Cuando a muy tempranas horas de la mañana la diligente familia barroso se dirigía en procesión hacia su romería anual al Valle, para purificar sus almas y engrandecer sus espíritus, el resto de mortales no podíamos conciliar el sueño, envidiando la suerte de los afortunados que alcanzarían ese día la gloria de rozar el cielo, y nos mordíamos las uñas (de los pies) por no poder disfrutar de la compañía de tan egregio pelotón. Por eso salimos en peregrinación, bastante más minoritaria y bastante más tarde, pecando de pereza, para purgar las faltas y cargando cada uno con nuestra propia cruz (del Valle).
A uno de los pecadores le ha resultado imposible realizar su penitencia por prescripción facultativa, pero los restantes (una treceava parte del número mágico de treinta y nueve) cargamos con su parte de cruz. Y rogábamos por él en nuestras plegarias en grupo. Kilometreando por el pavimento con dirección a la primera estación de nuestro particular viacrucis en El Mojo, reflexionaba cada cual sobre sus pecados más habituales, codiciando las virtudes de los justos: aquéllos que carecen de envidia alguna (frente a la que nos corroe), la prudencia de todas sus palabras (frente a nuestra maledicencia sin límites), la templanza en su comportamiento (frente a nuestro actuar impulsivo e irreflexivo).
Rogando al cielo para que nos libre de esas vilezas y nos muestre el camino correcto que siguen nuestros parientes vallejos, plenos de virtudes y humildad, llegamos a la segunda estación, El Pedroso, donde abándonándonos a nuestra gula, incumplimos la vigilia y probamos vil materia grasa de procedencia animal. Abochornados por haber sucumbido a la tentación y para poner penitencia al delito, nuestro mentor espiritual nos impuso la pena inmediatamente: en lugar de hacer un plácido recorrido, marcharíamos buscando el viento de cara. Así nos dirigimos a nuestra siguiente estación de penitencia en Paterna. ¡Tenemos tanto que aprender del linaje aguayo! Aprender a disfrutar de la naturaleza y de cada una de sus maravillas (la tierra, las piedras, el polvo, el agua, el barro, las raíces, los troncos, ...); la caridad con el prójimo (preocupándose y ayudando a los que más lo necesitan en cada ocasión); el trato exquisito con todos, con propios y extraños, sin miramientos, con un lenguaje pulcro (que a veces raya la excelencia); su infinita generosidad, en cada uno de los más variados aspectos de la práctica ciclista (esperando, animando, reconociendo de buen grado los errores ajenos, prestando bombines y cámaras, etc); la fidelidad al grupo, por encima de cualquier otro interés particular o puntual; la honestidad en cada uno de sus pensamientos y actos, con una rectitud y decencia dignos de los más ilustres hombres de bien. Por aquí el mentor, dando ejemplo, tiraba del grupo, soportando el viento de cara en beneficio de la comunidad y con la memoria puesta en el compañero ausente, en cómo debía estar sacrificándose ante una jarra de cerveza.
Reflexionando sobre nuestras vilezas y la grandeza de aquellos a los que deberíamos pretender parecernos, llegamos a la siguiente estación en Torrecera. Aquí uno de los viacrucistas, entendiendo la magnitud de sus pecados, quiso mortificarse contra el suelo, para que el vinagre del sudor escociera sus llagas y poder penar parte de sus culpas.
La siguiente estación nos esperaba en la Junta de los Ríos. ¡Con los buenos consejos y el apoyo que nos da la prole de los romero, y nosotros despreciando su generosidad! ¡Qué ingratitud! ¡Qué falta de sensatez!
Jédula sería la siguiente estación. Por allí llegábamos ya más serenos, por el viento más que por la penitencia y convencidos de que las dificultades del terreno (agua, viento, barro, etc) son pruebas que nos envía la providencia para mejorar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Ya sólo nos quedaba completar el viacrucis llegando a Jerez, habiendo reconocido nuestras equivocaciones, nuestros errores, y con el firme propósito de aprender de todos aquellos que sólamente pretenden que consigamos la felicidad que nosotros mismos nos empeñamos en rechazar.
"La envidia de la virtudA uno de los pecadores le ha resultado imposible realizar su penitencia por prescripción facultativa, pero los restantes (una treceava parte del número mágico de treinta y nueve) cargamos con su parte de cruz. Y rogábamos por él en nuestras plegarias en grupo. Kilometreando por el pavimento con dirección a la primera estación de nuestro particular viacrucis en El Mojo, reflexionaba cada cual sobre sus pecados más habituales, codiciando las virtudes de los justos: aquéllos que carecen de envidia alguna (frente a la que nos corroe), la prudencia de todas sus palabras (frente a nuestra maledicencia sin límites), la templanza en su comportamiento (frente a nuestro actuar impulsivo e irreflexivo).
Rogando al cielo para que nos libre de esas vilezas y nos muestre el camino correcto que siguen nuestros parientes vallejos, plenos de virtudes y humildad, llegamos a la segunda estación, El Pedroso, donde abándonándonos a nuestra gula, incumplimos la vigilia y probamos vil materia grasa de procedencia animal. Abochornados por haber sucumbido a la tentación y para poner penitencia al delito, nuestro mentor espiritual nos impuso la pena inmediatamente: en lugar de hacer un plácido recorrido, marcharíamos buscando el viento de cara. Así nos dirigimos a nuestra siguiente estación de penitencia en Paterna. ¡Tenemos tanto que aprender del linaje aguayo! Aprender a disfrutar de la naturaleza y de cada una de sus maravillas (la tierra, las piedras, el polvo, el agua, el barro, las raíces, los troncos, ...); la caridad con el prójimo (preocupándose y ayudando a los que más lo necesitan en cada ocasión); el trato exquisito con todos, con propios y extraños, sin miramientos, con un lenguaje pulcro (que a veces raya la excelencia); su infinita generosidad, en cada uno de los más variados aspectos de la práctica ciclista (esperando, animando, reconociendo de buen grado los errores ajenos, prestando bombines y cámaras, etc); la fidelidad al grupo, por encima de cualquier otro interés particular o puntual; la honestidad en cada uno de sus pensamientos y actos, con una rectitud y decencia dignos de los más ilustres hombres de bien. Por aquí el mentor, dando ejemplo, tiraba del grupo, soportando el viento de cara en beneficio de la comunidad y con la memoria puesta en el compañero ausente, en cómo debía estar sacrificándose ante una jarra de cerveza.
Reflexionando sobre nuestras vilezas y la grandeza de aquellos a los que deberíamos pretender parecernos, llegamos a la siguiente estación en Torrecera. Aquí uno de los viacrucistas, entendiendo la magnitud de sus pecados, quiso mortificarse contra el suelo, para que el vinagre del sudor escociera sus llagas y poder penar parte de sus culpas.
La siguiente estación nos esperaba en la Junta de los Ríos. ¡Con los buenos consejos y el apoyo que nos da la prole de los romero, y nosotros despreciando su generosidad! ¡Qué ingratitud! ¡Qué falta de sensatez!
Jédula sería la siguiente estación. Por allí llegábamos ya más serenos, por el viento más que por la penitencia y convencidos de que las dificultades del terreno (agua, viento, barro, etc) son pruebas que nos envía la providencia para mejorar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Ya sólo nos quedaba completar el viacrucis llegando a Jerez, habiendo reconocido nuestras equivocaciones, nuestros errores, y con el firme propósito de aprender de todos aquellos que sólamente pretenden que consigamos la felicidad que nosotros mismos nos empeñamos en rechazar.
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más." Proverbios y Cantares (A. Machado)
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