Hoy hemos sido testigos de lo que seguro que va a ser el comienzo de la paulatina desaparición de un punto de paso emblemático en nuestras salidas: el cortijo o hacienda de Las Beatillas. Lo conocimos ya en un importante estado de deterioro por el paso del tiempo, utilizado para guardar cabras y ovejas. Algún avispado empresario vio allí la oportunidad de levantar un complejo turístico situado en un enclave estratégico. Y en connivencia con ciertos políticos municipales comenzó la rehabilitación de aquel espacio, lo que supuso salvar del desplome uno de los bellos ejemplos de edificación rural de nuestra entorno. Pero la restauración no fue suficiente. Era necesaria también (imagino que según sus pretensiones) la construcción de amplias zonas nuevas que completaran el proyecto. Y a partir de aquí se originó la polémica, pues no se contaba con los preceptivos permisos y licencias que tenían que emitir determinadas entidades, a pesar de lo cual el proyecto se realizó casi en su totalidad y se puso en funcionamiento. Fue en esos momentos cuando empezamos a acostumbrarnos a ver el cortijo con un renovado aspecto, tanto en su interior, como en su fachada, zonas anejas e incluso en los accesos. Pero, aunque ilegal, la transformación había merecido la pena, el resultado fue muy satisfactorio y verdaderamente se había convertido en un lugar de muy bella apariencia. Confiando en la pasividad de las administraciones públicas, la perpetuidad de los procesos judiciales y el paso del tiempo que todo lo mitiga, se hacía oidos sordos sobre el asunto y el litigio no se resolvía.
Y así hasta hace poco, cuando una sentencia judicial en firme ordenaba paralizar toda actividad en el lugar. Colocaron unas endebles vallas en todo el perímetro que no protegían absolutamente de nada. El resultado en tiempos de crisis suele ser previsible: destrozos, robos y estragos de todo lo que sea susceptible de ser destrozado o vendido. Y además el sempiterno vandalismo gratuito y generalizado en nuestro país. Hoy mismo nos enteramos (y luego hemos podido comprobar) que en estos días habían arrancado las rejas de la portada principal. Para hacerlo han necesitado una maquinaria con la suficiente potencia para poder tirar de unos grandes hierros fuertemente anclados al muro, un vehículo para transportarlas y una buena dosis de nocturnidad. Lo que debía haberse limitado en su momento a la demolición parcial de unas construcciones nuevas se ha demorado tanto que va a desembocar, por la ambición de los propietarios y la inoperatividad y rigurosidad de las administraciones, en la destrucción completa de un valioso ejemplo de arquitectura rural de nuestra zona. Puede que haya comenzado así un lento pero inexorable proceso de ruina, abandonado por unos, desprotegido por otros y esquilmado por los más. Todo un despropósito. Con una ubicación privilegiada en las estribaciones occidentales de la Sierra de San Cristóbal, dentro del término municipal de El Puerto (aunque tan próximo que también nosotros lo sentimos como propio), amplias vistas hacia la bahía y hacia el interior, punto de paso, agrupamiento, descanso y hasta sprint en innumerables ocasiones durante nuestras salidas, si llegase a desaparecer se perdería también uno de los enclaves más habituales y representativos de nuestros itinerarios.
Como la previsión meteorológica daba viento sur propongo rodar con dirección a Puerto Real, sin descartar un acercamiento a San Fernando, ante lo que se escuchan los primeros inconvenientes. Bueno, ya veremos, pero parece que no hay muchas ganas de reconocer nuevos carriles. Somos once los que nos dirigimos por Las Beatillas hacia El Puerto. Seguimos hacia los Toruños y, nada más cruzar el puente sobre el río San Pedro, Tomás, cerrándose a la izquierda en una curva, se lleva por delante a un humilde ciclista sexagenario que circulaba tranquilamente. Tras el batacazo y el correspondiente mosqueo (hasta la cadena se le había salido) del buen señor, continuamos hacia el pueblo. Sugiero no parar a desayunar para llegar más temprano a Jerez y ahorrarnos media hora de calor. Pero como hay algunos que no han comido nada antes de salir tenemos que parar. Luego, para salir de Puerto Real, Andrés nos lleva por un camino de servicio paralelo a las vías y con dirección a San Fernando. En esta ocasión no se raja nadie y los once continuamos juntos hasta llegar a la altura del Barrio Jarana. Andrés comenta la posibilidad (para otra ocasión) de seguir por el mismo camino que llevábamos hasta Cádiz, desde donde podríamos regresar en bici o en tren, en función del cansancio o del tiempo restante. Apuntada queda la propuesta. Después de pasar al otro lado de la autovía vamos conectando cañadas y cordeles en dirección al Corredor Verde, terminando junto a la autopista, en el cruce de caminos próximo a la venta El Algarrobo. Y desde allí regresamos con buena sombra por el carril de servicio hasta la cementera. Salimos once y terminamos once, como hace tiempo que no ocurría. Y para finalizar la etapa, cerveza fresquísima.
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