Con un cielo que arrancaba nublado y un leve chirimiri, cuatro madrugadores (Fernando, Javier, Manuel y yo) pusimos dirección a Constantina, confiando en que a lo largo de la jornada se fuera abriendo el día. En la memoria aquellas ediciones de la Sevilla Extreme que siempre recordaba con añoranza y que hoy prometía revivir.
Tras un café en Lora del Río continuamos hacia la Ermita de Ntra. Sra. del Robledo, punto de inicio de la ruta. Comenzamos subiendo por carretera hacia unas instalaciones militares (con la pena de ir dejando a los lados unos magníficos espárragos que serían un referente a lo largo de todo el recorrido) hasta enlazar con el Ramal de Extremadura, por donde circulamos un trecho hasta llegar a las minas del Cerro del Hierro. Por el camino, la primera sorpresa: un zorro mañanero entre un bosque de robles que no sabía si saludarnos o esconderse, hasta que optó por lo más prudente y se alejó. Segunda sorpresa: peonías (o rosa albardera) salpicadas por todo el robledal. También las encontramos de vez en cuando a lo largo de todo el recorrido.El Cerro del Hierro fue la tercera sorpresa. El paisaje de agujas de piedra que se ha formado de manera natural bien merecía una parada: más fotos, trialeras, grutas y hasta observación de minerales. Llegando al poblado del mismo nombre nos incorporamos a la Vía Verde de la Sierra Norte, precioso camino y muy cómodo por el antiguo trazado del ferrocarril que transportaba el mineral extraído de las minas. Mucha gente andando y en bicicleta, de todas las edades, familias enteras y grupos,disfrutando del día y de la zona. Y a cada momento excusionistas con el manojo de espárragos en la mano.
Cerca de San Nicolás del Puerto una avería en mi rueda trasera nos obliga a parar durante más de media hora. Una vez solucionado el problema gracias a la colaboración de Fernando y unos "alicates multitoma" prestados en el pueblo, llegamos al nacimiento del Huéznar, aprovechando la pausa para lavarnos un poco y comer algo. Seguimos por la Vía Verde hasta el Batán de las Monjas, donde nos separamos un poco del camino para ver la casa y "refrescarnos los pies" en un vado del río. Entre el remojón, que si "pasa tú que a mí me da risa" y el jolgorio, no nos dimos cuenta de que allí mismo había una familia en actitud de recogimiento, con unas lamparillas y velas, haciendo algo así como una ofrenda. Cuando nos percatamos hicimos una prudente retirada para respetar su intimidad. Por la hermosa ribera del Huéznar llegamos a la subida que nos llevaría a Cazalla. Este escabroso sendero de unos dos kilómetros de subida en plato chico lo recordaba de la maratón Sevilla Extreme, pero ahora está aún más difícil, porque se han formado unos surcos y grietas donde cabe hasta una persona de pie. Llegada a la plaza mayor de Cazalla de la Sierra para reponer líquido, comer algo y buscar el tradicional y afamado aguardiente, que en esta ocasión no pudo ser. Para otra, pero habrá que llegar más temprano.
Salimos por detrás del campo de fútbol de Cazalla y tomamos la Vereda del Valle o Camino de las Laderas, una bajada técnica donde la mayor parte del tiempo había que llevar la bici al hombro por la cantidad de rocas y escalones a cada tramo. Por aquí empezó a fallarle el trinquete del núcleo a Javier y, como los males nunca vienen solos, para colmo descubre que lleva el bolso bajo el sillín abierto y ha perdido una multiherramienta. Así, a base de pedaladas en falso y golpecitos a los piñones, pudo continuar montado hasta el final, soportando una avería que cada vez iba a más y que le hizo no poder disfrutar plenamente de la ruta. Cruzamos las vías y continuamos de nuevo junto a la ribera hasta Isla Margarita, por otro de los tramos espectaculares de la jornada: todo verde, prados verdes salpicados de flores rojas, amarillas, blancas, moradas, los majoletos en plena floración y cargados, impregnando el aire con su aroma, alisos, fresnos, alcornoques, pinos, olmos, cerezos, un túnel de vegetación verde donde el único color distinto era el de la línea del sendero por donde rodaban las ruedas. Y el agua, las cascadas, el canturreo de los pájaros... Esas fotos, las mejores, están grabadas en mi retina. Simplemente, ¡espectacular!
Y como fin de fiesta abandonamos la ribera para dirigirnos hacia Constantina de nuevo, atravesando unas dehesas de ganadería de cerdo ibérico, subiendo algunas rampas "larguitas", algún que otro repechón y cruzando un curioso bosque de castaños con unas ramas verticales y altísimas. Al final 70 k. En la fuente de la ermita nos refrescamos y montamos el comedor, compartiendo viandas y repasando la jornada. Estupendo el día, inolvidable la ruta e inmejorable la compañía. Gracias a todos y a Fernando por su generosidad.