Cuatro coches. Ocho bicis. Y una más que nos esperaba en el inicio de la ruta.
La idea era la de realizar uno de los recorridos habituales de cada verano pero en esta ocasión en sentido contrario. Alguno no lo tenía del todo claro pero acabó confiando en el guía. Había un sólo inconveniente.
-Si no te importa, son cinco minutos -le dice al copiloto.
-Por mí no hay problema. Vamos en tu coche...
¡Y menos mal que fue por el casco! ¡De haber llevado incluso coderas habría terminado mejor!
El Mesón de la Molinera siempre nos ofrece un buen aparcamiento con sombra, al menos a esas tempranas horas de la mañana, porque a la vuelta estaba completamente abarrotado. Y es que las aguas del lago son un sugestivo reclamo para los vecinos de los alrededores.
Cuando bastante más de una hora después de haber quedado conseguimos ponernos en marcha lo hicimos rodando por la carretera que discurre junto al canal que, en unos tramos cubierto y en otros abierto, viene desde el embalse de Bornos y se dirige hacia SierraVallleja, en un derroche de vueltas y revueltas, hasta justo donde se alza la enorme presa del embalse de Guadalcacín. Nosotros nos desviaríamos antes. Un poco más allá del punto en el que el canal está sobreelevado para salvar el fuerte desnivel que se produce junto a la Ermita del Romeral, comenzábamos una interminable subida (aunque de asfalto no por ello más llevadera) que nos auparía hasta lo más alto del cerro del Orión.
Tras coger otro desvío más adelante (también por asfalto) el camino pasa por detrás del campo de golf de Arcos donde no se sabe muy bien si ese deporte es la excusa para levantar una posterior urbanización de lujo o a la inversa. Continuábamos subiendo pero al menos ya por carriles. Una fuerte rampa ascendente nos avanzaba lo que a partir de ese punto encontraríamos: mucha arena, piedras y surcos, pero flanqueados de matorral, árboles y arbustos: lo que se puede considerar como un camino entretenido. En las proximidades de Las Abiertas alcanzaríamos la cota más alta de la ruta, con unas impresionantes vistas hacia el sur.
Desde Las Abiertas hasta las Mesas del Jardín la distancia se recorre rápidamente por asfalto. Y luego haríamos el tramo más bonito de la ruta. Hasta la venta El Mono el sendero discurre en ligerísimo descenso, serpenteante, estrecho, dentro de un túnel de vegetación que obliga a rodar de uno en uno, sin ningún obstáculo serio pero con interesantes entretenimientos tales como curvas y contra curvas, pequeños puentes, rampas, pasos alternativos para evitar piedras o arena, etc.
Tras otro tramo de carretera enlazamos con los carriles que se dirigen hasta Alberite. A pesar de los perros ladrones el camino es bastante fácil hasta el dolmen. Cuando pensábamos que tendríamos que renunciar de nuevo a verlo un vecino nos indicó por donde podíamos acceder. Visita y fotos.
Nos quedamos impresionados por la grandeza del monumento pero descorazonados por el lamentable estado de conservación del mismo. Y más carretera hasta Villamartin. Luego conectamos con el puente de hierro abandonado en la cola del embalse de Bornos y con cómodos caminos por el Coto de Bornos.
En el embarcadero de Bornos pretendíamos rellenar los botes y nos enseñaron un lugar bastante curioso: la fuente de una edificación en ruinas junto a la misma orilla que queda a la vista al haber bajado ahora en verano el nivel del embalse, y donde descansaba un bañista.
Continuamos por el pedregoso sendero que discurre sobre el antiguo trazado de ferrocarril de la línea Jerez - Almargen, paralelo a la orilla y atravesando incluso algún túnel. Dejamos a un lado el desvío hacia la famosa cuesta Matahombres y continuamos paralelos a la orilla hasta que alcanzamos el punto en el que no era posible continuar y había que subir un tramo poco o nada ciclable: la cuesta de las colmenas. El único inconveniente del día. Era necesario arrastrar las bicis para arriba. Alguno hizo intento de comenzar a subirla montado y con la excusa de que nos habíamos interpuesto echó pie a tierra, pero después de la segunda rampa creo que más bien nos lo agradeció. Pasamos con un poco de susto junto a las colmenas pero las abejas estaban a lo suyo y acabada la subida venía el tramo más técnico de piedras y arena, donde incluso bajando era necesario hacerlo con las bicis de la mano. Poca cosa comparada con la Matahombres.
Junto a la presa de Bornos pudimos observar un piragüista, que más que deporte estaba haciendo una meditación trascendental con los pies en remojo buscando la fresca sombra de las frondosas orillas.
Y desde allí hasta la Molinera sólo nos quedaba por recorrer el cómodo camino asfaltado que discurre junto al canal y que nos llevaría hasta la misma urbanización de El Santiscal donde finalizamos la ruta.
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