Andaba Angelmari con el erre que erre de hacer una ruta nueva por las Lagunas de Espera. Y nada mejor
que ayer, día de la víspera los Reyes Magos, para que aceptáramos con mucho gusto y más frío acompañarlo. Vaya tela, Rosi, ni con bufanda salieron los pingüinos. Como
si no hubiera un mañana. Éste había diseñado, perdón, dibujado en una cuartilla, una ruta que tenía
forma de 8. Era un capricho. Mira que si le hubiera dado por un 69.
Nos presentamos
varios en la Venta Santa Luisa a
desayunar, donde ya no se desayuna,
aunque antes era sitio de degustación
obligada de chicharrones como puños. ¡Empezamos
bien!. Iván o Juanrra o Juan Erre o como mejor guste llamarse, que
va siempre dando carreras que parece que está repetido, estuvo hasta última
hora con el sí quiero, no quiero, si
quie... Al fin sí quiso, pero sobre la
campana.
No habíamos terminado de bajar las bicis cuando quedamos pasmaos
por el estreno de las superruedas de Joaquín, que ríete tú de las que el otro Fernando amenaza con estrenar hoy. Unas ruedas pero que muy monas con las que pronto empezó a volar. Alguno sospechó de algún artilugio oculto que las convirtiera en
eléctricas o cuasi atómicas. Y es que el del Coloma iba hoy a ser
protagonista, aunque él no quisiera.
Nada más comenzar la ruta, Javier y Adolfo comentaban, como no, las
excelencias de los lechazos. En todos los sitios y religiones se le
hace la pascua al pobrecito y sumiso cordero, que, por cierto, al tomillo y horno de leña
está espectacular, que diría el primero.
Más adelante, con un solecito que nos dio vida, nos topamos con una cancela con su candado y
cartel que prohibía el paso. Mientras Angelmari animaba por lo bajini a que
sí, que p´alante, el resto que mejor otro día, no fuera a ser que el cortijo que
se veía al fondo tuviera como celosos guardianes a mastines como borricos; esos que tienen la boca como el feo de los Calatrava. Volvimos y entramos hasta un charco, donde el orientador se estrenó en el barro. Quien trabaja con niños...
Seguimos y en el siguiente cruce pudimos entonar el ¡Sí se puede!. Recorrimos un
camino o carril o vereda o colada o
cañada (nunca me entero cuando es cada cosa) muy variado en vegetación y
sinuoso como para hacer las delicias de los que llevan dobles y del que la llevará a partir de mayo.
Pasamos la Acebuchosa y el Rancho de Valderrama cuando ocurrió el
percance-anécdota del día: el Niño de las Carreritas iba detrás de Ángel cuando cayó cual melón y rodó hasta quedar hecho un gurruño en la orilla. En seguida se puso de pie y reprochó el frenazo de Ángel, el no
sé qué de Tomás y hasta el no sé cuánto de José María, aunque éste no iba hoy.
Le dio por ahí. Disparó contra todo lo que se movía. Suerte que pronto comprobó que podía presumir de saber caerse; aunque no de andar, porque la verdad: andar, anda poco, pero
caerse lo hace mejor que nadie. El maño advirtió que eso de echar la culpa
de los infortunios a los demás no es algo exclusivo de Joaquín.
Repuestos del percance y encontradas las llaves del que besó el suelo, reanudamos la marcha. Espera nos
esperaba. Y llegamos, pero no subimos. Otra vez será cuando vayamos a ponernos de
molletes como el otro Fernando, perdón como el Kiko. Así que
abajo nos hicimos unas fotos para que míster Kodak no se queje, tomamos
un tentembici y antes de emprender el
camino de vuelta Joaquín advirtió una seria avería en su bici: no cambiaba.
Luego de varias hipótesis (de bicis y de fútbol todo el mundo entiende), Juan
Erre dio en el clavo: la caída tuvo la culpa. ¡Ya!. Seguro que éste es capaz hasta
de armar un mueble de Ikea con la
llavecita allen. Arreglada, y tras la revelación de que Javi ha pasado ya por seis cárceles, aunque según Tomás le falta la guinda de la de Soto del Real, seguimos
dale que te pego.
Al rato paramos en el
mirador de la Laguna de Zorrilla, que algunos descubrimos hoy a pesar de haber
pasado muy cerca de ella decenas de veces. Siempre se ve algo nuevo bajo el sol. Un
humedal salado. ¡Hay que ver!. Y con unos tentadores rinconcitos entre lentiscos que a más
de uno provocó pensamientos impuros.
¡Qué vergüenza!.
Llegamos a los coches a una
hora temprana y buena para celebrar tan singular día con unas cervezas. Y así
fue. En la Venta Antonio, al calorcito de un sol espléndido, casi primaveral, estuvimos un rato queriendo arreglar el mundo;
hoy tocaba el negocio de las ventas de bicis y de sus complementos.
No siempre va a ser que si e-bike sí o
e-bike no. Al final tuvimos que darle la razón, para que luego digan, al lumbrera de Rodrigo Rato: “son cosas del mercado”.
Termina así la ruta del Revolcón de Joaquín. Al menos ya sabemos de uno que se lo ha dado en estas navidades, aunque él solo. Algo es algo.
Mucho cuidado con la torta saturnalis, la que para los
romanos contenía un haba, que ponía fin a siete días de comilonas, fiestas y regalos para los peques, y que otros copiarían luego para celebrar que había
nacido un niño por una paloma que dejó embarazada a una mujer, a la que luego dejaría sola ante la papeleta de tener que explicárselo al
marido. ¡Toma ya!.
Sí, señor. Muy buen relato. Aunque hago algunas puntualizaciones.
ResponderEliminarEn primer lugar, no fui yo quien propuso la ruta. Llevaba trazada (con sus errores) desde antes del verano, pero no encontrábamos el momento oportuno. Hace unos días me plantearon que si la hacíamos y me pareció bien, a pesar de que el terreno endorreico podía estar aún pringoso. ¡Qué va! Estaba mejor que bueno.
En segundo lugar, señalar que más que reproche fue una monumental bronca, como si de un alumno más del instituto se tratara, cuando aquí somos todos "mayorcitos" ("mayorcísimos", diría yo), sabemos lo que llevamos entre manos y piernas, y tenemos que hacernos responsables también de las propias acciones. Tras recomendarme unas cuantas "clases particulares de bajadas", "disparó" luego contra todo el mundo, pienso que un poco por difuminar la bronca y distender el asunto. Pero eché en falta alguna autocrítica sobre el mantenimiento de la distancia de seguridad en terrenos irregulares y estrechos. No fue agradable, aunque todo acabara con risas.
Por último, indicar que no pudimos completar la ruta prevista: un tramo estaba cerrado al paso y otro tramo (que presagio que debe ser muy bonito) nos lo pasamos. Por lo que en lugar de un ocho (notable) hicimos un cero al cociente (suspenso). Así tenemos excusa para volver en otra ocasión.
Estoy totalmente de acuerdo con Angelmari, me pasé tres pueblos, y soy el menos indicado para dar lecciones de pedaleo. El error de no guardar las distancias me acompaña demasiadas veces... Y el otro error es la apreciación del terreno: donde yo veo carretera otros ven caminos, donde yo veo camino otros ven trialera, donde yo veo trialera otros ven descensos estrechos y peligrosos... Por suerte (mucha suerte) podemos seguir pedaleando y disfrutando de estas rutas. y
ResponderEliminar