7 de octubre de 2017

SAN MOGOTE

La primera procesión de otoño nos ha llevado a la sierra de Líjar para pedir a San Mogote las esperadas lluvias que no acaban de llegar.
Docena y cuarto de fieles se congregaban de madrugada en la venta La Cueva para acudir a la plegaria. Desde allí y tras un ligero tentempié (que a alguno no le entraba a esa hora ni con lubricante),


pusimos rumbo a Puerto Serrano, donde comenzaría la peregrinación por la Vía Verde hasta las cumbres de San Mogote. Una vez amarradas las acémilas y pertrechados con todo lo necesario, nos dispusimos a emprender la marcha. Pero antes debíamos esperar a otro feligrés que se uniría a la comitiva rogatoria.
A la voz de ¡Vamos con alegría! comenzamos la procesión en el más diligente de los silencios, no por llevarle la contraria al rector, sino debido al fresco que a esas tempranas horas acariciaba nuestros rostros, invitando a mantener la boca cerrada y las piernas ágiles.
Al poco atravesamos los primeros túneles, cortos y con buena visibilidad. Pero cuando nos adentramos en las profundidades de los de mayor distancia, en los que la oscuridad quebranta la estabilidad más firme, cada cual se afanaba en arrimarse a la lumbre que mejor lucía, intentando evitar la aspereza de los muros por un lado y los encontronazos con los manillares por el otro. Llegamos a la estación de Coripe. Hasta aquí todo el pelotón agrupado. Y de nuevo pausa para que algunos nos abasteciéramos con los víveres que antes no apetecían.
Desde ahí nos incorporamos a la carretera que se dirige a La Muela. Con unas primeras rampas considerables y luego una subida menos pendiente pero continua, el pelotón se estiraba hasta llegar a fragmentarse en múltiples fracciones. A nuestra derecha, cada vez más abajo, íbamos dejando la estación de Coripe, la Vía Verde y, más tarde, el tricentenario (como mínimo) Chaparro de la Vega. De frente nos cruzábamos con grupos de ciclistas que bajaban a gran velocidad y todos nos decían ¡Vamos! Junto al cortijo de El Castaño nos agrupamos todos. Alguno, preso de la agitación que le producía la inminente escalada, no paraba de subir y bajar sobre la bici una escalera de innumerables escalones, haciendo tiempo además para que llegaran los últimos.
Cruzamos La Muela y de nuevo otra vez nos reagrupamos a la entrada de la pista que sube al Mogote. A partir de aquí cada uno se acomodaría a su ritmo y... ¡a disfrutar de la subida! Entre comentarios sobre el camino que íbamos atravesando, anteriores subidas e incluso letrillas de carnaval, íbamos avanzando rampa tras rampa y curva tras curva. Los carteles de Badén a 50 m. y sobre todo los tramos hormigonados nos indicaban que se aproximaba otro repechón. Y todos los ciclistas que bajaban lanzados nos repetían una y otra vez sin tan siquiera mirarnos aquello de ¡Vamos!, que por lo visto es el saludo de los que bajan el puerto a los que van subiendo y todavía les queda un rato.
Algunos, presos de la agitación que les producía... etcétera etcétera, ignoraron el siguiente punto de encuentro, que se trataba del Mirador de Poniente, y continuaron enfrascados en su pedaleo hacia la cumbre, mirando de reojo a quienes se acercaban por detrás y dejando a un lado la desviación acordada. Los que hasta allí llegamos pudimos disfrutar con exclusividad de unas vistas maravillosas, sin parapentistas montando sus panderos ni espectadores.


Hasta que rrrruuummm..., de pronto apareció una furgoneta de las que tantas vimos para arriba y para abajo, empezaron a salir guiris y a desparramarse como hormigas por todos lados. Uno de ellos colocó sobre una roca un libro, un cargador de móvil y una bolsa con una nectarina dentro del tamaño de un balón de balonmano. Nos decía algo así como: ¡Qué vallientes! ¡Chubir hasta aquí en bici! Y uno de nosotros le respondía: ¡Más que valientes, inconscientes! Je, je. Luego, tras una última rampa hormigonada, poco a poco fuimos llegando al Mirador de Levante, muy concurrido (había que coger número y ponerse en cola para echarse a volar).



El regreso lo íbamos a hacer por el mismo sitio, sólo que ahora la mayor parte del recorrido hasta la Vía Verde era de descenso. Agrupamiento a la entrada de San Mogote. Reagrupamiento en La Muela para reponer líquidos. Y otro más en la estación de Coripe. Nos quedaban quince kilómetros hasta los coches (hasta las acémilas). A pesar del ligero vientecito de cara y de que ya apretaba el calor, el tramo se recorrió con rapidez porque las ganas de finalizar eran ya manifiestas.
Luego, la cerveza. Hubo quien, con algo de hambre, se pidió un serranito. Y viendo los demás el espectáculo multicolor que se presentaba en el plato, se animaron a serranear hasta agotar las existencias de filetes con tomate y pimientos. La tertulia no podía ser otra: ¡Te he dado poco!; ¡No te he visto el pelo! ¡To el mundo lo ha visto ya en guasap!...
Con las piernas cansadas, el estómago lleno y la sonrisa entre oreja y oreja, nos fuimos volviendo para casa, con la satisfacción de haber puesto nuestro granito para invocar las próximas lluvias a San Mogote.

1 comentario:

  1. En esta "procesión" no podían faltar los personajes estelares:
    El Hermano Mayor, promotor de la procesión, Joaquín Ballesteros.
    El portador de la Cruz de Guía, Francis (y su eléctrica).
    El llamador, Tino ("el Buje") porque no para de hablar.
    El costalero, Adolfo porque carga con más kilos.
    Los penitentes, los que también subimos a la pista de Poniente.
    El Cristo, Manolomerca por el bajón que sufrió en plena ascensión, más toda "la vara" que tuvo que soportar luego de parte de Tino.
    Total, una estación de penitencia en la que solo faltó la mantilla, pero hacía mucho calor

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