La primera ruta nocturna de este verano ha sido la de la "Comarca Alfarera". Así podríamos denominar a la de El Cuervo, Los Tollos y Lebrija, donde el barro es el idóneo para hacer los búcaros, tan solicitados en esta época del año.
Catorce nos juntamos para compartir pedaladas, que al ser de noche de luna casi llena tienen un encanto especial.
Fue una noche en la que pudimos celebrar el reencuentro con los amigos Juan Lozano (y sus dos pupilos) y Rafael Santos (y sus dos amigos). Incluso el reconvertido a impenitente senderista, Tomás, se acercó en la salida para "amenazarnos" con empezar a salir en bici pronto con el grupo, pero despacito.
Nos hizo una temperatura ideal y apenas viento, lo que luego de tantos días de levante, nos supo a gloria.
La travesía de Los Tollos fue de especial regusto por la serenidad que allí se respira con un cielo como de postal y que contrasta con la emoción del que escribe por pasar poco después junto al santuario verdiblanco en una parcela, apuesto a que bendecida.
Poco antes de llegar a Lebrija nos volvimos, con lo que nos faltó llegar a la Laguna de Melendo, así como recrear la espléndida vista nocturna desde lo más alto del Castillo lebrijano. Por lo tanto, tenemos que repetirla.
El "tentembici" lo hicimos en la Venta Micones (junto a la famosa Hacienda del mismo nombre) donde, a pesar de la hora y de que estaba hasta la corcha de familias cenando, nos atendieron muy bien y rápido. Algunos no se pudieron reprimir ante el aroma envolvente del asador .
En el regreso, los fuguillas del grupo aprovecharon los repechones de los varios puentes que cruzan la vía del tren para hacer sus particulares batallitas de las imaginarias metas volantes. Otros comentábamos que allí mismo, cuarenta y cuatro años y un día antes acaeció el trágico accidente ferroviario por el choque entre dos trenes.
Cerca de Jerez, los campos de algodón, maizales y últimos girasoles imprimían al ambiente un frescor muy agradable, del que algunos disfrutamos especialmente, porque Taquio nos socorrió con el espléndido foco de su bici.
Finalmente, la postreta cerveza frente a Hipercor fue la mejor despedida posible para una ruta nocturna en la que todo salió muy bien, nadie llegó cansado y en la que, y esto es lo principal, no hubo que lamentar incidente alguno. Por todo ello confío en que acaben gustando las nocturnas a Angelmari.
Por más que lo intente (dos nocturnas en tres años) no le encuentro el punto a esto de pedalear a oscuras. La noche no serena los ánimos porque los focos los encienden y acaba uno escuchando los mismos disparates que de día. Sudo lo mismo que cualquier tarde por más fresquito que haga. Las potentes luces lucen... y parpadean... y deslumbran... y marean... Las partículas de polvo en suspensión son más que visibles: hasta comestibles. La oscuridad apaga los baches y las piedras, pero no los borra. A pesar de la experiencia, de noche todos los cruces son pardos. El agradable susurro de los ladridos de perros (menos mal que encerrados) servía para delimitar los márgenes del camino; Estuvimos a punto de provocar un conejicidio. No hubo que parar para desayunar (porque a esas horas se llama cena. Llegué a ver unos platos con carne y hasta papas fritas). En fin, una experiencia singular.
ResponderEliminarP.D. La cura va bien pero el ojo lo pierde.
Puede ser que con las nocturnas ocurra igual que con la cerveza: gusta más cuanto más se hacen.
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