Érase un hombre a un sillín pegado,
érase una afición superlativa,
érase una práctica compulsiva,
érase un manillar siempre agarrado.
Era todo un ciclista perpetuado,
érase devoción casi obsesiva,
érase una amplia historia deportiva,
érase una amplia historia deportiva,
era adicto al gran Perico Delgado.
No lo acobardaba el tiempo lluvioso,
ni viento, ni polvo, ni calorcita.
Las dos ruedas eran su sueño hermoso.
Érase una rutísima infinita,
muchísimo carril, tan delicioso
que ninguna cuesta su mente evita.
que ninguna cuesta su mente evita.
(A todos los héroes y heroínas del pedal. Y a D. Francisco, por supuesto.)
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