Llevaba Fernando un tiempo con ganas de hincarle el diente. El único impedimento era resolver el regreso. Y cuando por fin encontró una solución satisfactoria no dudó en poner fecha: el sábado 8 de octubre, Jerez - Algeciras.
Ese día, a las ocho de la mañana, una húmeda neblina se iba instalando sobre nosotros. Fuimos llegando poco a poco los siete que aceptamos el desafío. En la salida se nos unieron dos más, que nos acompañaron durante un tramo hasta que un telefonazo los reclamó para ir a desayunar. Salimos por El Serrallo buscando Cartuja y el carril de servicio de la autovía de Los Barrios, pues pensábamos llegar hasta Medina por ahí para ahorrar tiempo y camino, en lugar del rodeo por Puerto Real y el Corredor Verde.
Desde la salida ya oíamos la frase que más se iba a repetir a lo largo de la jornada: ¡No te viá da na de aquí a Algeciras! Era el estímulo que alguno parecía necesitar para no quedarse dormido en lo que iba a ser una película muy muy larga. Y de fondo... las insinuaciones de pique. Hay quienes no se pican ni con guindillas, quienes lo usan sólo al final de cada salida y quienes lo necesitan como el aire. Primer tramo facilón, con alguna voz de si por aquí o por allí, y una obligada fila india entre las dos primeras rotondas de circunvalación a Medina. El seguidillo de la procesión hizo que no pudiese detenerme a coger un pulpo rojo que había junto a la cuneta. Más tarde lo echaría en falta.
Desayunamos en la Venta Candela. Rebanada mayúscula, como si de telera cortada a lo largo se tratara. Los más austeros con aceite. Si acaso un ligero esbozo de tomate. Otros prefirieron el clásico europeo de mantequilla y mermelada. Los más voraces dieron buena cuenta de un nutrido y bien despachado repertorio de mantecas y zurrapas. No sé si fue más previsor en este caso quien se nutría abundantemente para el recorrido o quien evitaba posteriores eructos con reminiscencias a hígado, orégano y pimentón.
La cosa es que, con el estómago ya entonado y con el solecito que iba desperezándose, nos incorporamos al Corredor Verde, rodeando Medina y con dirección a Benalup. Segundo tramo también cómodo, sin sobresaltos, avanzando a buen ritmo sobre una pista muy ancha. A la altura de Cantora un perrillo de pocos meses, desorientado, buscaba una pizca de olor conocido para encarrilarse. Y así andaba, para allá y para acá, hasta que decidió perseguir a las bicis. Lo vimos por detrás, dando orejazos al aire, con ese movimiento entre patoso e ingenuo que tienen los animales jóvenes y que los hacen tras entrañables. Más adelante preguntamos sobre la marcha a un chaval que corría por allí y nos confirmó que era suyo. Y con un puente por aquí y otro cruce por allá llegamos a Benalup. Parada para comer alguna barrita, recolocarnos sobre el terreno y decidir finalmente si nos dirigíamos hacia Zanona (con la posibilidad de encontrar cortado el paso y tener que volver atrás) o a Facinas a través de la Janda, más aburrido pero más seguro.
Como ninguno de los que íbamos conocíamos el recorrido del Celemín a Valdeinfierno optamos por lo seguro, dirigiéndonos por la Cañada de Tarifa hacia Facinas. Al principio cruzamos los arrozales que tanto abundan por esta zona, avistando alguna rapaz (¿águila pescadora, quizás?) y dejando a la izquierda la presa del Celemín. Por el camino íbamos divisando la Sierra de Retín primero, y la Sierra de la Plata más allá, adivinando las antenas que coronan la Silla del Papa a la que hemos subido en otras ocasiones. La anchura de la cañada, la ausencia de cuestas y la sensación de plenitud de fuerzas hicieron que algunos comenzaran a marcar un ritmo endiablado, invitando a otros a coger la rueda o tener que soportar luego la comidilla. ¡No te viá da na! Aunque el camino era evidente, afortunadamente los de delante conocían menos aún el terreno que los de detrás, por lo que más temprano que tarde se verían obligados a esperar. ¡Po no esperaron, los canallas, hasta que llegaron al cruce de Facinas! Ya en el pueblo buscamos un lugar donde reponer líquido. Mal presagio fue ver a uno de los compañeros de ruta bien apalancado y con cara de ¿queda mucho? Pero la pausa, el avituallamiento y una adecuada hidratación obran milagros.
Tras la confortación de nuevo a dar pedales. Cuarto tramo: Facinas - Venta El Frenazo, por la carretera del Tiradero. Hasta poco más allá de la Casa de San Carlos de las Tejas Verdes (ya no le queda ni una) el camino pica para arriba, suave pero continuadamente. Al poco de comenzar un compañero manifestaba ya síntomas de agotamiento, pero persistía en su esfuerzo. El pedaleo se le iba haciendo más lento y pesado cada vez. Cada ligera subida era un muro. En su ordenador de a bordo iba calculando minuciosamente lo que restaba de recorrido y las fuerzas que le quedaban para no desperdiciar ni un miligramo de energía. Cuando le sugeríamos que comiera algo nos respondía que ya lo había hecho pero que no le entraba nada más. Llegó incluso a pensar la posibilidad de volverse a Facinas. Pero entre bromas y burlas lo fuimos convenciendo para que continuara con el grupo, al menos hasta El Frenazo, donde lo podríamos recoger al paso. (¡No me acordé nada del pulpo...!) Mientras, los de delante, con la sensación de plenitud todavía intacta, se empeñaban en correr más que el de al lado. ¡No te viá da na! Y si más se empinaba la cuesta, más apretaban, sin sospechar siquiera que por detrás alguno pasaba apuros. Una vez superada la mitad de este tramo, la pista se lanza hacia abajo, curva tras curva, buscando la salida junto a la autovía de Los Barrios. Ese sería el bálsamo para el agotado: cuando uno va mal, el aliento no te lo proporciona ni la comida, ni la bebida, ni el impulso, ni los ánimos de los compañeros... Sino la cuesta abajo. ¡Todo cuesta abajo hasta la meta! Eso es lo único que te da la vida. Pero todavía le quedaba una larga cuesta asfaltada antes de coger la última inercia hasta la venta.
En El Frenazo, última parada antes de llegar al destino, aprovechamos para volver a comer algo de lo que llevábamos y sobre todo reponer líquidos. Allí se iba a quedar uno de los componentes de la expedición, con la pena de quedarse solo y sin poder completar el recorrido, pero con la alegría de no tener que pedalear más, por el momento.
Nos quedaba el último tramo: desde El Frenazo hasta Algeciras, pasando por Los Barrios. Es un tramo muy variado y entretenido que discurre por las vegas más próximas del río Palmones, lo que se conoce como la Puerta Verde de Algeciras, serpenteando continuamente, alternando tramos rápidos, estrechos, cuestas, arenas y puentes de madera. Llegando a Botafuegos confundí el acceso por el sur hacia Algeciras, con el más próximo a la estación de autobuses, que es donde nos esperaba la furgoneta para el regreso. De modo que dimos un poco más de rodeo hasta las cumbres de El Cobre. Y cuando finalmente Fernando reconoció por dónde íbamos fue todo volar hasta los coches. Recogida de bicis, bocadillo reconstituyente y vuelta para Jerez, con más de 132 kilómetros pedaleados.
El recorrido no ha sido el Dos Bahías puro y duro. El tercer segmento (Celemín - Valdeinfierno) lo hemos sustituido por otro diferente. El paisaje en esta fecha tampoco es el ideal. Los tramos de Alcornocales estaban como apagados, tristes, a falta de agua o brumas cuando menos. Un compañero, agotado, no pudo completar el recorrido. Pero sin averías. Sin percances. Sin caídas. Ni tan siquiera calambres. Y sobre todo la satisfacción de haber completado uno de los ejes que vertebra la provincia de norte a sur. Para otra vez queda mejorarla, con el trayecto que esta vez no hicimos. Y para más adelante quizás nos planteemos el eje oeste - este.
El desafío se convirtió en un regalo. Gracias.
¡Enhorabuena!, Angelmari. No hay fotos, ni falta que hacen en crónicas como ésta.
ResponderEliminarQue buena cronica, dan ganas hasta de hacerla.
ResponderEliminaruna cosa, donde podria ver el track para bajarlo al gps y poder hacer alguna de las rutas del blog?.
ResponderEliminarun saludo