Lentamente, como quien avanza con dificultad sobre el barro, vamos recuperando viejas sensaciones, penosa alguna, agradables la mayoría.
Fases 0 (del 4 al 10 de mayo) y 1 (del 11 al 24 de mayo). Las primeras salidas, con algunas restricciones. En solitario. Con esa pizca de recelo en la barriga ante cualquier imprevisto en medio de ninguna parte, por un lado, y el temor de inhalar involuntariamente algún microorganismo indeseable, por otro. Siempre quedaba el consuelo (o el castigo) de estar cerca de casa porque la limitación horaria no permitía alejarse. Al menos teníamos la suerte de que nuestro término municipal fuese muy extenso.
Una vez pasado el boom, durante los primeros días de desescalada, de aquellos desesperados que invadieron los espacios abiertos con la ansiedad de quien es capaz de soportar cincuenta y un días de confinamiento pero no cincuenta y dos (¡a dónde íbamos a llegar!), me asomé tímidamente a tempranas horas de la mañana por un recorrido de esos que solemos hacer tras un largo parón. Sospechando que tanto el carril-bici como las carreteras de la periferia serían un hervidero decidí una opción que evitara multitudes. Nadie por allí. Toda la atención puesta en las sensaciones que me transmitían esas primeras pedaladas, las piernas, la respiración, el ahogo que vuelve a aparecer cuando el esfuerzo exige más oxígeno y no queda otra que aflojar... Pero también la humedad, el aire fresco, la apacible luz de la mañana, los animales que se van cruzando de lado a lado.
Las siguientes salidas sirvieron para comprobar el pánico que tienen algunos a transitar en solitario y la nula importancia que daban a la posibilidad de contagio. Lógico. Porque somos muchos los que entendemos el ciclismo como una actividad social. Pero también abundan los que no saben hacer absolutamente nada sin compañía. E incluso los ombliguistas, quienes incapaces de ver más allá de sí mismos pasan por encima de cualquier disposición o norma, poniendo en riesgo lo que tanto esfuerzo y sacrificio estaba costando. Eso sí, al igual que durante el encierro algunos echamos de menos no disponer de rodillo, hubo quien en estas semanas se lamentaba de no disponer de la tarjeta de la federación correspondiente, porque ese detalle ofrecía la posibilidad de dilatar los espacios: circular por toda la provincia ¡Vaya lujo!
Iba retomando pistas, caminos y senderos que casi tenía olvidados y que tanto echaba de menos. Algunos tramos resultaban prácticamente infranqueables. El nulo tránsito y las potentes lluvias de primavera habían originado una desbordante vegetación. Y aumentando distancias a costa de madrugar.
Fase 2 (del 25 de mayo al 7 de junio). En esa etapa se eliminaban las franjas horarias, pero como era obligatorio respetar la de mayores de 70, en realidad quedaba todo igual. Para ir incrementando kilómetros sólo quedaba salir muy temprano o ir más rápido. Por tanto habría que ver amanecer sobre la bici. Pero todo era ponerse. En realidad una vez montado daba igual que fuera una hora u otra. Incluso le encontraba ventajas: apenas gente, caminos tranquilos y viento imperceptible. También repetir rutas ofrecía la posibilidad de comparar datos para comprobar si se producía alguna evolución. Y siempre apurando un poco más para conseguir aumentar la distancia, ya que disponía del mismo tiempo. Intentando abarcar todo el horizonte próximo iba enlazando un itinerario con otro para no dejar camino sin recorrer, como para activar cada una de esas rutas que parecían adormiladas tras una larga siesta o como quien pasea rememorando los escenarios pretéritos de su juventud. En alguna ocasión le pregunté a los compañeros si se animaban a hacer tiradas largas pero estaban quedando más tarde para salir. Por tanto si quería continuar la progresión tocaba seguir pedaleando en solitario.
Fase 3 (del 8 al 21 de junio). Por fin se levantaban las últimas restricciones. Ya no hacía falta madrugar, se podría disponer de toda la mañana o la tarde y llegar más lejos. Así que era cuestión de mirar la dirección del viento y calcular la ruta. Ya sin limitaciones no quedaba más que dar pedales, redescubrir esos caminos que por frecuentados se vuelven invisibles, encontrar tras cada recodo el ímpetu de esta potente primavera. Disfrutar del camino, volver a sentir los matojos en las piernas, el frío en los brazos, la brisa en la cara, subir, bajar, esquivar baches, cruzar arroyos. Y rodar.
Fueron los días de recorridos más largos, en los que la curiosidad resultaba tan atractiva como inevitable y cada intersección invitaba a la siguiente, de modo que no alcanzaba nunca el punto de regreso. Todo era avanzar y seguir avanzando. Sólo la última cuesta antes de llegar a casa me recordaba la amplia distancia recorrida.
Varias fechas después, vuelta a quedar con el grupo. Los originales saludos de moda ("... cachete con cachete, codito con codito y ombligo con ombligo..." ¿?), las novedades, las bromas, los recorridos acostumbrados, la parada para el desayuno a media mañana, los achuchones, los piques, los bicieléctricos (cada vez más)... En fin, lo habitual. La vuelta a la normalidad.
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