jornadas sin mayor dificultad que la resistencia que ofrecía la dulce brisa sobre vuestros rostros. Se acabó la agradable conversación. Si creíais que todo iba a resultar así de fácil, que la calma estaba instalada en vuestros sillines y que esa situación duraría indefinidamente os equivocabais.

A partir de ahora sólo queda sudar. Pedalear y sudar. Pelear contra el viento y continuar sudando. Os aseguro que no habrá tregua. No habrá pausa. El jadeo será la más liviana manifestación de vuestra atormentada respiración. La boca permanentemente abierta os acompañará todo el tiempo, como un rictus, como parte consustancial de vuestro afligido sufrimiento, como un grito inaudible de la agonía, como queriendo inhalar el último hilo de aire del postrero estertor. El intenso esfuerzo elevará la temperatura de vuestras sienes hasta límites insospechados. Ningún agua apaciguará vuestra extrema deshidratación. Y esas gotas de sudor que pugnan por mantenerse vivas antes de llegar a los labios serán las únicas aliadas que encontrareis por el camino. La sequedad se hará insoportable. La aridez se instalará en vuestro pensamiento.

No es tiempo de lamentarse, ni de echarse atrás. Sólo queda mirar al frente, seguir la rueda y pedalear. Resistir y pedalear. Pedalear para no detenerse jamás. Porque el mismo pedaleo que os sentencia es también el que ofrece la redención: el movimiento que os agota es el mismo que proporciona el tenue hálito.

El aire se vuelve espeso y abrasador. El paisaje va cambiando de color. El verde se torna cobrizo y el cielo se quema. ¡El infierno ya está aquí!