31 de octubre de 2010

IV EDICIÓN 101 DE LA LEGIÓN

 Durante las navidades de 1997, al entrar en una tienda de bicis vi un cartel que anunciaba los 101 de Ronda. Pregunté y me dieron un folleto con la incripción: 101 Kms. en 24 Horas. Estuve dándole vueltas a la cabeza, valorando las dificultades y posibilidades, pero con el "gusanillo" dentro. Nunca había hecho 100 kms. seguidos, y ésta podía ser una buena ocasión. ¿Por qué no? Iba a ser mi primera participación en los 101. Desde el momento que decidí enviar la inscripción comencé a organizarme para poder participar en lo que suponía un nuevo reto: superar la barrera de los 100 kilómetros. Se hacía necesario tener la bici a punto, decidir qué herramientas llevaría, la ropa que me pondría, cómo solucionar el tema del agua, etc. Pero sobre todo, la progresión en el entrenamiento, que iba a resultar imprescindible. Con el grupo hacía salidas cortas (entre 35 y 45 kms.) entre semana, y alguna más larga (entre 60 y 70) los sábados. Llegar a los 100 iba a suponer un esfuerzo añadido. Tendría que salir solo, salir antes o continuar pedaleando cuando los demás terminaban y se quedaban a tomar la cerveza. Tendría que hacer entrenamiento específico de cuestas por esta zona, donde la más larga sólo tiene 800 m. Tendria que ir acostumbrándome a estar varias horas seguidas sobre la bici. En fin, una una mezcla de circunstancias para conseguir una meta. Lo de la ropa, las herramientas o la bici resultaba más superfluo. Lo que necesitaba ahora más dedicación era el entrenamiento. Y eso hice: planifiqué el tiempo que me quedaba hasta el día de la prueba, calculé los kilómetros con los que debería llegar, y organicé el plan de entrenamiento. Puse en práctica todo los mecanismos que podía adoptar: entre semana salía antes, de manera que cuando me encontraba con el grupo ya llevaba 15 o 20 k. Durante el recorrido procuraba no bajarme de la bici: en las paradas continuaba montado o iba y venía a buscar a los rezagados. Cuando llegábamos a Jerez, y dependiendo de la luz que quedara, continuaba rodando para hacer 8 o 10 k. más. En algunas ocasiones me iba solo a hecer tiradas largas. Y para el entenamiento de cuestas me iba a hacer series a las que conocía y estaban cerca, además de acercarme al Valle para subir la Cruz, o a la sierra, para hacer lo mismo desde Zahara a Las Palomas. No conocía a nadie de aquí que fuera a hacer la prueba y poco tiempo antes de la carrera me enteré de que también iban Julio y alguno más de carretera. Nos pusimos en contacto y salimos algunos días a hacer tiradas largas. Me ofreció irnos juntos, pues él llevaría también a sus dos hermanos: Antonio y Juan Ramón. 
Y llegó el día. A las 6 de la mañana estábamos metiendo las bicis en el vehículo y saliendo en dirección a Ronda. Allí había muchísima gente por todos lados: deportistas, organizadores, acompañantes. Después de desayunar, vestirnos, montar las bicis y calentar, nos dirigimos al polideportivo para recoger los dorsales y entrar. La excitación iba aumentando. A pesar de lo temprano que era el pelotón ocupaba ya media vuelta a la pista de atletismo, y en el césped había otra multitud de marchadores. Tuvimos que esperar cerca de hora y media hasta la salida, pero el incensante hormigueo de ciclistas y corredores, los nervios previos a una prueba y sobre todo la animación, el bullicio y el colorido hacían que pasara el tiempo sin darme cuenta: no paraba de ver bicis de todas las marcas, modelos y colores; estudiaba a las personas y les suponía, por los tipos y las bicis que llevaran, determinada forma física; me fijaba en los maillots y la procedencia de cada uno; y escuchaba mil bromas y comentarios de aquellos que estaban tan nerviosos o más que yo. Recuerdo que Antonio me dio un tubito de glucosa para el momento en que tuviera que obtener un plus de energía. (¡Al final habría necesitado no uno, sino diez!). Tras las palabras de rigor y los vítores, ¡el cañonazo!, y la fila se puso en marcha. Era una larguísima marea de bicicletas atravesando las calles de Ronda. Entramos en la primera pista y al poco comenzaba la primera subida. Con tantas bicicletas resultaba imposible subir montado. A lo largo de todo el recorrido hay subidas y bajadas, pero las cuestas más exigentes están concentradas en la segunda mitad de la carrera, lo que hace peculiar y más dura si cabe esta prueba, pues es justo cuando menos energía va quedando, cuando más exigente se pone la ruta. Julio y sus hermanos llevaban el mismo maillot azul, por lo cual me resultaba fácil localizarlos. Nos acercábamos y nos separábamos, pero prácticamente hasta la mitad de carrera íbamos juntos. Parábamos en los avituallamientos para comer frutas y pastelitos, o para reponer de agua los botes. Por el camino no existió ni un instante en que no hubiera ciclistas: a lo lejos por delante, al lado, por detrás, en los avituallamientos, parados, adelantándome, otros que yo adelantaba, ... No había un sólo momento en que se circulase en solitario. Con algunos hablas. Otros te preguntan cómo vas. Y la mayoría a lo suyo, que es pedalear. De vez en cuando, control y a picar. En la cuesta del infierno (la de tierra roja entre Alcalá del Valle y Setenil) me llamó la atención ver a Juan Ramón subiéndola con el plato mediano. Yo iba con "molinillo" y a duras penas. Al llegar al avituallamiento que había al final de la cuesta él se paró y yo continué. Y ya no los vi más hasta la meta. Por lo visto un poco más adelante le habían dado unos fuertes calambres. En las bajadas pendientes y sobre todo cuando estaban bacheadas se veían muchos botes esparcidos por el suelo que los dueños no se paran a coger (la mayoría de las veces porque ni siquiera se han dado cuenta de que se les ha caído). También, y a pesar de todos los avituallamientos y respectivas papeleras y bombos de basura, se observaba basura salpicada por el recorrido: cáscaras de plátano, envoltorios, cámaras y algún dorsal perdido. Nada más salir de Setenil, comenzando el "Sendero de los Bandoleros", empece a sentir los primeros calambres, pero sin tener que parar. Cruzando el cuartel de la Legión, de nuevo calambres, pero subiendo piñones podía continuar. La subida a la ermita de Montejaque se hacía por detrás, desde el Mures, por el carril de tierra, donde al final, en el último kilómetro tuve que bajarme porque no podía hacerlo montado. A los lados del camino había muchos ciclistas parados: unos descansando a la sombra, otros con calambres, y alguno parecía estar muerto o cuando menos dormido, pues no se les apreciaba el menor indicio de movimiento. Pasé junto a un par de accidentados (uno de ellos con sangre en la cara) que estaban siendo atendidos por legionarios. Y para terminar, la cuesta del cachondeo, que tampoco pude subir montado. Pero una vez arriba sólo quedan las últimas pedaladas oliendo ya a meta. Mucho público te anima y te alienta, lo que te da renovadas fuerzas para entrar en los jardines de meta con la satisfacción de haber conseguido superar el reto. En la meta, el ladrillo: una placa cerámica como reconocimiento al esfuerzo realizado y a haber podido terminar. En ese momento no te importa ni el cansancio, ni los calambres, ni las cuestas que has tenido que subir a pie, ni el polvo que llevas encima. Sólo quieres un refresco y disfrutar de ese momento, habiendo conseguido terminar. Más tarde, viendo que algunos entraban con las ruedas embarradas, me enteré que a los que iban un poco más retrasados que yo les había llovido cerca del final. En meta me marcaron 6 hor. 18 min. 53 seg., con el puesto 171º en la general (de 1079), y 68º en mi categoría (de 393), lo que no estuvo nada mal para ser la primera vez. Logramos terminar la prueba 841 ciclistas.
Después de comer, recogimos diplomas y regalos, y de vuelta para casa. En el coche, más calambres, las anécdotas de la jornada y el común comentario de que "una y no más". Ya habíamos probado este jarabe y no nos quedaban ganas de repetir... Pero todavía no había hecho efecto el veneno... Justo una semana después, quien más y quien menos ya estaba planificando el entrenamiento para la siguiente temporada y esperando (para sus adentros) la inscripción de la V edición.

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