El 12 de abril de 2003 un buen número
de los que hoy todavía continuamos pedaleando participamos en la II
edición de la Sevilla Extreme.
Fernando D. nos había comentado y repetido la belleza y las
excelencias de esta maratón por la Sierra Norte de Sevilla. Total, que
nos animamos, hicimos la incripción y allá que nos fuimos.
Esta vez el
punto de partida era en la localidad de El Pedroso. El pueblo, que es
pequeñito, había sido invadido de vehículos con sus bicis a cuesta,
buscando aparcamiento en las calles y caminos próximos al campo de
fútbol. Antes de salir comenzó a caer una fina lluvia que hizo que
muchos cogiéramos los chubasqueros y quien no lo llevaba lo improvisara
con bolsas de plástico, porque hacía un poco de frío. Pero puestos en
marcha, el frío fue desapareciendo y al poco tiempo dejo de llover.
La primera parte del recorrido
discurría entre unos preciosos bosques adehesados con muchos
alcornoques. El suelo, a pesar de la lluvia, estaba en muy buenas
condiciones, y
el ambiente, con una ligera niebla, le daba un colorido espectacular al
entorno. Todo estaba muy verde y con la ligera humedad de la reciente
lluvia. Fue uno de los tramos más bonitos de los varios que había a lo
largo de todo el recorrido. Al aproximarnos al Huéznar teníamos que
cruzar el río, que iba con bastante caudal.
Alguno decidió pasar montado
pero la mayoría, viendo la altura a la que llegaba el agua, optamos por
descalzarnos, remangarnos el culote y pasar con la bici sobre el
hombro. Luego el recorrido discurría un largo tramo por la ribera,
prácticamente paralelo al cauce del río, hasta una bifurcación que, en
un primer paso, tomaríamos a la derecha para hacer un recorrido
circular, pasar junto a Constantina y volver a realizar de nuevo el
mismo tramo de la ribera del Huéznar hasta la bifurcación.Ya
la segunda vez que llegábamos a la bifurcación del túnel nos dirigían
hacia la izquierda, entrando en un estrecho senderito de unos 2
kilómetros, muy empinado, que había que subir en plato pequeño. Poco
después llegábamos a Cazalla. A partir de aquí el camino comenzaba
claramente a descender, aunque con subidas cortas intercaladas. Rodamos
por carreteras locales de esas que van flanquedas por pequeños muros de
piedras y atravesamos varias fincas dedicadas a la cría de ibéricos, muy
abundantes por esta zona. Más adelante pasamos un bosque de castaños,
con los troncos muy viejos y unas ramas nuevas muy largas y rectas. Y
poco después llegábamos a la bajada más pronunciada y larga de toda la
ruta, que terminaría junto al cauce de otro río, el Viar.
El paisaje en este tramo era más
abierto y despejado, con amplias pistas por las que circulamos más
relajadamente varios kilómetros, hasta llegar al pie de la subida a Las
Jarillas. Esa subida la hicimos por el carril de un monte, con el suelo
muy bacheado y duro, con mucha piedra suelta, y con varios tramos de
fuerte pendiente que estaban escalonados, lo que hacía más soportable el
ascenso. Al finalizar la subida había un avituallamiento, casi
escondido, que me llamó la atención porque repartían "Huesitos" como
barritas energéticas. Eso sí: era muy agradable de comer. Luego
atravesamos unas extensas dehesas de alcornoques, sin grandes
desniveles, pero que parecía que no se acababan nunca, porque llevábamos
ya más de cien kilómetros. Y de ahí a meta, tranquilitos.
Finalicé en el puesto 368 de la
general y 95 de mi categoría, de entre 870 participantes, con un tiempo
de 8 horas y 7 minutos. Todo una delicia de ruta.
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