14 de diciembre de 2011

LOS BATACAZOS

Aunque el dicho afirme que "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra", no suele ser totalmente cierto, al menos en lo que se refiere al ciclismo. Cuando uno ha tropezado alguna vez con una piedra o un bache, es difícil que se le olvide dónde ocurrió, de manera que cuando vuelve a pasar por ese lugar toma las precauciones convenientes. Sería más exacto expresarlo de esta manera: "los ciclistas son de los pocos seres vivos que tropiezan dos (o más) veces en distintas piedras".
Que el ser humano tropieza y se cae es una realidad, y debe ser demasiado frecuente lo de rodar por los suelos cuando nuestro vocabulario tiene una considerable cantidad de palabras para expresarlo. Así, de pasada, recuerdo éstas: batacazo, cabezazo, carajazo, castañazo, cebollazo, costalazo, encontronazo, golpetazo, guarrazo, jardazo, leche, leñazo, panzazo, porrazo, talegazo, topetazo, tortazo, trompazo, vejigazo, zaleazo, zambombazo y zarpajazo. Cada una tiene sus matices, pero todas se refieren, de un modo u otro, al golpe sufrido tras una caída inesperada.
A pesar de que muchas veces se oye eso de "¡Qué caída más tonta!", las caídas nunca son tontas, sino imprevisibles. Tonta es la cara que se le queda a quien se levanta después de un batacazo: como de no saber qué ha pasado, de despiste. Después alguien dice eso de "Cada uno se baja como quiere" y el afectado esboza una mueca de sonrisa forzada.
La gravedad de las caídas es proporcional al tiempo que uno tarda en levantarse y volver a montarse en la bici. Cuanto menos tiempo en el suelo, menores son las consecuencias probablemente. Hay veces que la caída (de otro) ni la vemos: la sospechamos cuando en la siguiente parada atisbamos unos arañazos en su pierna o unos refilones en el maillot. Verlo y no verlo significa que ha tardado menos en levantarse que en caerse. Los daños son leves y, más que físicos, suponen el bochorno que se pasa por las risas que provoca y la guasa que hay que soportar posteriormente. En este caso no se echa ni un vistazo a la bici. Sólo se lleva uno la mano atrás, a los bolsillos del maillot ("Llevo el teléfono, llevo el monedero y las herramientas...") para cerciorarse de que no ha perdido nada. Y siete kilómetros más adelante se da cuenta que el sensor de la rueda se movió en la caída y no está marcando. El siguiente grado en gravedad se da cuando el ciclista termina sentado en el suelo, aturdido, repasando mentalmente, no sus bolsillos, sino cada parte de su cuerpo, a ver qué tal están. Los demás le ayudan a recoger el bidón y el bombín que han salido despedidos. Inmediatamente todos se preocupan por las consecuencias del batacazo, pero cuando comprueban que sólo tiene un raspón en el codo y un poco de sangre en la rodilla, llega el cachondeito, un poco más tarde que en la situación anterior, pero también llega. Luego se monta en la bici y continúa el recorrido, dolorido y magullado, pensando a ver cómo va a pasar la nochecita. Finalmente estaría el que ya no puede volver a montarse. El cebollazo habrá sido mayor o menor, pero las consecuencias alcanzan tal magnitud que le impiden continuar. Conozco y he vivido (en carne propia) alguno de estos casos mientras marchábamos en bici: esguince y fractura de tobillo; fractura de fémur; fisura y fractura de escafoides; fisura y fractura de radio o cúbito; luxación de hombro; fractura de clavícula; fisura de acromion; fisura y fractura de costillas; rotura de ceja. Hay hasta quien ha perdido el conocimiento. Cuando los compañeros se percatan de la gravedad, se ponen en marcha los mecanismos de evacuación que suelen finalizar ese mismo día o el día siguiente en el hospital. "¡Pasado mañana estoy montando otra vez...!", - es lo que pensamos todos. Pero cuando hablamos con el médico nos devuelve a la triste realidad: "Mínimo, quince días...! En esos primeros momentos no aparecen las burlas, porque aún es muy reciente el percance, pero con posterioridad pasará inevitablemente a las crónicas del "Maillot Betadine".
Algunos castañazos son memorables: uno que se fue al agua cruzando el río Campobuche y se levantó más rápido que se cayó (más por vergüenza que por frío); ése mismo, que en la misma ruta y después de volar sobre la bici fue a frenar con la rodilla contra una enorme roca; a uno, en la Sierra de las Nieves, además de caerse, le pasaron por encima y le dejaron grabadas en la pierna las marcas del plato; otro, circulando por La Teja, perdió el control y se fue al canal; a otro se le puso el tobillo como una pelota de tenis tras caerse bajando un rampón lleno de piedras por la Sierra de San Cristóbal; otro se estampó contra un poste de madera que estaba en el centro de un amplísimo carril, junto a las vías nuevas por El Puerto; lo de la muñeca de aquél es casi repetitivo (siempre amortigua las caídas de la misma manera); hay quien arriesgándose a bajar la Moronta casi como está ahora se partió la clavícula; un vehículo derrapando por la carretera del circuito le dio un coletazo a otro y le partió algo más que el maillot y la bici; otro, fatigado después de muchos kilómetros y pedaleando fuerte para llegar a Jerez en grupo apretado, se despistó, hizo el afilador y pegó un considerable talegazo; alguno, esquivando roderas y charcos muy pegado a otros, por las marismas de El Puerto, tuvo la suerte de aterrizar con el hombro sobre los matojos del margen del carril; también uno, circulando por el filito de cemento del canal para evitar el barro, se fue al agua; hace poco un cliente habitual del casino se llevó por delante la bici de un compañero y él tuvo que saltar casi a piola sobre el coche; y el último ha sido un alambre invisible de la valla de la autovía, entre la carretera de Arcos y Estella (si llegamos a ir en pelotón, hay montonera segura), que enganchó el manillar y frenó la bici en seco, con vuelo incluído.
Desde caerse casi parado junto al semáforo, estrenando por primera vez los pedales automáticos, pasando por meter la rueda en una rodera seca, derrapar en una cuesta abajo, patinar con gravilla, hacer el afilador, tropezar con cualquier obstáculo (piedras, raíces, postes, etc), eganchar el manillar (con ramas o alambres) y salir por encima, ... hasta incluso sufrir el alcance de un vehículo, todas pasan por perder el equilibrio y terminar en el suelo. Todos hemos conocido y sufrido en propia piel varios de esos casos, con más pena que gloria y con más miedo que vergüenza. Pero lo que más duele es tener que dejar la bici por un tiempo, con el trabajo que cuesta luego volver a coger la medio-forma, y acordarse, cuando es el día y la hora de la salida, de lo buena que está la tarde para dar una vuelta en bici.

2 comentarios:

  1. Decir cuanto me gustan los post de esta página sería reincidir.Valga el presente para desearle a mi compañero Manolín Bocanegra que se recupere pronto de la operación de rotura de fémur consecuencia de la caida sufrida el pasado Domingo.Habitación 317 Hospital de Jerez
    Manolo Barroso

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  2. Qué gran artículo!

    Un saludo de un compañero de pedales!

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