4 de enero de 2015

NADA INTERESANTE (en 80 km)

Son muchos los caminos que recorremos en bicicleta. Son innumerables también las situaciones y las anécdotas con las que nos vamos encontrando. A menudo pasamos de largo por lugares que merecerían una ralentización, una pausa, con el único objetivo de capturar ese instante, esa sensación.
Transitamos lugares próximos, a los que estamos tan habituados que apenas nos interesan. A veces descubrimos magníficas sendas o paisajes espectaculares. Pero nada de eso nos emociona.

Por otro lado, hay ocasiones únicas: el estreno en la Cruz del Valle; superar esa rampa que siempre nos ha parecido impracticable; la inquietud de la primera nocturna; rodar sobre la nieve; ver aparecer la silueta de un ciclista entre la espesura y bajo la niebla; la interminable fila hacia la Silla del Papa en la que cada uno empuja con una mano al que marcha justo delante; el grupo que se dirigía hacia la tormenta más negra y perfecta...
 
También hay momentos simpáticos: el compañero montado sobre el lagarto Guancho; otro a punto de tomar la salida en el tobogán de su contrareloj más infantil; o los dos que practican una nueva modalidad olímpica en triciclo con volquete.
Hay muchos instantes para inmortalizar a lo largo de nuestras salidas. Y la tecnología nos brinda un gran abanico de posibilidades y facilidades para recogerlos. Cada vez los dispositivos ofrecen mejores prestaciones y mayor calidad. Cualquier terminal de los modernos dispone de conexión a internet, sistemas de posicionamiento y navegación global vía satélite, música, radio y televisión, cámaras de fotografía y vídeo en alta resolución, conectividad diversa, transferencia y descarga de datos, mensajería, etc. Y también telefonía.
Los móviles son de última generación, pero la naturaleza humana permanece aún estancada en la más vetusta y rancia crueldad. No encontrar durante ochenta kilómetros otro tema de grabación que el dolor del compañero lesionado supone un lamentable nivel de depravación. Más aún cuando las imágenes no se toman para documentar los riesgos del sobreentrenamiento o la deficiente hidratación, sino para difundirlas a través de las redes sociales y que sirvan de mofa y escarnio. Ocurrió ayer. No había nada interesante que grabar en ochenta kilómetros de recorrido: ni las cuestas, ni las marismas, ni el gran río, ni los barcos, ni los flamencos, ni el pinar... ¡Nada! No hubo quien se detuviera un segundo para eternizar cualquier instante. Eso supondría perder rueda y un esfuerzo extra para incorporarse al grupo. ¿Y todo para fotografiar a los demás...? ¡Ni hablar! En cambio llueven fotos cuando huele a sangre. Es el colmo del desvarío. Sin embargo no vi nunca a nadie haciéndose un autoretrato (selfi o selfie, lo llaman ahora) cuando le ocurrió a sí mismo, con la cara salpicada de barro, el brazo lleno de arañazos o el rictus de dolor tras las gafas.
En el fondo todos nos preocupamos sinceramente por los demás, y la verdad es que las cámaras salen de los bolsillos sólo después de comprobar que el accidentado respira y parpadea. Entonces empiezan las risitas, el reportaje y los consejos de sabios. ¿No vais presumiendo de los teléfonos que llevais y de la cantidad de aplicaciones de que disponeis? ¡Pues sacadlos más a menudo, que a todos nos gusta salir en las fotos y tener el recuerdo gráfico de aquellos momentos! ¡Y no os limiteis a las desdichas, que por los caminos hay cosas más bellas e interesantes que las miserias humanas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario