31 de julio de 2019

EL CAÑAVERAL DE LA DISCORDIA

Una mañana de finales de julio, animado con la insinuación de rutas originales, amenas, sin complicaciones y tranquilas, José María se había decidido a probar suerte con los amigos de La Constancia. Y allí se presentó, aliviado por la ausencia de la eléctrica de Manolo, pero sin contar con la propulsión turbo nuclear de las piernas del sobrinillo.

La propuesta para hoy tenía como destino la Junta de los Ríos. Y nada más llegar Angelmari ya aventuraba la posibilidad de tener que variar el recorrido debido al riesgo de que estuviesen regando los cultivos contiguos al canal, lo que en estas fechas parecía probable.
Antes de llegar a Cuartillos las animosas carreras de unos galgos junto a las bicis obligaban a sujetar fuertemente los manillares, temiendo no el repentino mordisco sino un cruce inesperado y el consiguiente batacazo cuando menos. Fuimos avanzando kilómetros, con muy buena temperatura y acompañados por los sonidos del campo a estas tempranas horas de la mañana, hasta que, cruzando por La Guareña, al conductor de un camión retenido por algunos coches que obstaculizaban el paso y cuyos propietarios debían estar aún en la cama no se le que ocurrió otra cosa que, justo cuando pasábamos entre ellos, pegar tal bocinazo que las ruedas de nuestras bicis se despegaron del suelo.
El sendero que discurre junto al canal entre Magallanes y Garrapilos se encontraba bastante cerrado de vegetación llegando incluso a haber desaparecido uno de los dos carriles de rodadura. Al poco el camino empezaba a estar húmedo y de pronto un aspersor comenzó a ducharnos desde arriba, por en cima de los árboles. El camino mojado por delante dejaba entrever que iba a continuar así hasta poco antes de Garrapilos, ante lo cual Fernando nos exhortaba a seguir aunque fuese por encima de la hierba. Abraham lo secundó. Tanto Francis como Angelmari, obstinados enemigos del barro, daban marcha atrás. Joaquín y Jose María también preferían recorrer algunos metros más antes que acabar con las bicis embarradas. En la rotonda de Magallanes, en una y otra dirección, nos encontramos con un control de tráfico. ¡Y nosotros sin luces! ¡Y sólo uno con timbre! Afortunadamente tenían otros objetivos de manera que al vernos pasar se limitaron a saludarnos amablemente.
A la entrada de Garrapilos nos estaban esperando Fernando y Abraham, pero claro está, con el palito en la mano uno y lamiéndose los arañazos del hombro el otro. Más adelante el carril del canal volvía a estar salpicado por aquí, mojado por allá. Es lo que tienen el algodón y el maíz en esta época. Y con lo que queda hasta la barriada Santa Margarita Angelmari decide cambiar el recorrido desviándose por Majarromaque y rodeando El Albardén. Tan sólo cruzar Majarromaque tomamos el carril equivocado lo que nos obliga a lanzarnos cerro abajo, entre terrones y cañas de girasol, hasta un talud completamente cubierto de matojos secos hasta la altura de la cabeza, por el que habría que abrirse paso a machetazos. Fuimos cruzando cada uno como buenamente podíamos, pero ya en el carril y antes de reanudar la marcha nos tuvimos que quitar miles de caíllos enredados en la ropa y sobre todo en los calcetines. Este carril estaba mejor aunque en algunos tramos también algo húmedo pero en ningún momento embarrado. Primero Angelmari para ir reconociendo el camino y luego Francis dando algo más que un relevo pusieron un ritmo interesante. Abraham detrás, callado, pero sin dejar que nos despegáramos ni un milímetro. ¡Menos mal que no conocía el carril, porque de haber sido así no le vemos el pelo! A la altura del cruce de caminos de Casablanca con El Albardén nuevo despiste. En lugar de continuar de frente hacia Santa Margarita cogimos a la izquierda, por lo que tuvimos que hacer un par de kilómetros por carretera hasta la Junta de los Ríos.
En la venta alguno parecía un mono despiojándose: caíllos en los calcetines, en el maillot, en los guantes, en las mangas y hasta en el culote. Ahora bien, nada que una enorme tostada o un buen alfajor no curen.
Continuamos por Santa Cecilia en dirección a El Espino y llegando a una intersección decidimos desviarnos hacia el cerro del Guijo, lo que significaba un poco de trialeritas, dos buenos repechones y una rápida bajada hasta la venta La Mina. Seguimos un tramo por carretera hasta que nos desviamos en uno de los carriles de entrada al cortijo de la Torre. Por aquí nos incorporamos al camino del Tren del Azúcar, que en algún tramo se encontraba bastante tapado por matojos secos otra vez. ¡Y más caíllos, pinchos y arañazos! Era hoy nuestro destino. Tras dejar atrás el antiguo apeadero de Jédula y la casilla del guardabarreras, en la cañada de Vicos, Fernando nos garantizaba que el cañaveral se podría cruzar, por lo que seguimos el trazado del antiguo ferrocarril. Y llegando al cañaveral intentamos pasar, pero comprobamos que está algo más que imposible. Luego lo intenta Joaquín, quien desaparece durante unos minutos pero regresa con el mismo resultado. Fernando nos alienta a intentarlo asegurando que sólo se trata de unos 30 metros. Joaquín le añade un cero más. ¡Pero las mediciones de satélite no engañan! 
Sin posibilidad de camino alternativo ni desvío ni recorte decidimos volver atrás hasta la caseta y continuar por el sendero conocido hasta la carretera de Gibalbín. Desde allí seguimos por carretera hasta Torremelgarejo, donde paramos para reponer agua porque los bidones estaban ya en reserva. Recompuestos y refrescados reanudamos la marcha hacia Estella. Y para abreviar terminamos por la carretera en obras hasta el cementerio, porque en el bar de la rotonda nos estaban esperando Don Antonio y el carcelero, con el mohín entristecido por no poder estar disfrutando de estas jornadas ciclistas, pero con el tinto con casera por delante.
José María no hacía más que enseñarme el brazo arañado repitiéndome algo parecido a unos versos de Manuel Machado (...El ciego sol, la sed y la fatiga... / al destierro, con doce de los suyos / -polvo, sudor e hierro- el Cid cabalga...) y preguntándome si rutas como la de hoy eran los agradables paseos veraniegos de los que yo tanto le hablaba.

1 comentario:

  1. Típica ruta veraniega matinal, en la que como apunta el título de este blog fuimos "enbicioapié". Algo de barro, mucho polvo, rampones y bajaditas, buenos carriles, trialeras y campos a través. Hoy, además, con el calor haciendo justicia a lo que toca por el calendario (estío más que verano). Es lo que toca.
    Puedo prometer, aunque no prometo, que el cañaveral era transitable hace unos meses, cuando los amigos de la Asociación de recuperación de la Vía del Tren del Azúcar me invitaron a una de sus marchas reivindicativas. Se comprende que hay que seguir reivindicándola.

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