19 de octubre de 2010

RUTAS DE LAS VACAS (LOS INICIOS I)

Transcurría el año de gracia de mil novecientos "nosequé" (el siglo pasado) cuando realizamos la que recuerdo como primera ruta oficial fuera de Jerez: la Ruta de las Vacas. Esta ruta la diseñó Juan Antonio, siendo una de sus primeras incursiones serias en la BTT.
Gran parte del recorrido fue por carretera, pero el tramo de campo resultó verdaderamente "montuno", pues tuvimos que esquivar vacas bravas, sortear innumerables piedras y rocas en unos senderitos sólo aptos para las cabras, pasar por zonas donde la hierba llegaba hasta los ejes de las ruedas y no se veía el suelo, atravesar cauces de arroyos con la bici al hombro y esquivar muchos obstáculos naturales. El trazado partía de El Descansadero (Benamahoma), en los Llanos del Campo, y tras subir un par de kms. por la carretera en dirección a Grazalema, se adentraba por la amplia pista que sale a la derecha en dirección a los Caseríos del Boyar. Antes de llegar a este caserío y rodeando la cara este del Cerro de las Cuevas, se pasaba junto al Caserío Basco y más adelante cerca de la Casa del Escribano. Marchando muy próximos a los arroyos Tavizna y Pajarito, se llegaba junto al Molino de la Angostura, y tras pasar el Pontón, el sendero abandonaba el borde del río para llegar en unos dos kms. a la carretera, un poco más arriba del antiguo camping de Tavizna. Una vez en la carretera de Ubrique, continuábamos hacia la derecha con dirección a El Bosque, y desde allí hasta el Descansadero de nuevo.
A esta ruta fuimos siete personas: cuatro, de los primeros componentes del núcleo que continuó la evolución hasta el actual grupo: Joaquín S., Manu Porrones (que hizo la foto y no sale), Pepe R. y Diego; y otros tres que nos habíamos incorporado a la BTT con posterioridad: Javier G., Juan Antonio y yo. El vehículo de transporte fue la Nissan Vanette de Porrones, quien la ofrecía amablemente al grupo para los desplazmientos fuera de Jerez, y la decoraba para la ocasión con variadas flores del tiempo y ramitas de lentisco (para ir haciendo boca).
Por la indumentaria se puede comprobar lo incipiente que estaba entonces la práctica de esta actividad: camisetas de deporte, sudaderas, chubasqueros y, despuntando ya, algún maillot ; los culotes (indispensables) cortos y largos, conviviendo con mallas; las zapatillas (de deporte, por supuesto, no de bici) sin calas, porque todavía no se usaban pedales automáticos, sino rastrales y punteras; el uso del casco sí estaba generalizándose, aunque había quien llevaba chichonera, casco de moto adaptado, los primeros Bell (lo mejorcito del momento), o el OGK "postsoviético" que era como una seta sobre la cabeza, y ninguno de ellos con visera; guantes variados: de bici, de gimnasio o incluso de portero de fútbol; y gafas quienes tenían tradición, por las motos. En cuanto a las bicicletas, era también lo que había: creo recordar una Orbea Mustang, tres Boomerang Tikal II, una BH y una Kona (todas de cromoly, por supuesto, menos la BH. El aluminio se limitaba a bielas y platos, bujes, tijas, frenos, manillar, potencia y poco más), sin amortiguación delantera (las dobles ni se imaginaban), con siete piñones las que más, y alguna, en lugar de pulsadores de cambio, con Grip-Shift o incluso la palanquita sobre el manillar. El grupo Deore DX era en aquel momento una maravilla (lo que llamábamos "carne de perro") y lo habitual era el Shimano Alivio y el LX (¿existía alguna otra marca?). Bajo el freno delantero llevábamos un reflectante y los catadióptricos de las ruedas se los quitábamos al segundo día porque dejarlos era de globeros. Los primeros kilómetros de asfalto y ascendentes nos sirvieron para ir entrando en calor. Al poco de comenzar por la pista hacia los caseríos del Boyar había surcos secos que me provocaron una caída y el estreno del casco, al que se le clavó una piedra. Cerca de la casa de Bartolo (el cabrero) había unas vacas bravas que tuvimos que ir evitando, con un ojo en el camino y el otro en los animales. Más adelante, zigzagueo por el senderito entre pedruscos y rocas, teniendo que echar más de una vez el pie a tierra. Atravesamos una amplia zona donde se perdía de vista el camino porque estaba completamente cubierto de hierbas, plantas y flores, de manera que intuíamos cuál era la dirección, pero no veíamos el suelo, por lo que las bicis rodaban a la ventura: cualquier obstáculo bajo las ruedas hubiera supuesto un "florido batacazo". Pero lo icreíble fue cuando, atravesando un arroyo medio seco con las bicis al hombro, al pasar el tercero o el cuarto sobre una enorme roca lisa, ésta se movió de repente, haciendo perder el equilibrio al que pasaba en ese momento. Resultó ser una enorme marrana que dormitaba en el lecho del arroyo y que tenía el mismo color que todas las piedras del lado. Y lo curioso fue que le habíamos pasado por encima dos o tres personas cargando las bicis... ¡y no se había inmutado! Ya en la carretera sólo quedaba llegar hasta El Bosque, con algún que otro repecho, y continuar hasta Benamahoma y el Descansadero. No habíamos previsto que este último tramo es casi todo ascendente, de modo que, a partir de El Bosque, cada cual cogió su marcheta y fuimos llegando al coche de uno en uno.

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