En el año 1998 comencé mi andadura por los 101 de la Legión. Nunca había realizado una ruta tan larga en kilómetros, ni tan dura en desnivel y esfuerzo. Terminé asegurando que “una y no más” (me imagino que como todos, la primera vez). Y a la semana ya estaba soñando con la próxima edición. “
Que te engancha”, en otros no lo sé, pero en mí se cumple. A partir de ese momento y siempre que he podido, la ha repetido. Es como un reto personal, un aliciente para la autosuperación, una constante búsqueda de los límites y de la propia mejora.
He participado en siete ediciones consecutivas (de la IV a la X) y las siete las he finalizado, más o menos agotado, pero sin caídas ni lesiones. Las peores, la VI (pinché tres veces, y, sin más cámaras, me tuve que poner a coger pinchazos), y la X (salía de una lesión y con poca forma me costó muchísimo esfuerzo terminarla). La mejor, la VIII, donde quedé el 13º de la general de los 101 y 2º de mi categoría.
En algunas ocasiones he ido solo y en otras con varios compañeros del grupo. Al principio estamos todos juntos, pero poco a poco los vas perdiendo de vista. A lo largo del recorrido no paras en ningún momento de ver ciclistas (que te adelantan, que tú adelantas, comiendo en los avituallamientos, arreglando averías, cansados, arrastrando la bici en las cuestas, tirados en las cunetas con calambres, heridos...). Hablas con unos, ves algún maillot conocido, a otros sólo los oyes decir “¡Voy por la izquierda!”. ¡Corres con tanta gente alrededor, pero a la vez tan volcado en tus propios pensamientos!
Los legionarios de los jalonamientos y cruces siempre tienen unas palabras de aliento para ti, que se transforman en dos briosas pedaladas con fuerzas que pensabas que ya no te quedaban.
Podría destacar innumerables momentos y situaciones a lo largo de esas siete ediciones: lo impresionante que resulta ver a miles de personas (corredores, ciclistas, organización, espectadores) alrededor del evento; los brazaletes, los reflectantes, el número de dorsal pintado en la espinilla; los nervios de la primera salida; la calle de la Bola, por Ronda; la marea humana y de bicicletas por los carriles del principio; cada voluntario que te avisa en los tramos peligrosos; las cámaras abandonadas por el camino; la única persona que se quedó conmigo la vez que pinché tres veces y a quien al final yo no esperé; el paso por los pueblos (¿no hay ni uno llano?); la ducha de agua pulverizada en Montejaque; los botes de agua perdidos; la cuesta de la ermita, que nunca he podido subir montado, en carrera, ni en una dirección ni en otra; cruzar el tajo oliendo a meta y las últimas pedaladas...
Hay senderos, pistas, carriles, asfalto, llanos, cuestas para todos los gustos (casi todas concentradas en la última parte de la carrera), trialeras, arroyos, baches, surcos, roderas, túneles, vías, puentes, pueblos, rotondas, badenes..., buen ambiente y buena gente.
El próximo mayo se celebra la XIV edición.