Dispuestos a disfrutar de otra fresca mañana de pedaleo, pusimos rumbo hacia La Barca para seguir buscando caminos por la zona de Majarromaque.
Hasta Magallanes, el recorrido habitual. Y al incorporarnos junto al canal observamos que éste iba hoy hasta arriba de agua, por lo que era el momento oportuno para seguir por allí con dirección a la Junta de los Ríos o Jédula. El tramo que rodea Garrapilos con tanta vegetación estaba precioso, incluso para hacer una parada técnica o darse un remojón. Continuamos hacia Majarromaque cruzando los dedos para que el carril no estuviera enfangado con el riego, aunque esta vez no pudo ser. Fernando hizo un intento pero en seguida tuvo que desistir. Así que optamos por bajar a la carretera y entrar por El Albarden para que los compañeros pudieran conocer una bonita finca, muy bien cuidada, con diversas edificaciones para labores agrícolas, un corredero para acoso y derribo, una magnífica villa completamente rodeada de árboles, con piscina y césped incluídos. Todo estaba muy tranquilo, hasta que de pronto empezaron a ladrarnos de lejos unos veinte o treinta perros encerrados en una jaula y con aspecto de servir de rehala. A los cinco minutos teníamos detrás a uno de los guardas (de nacionalidad extranjera) que muy educadamente nos informaba de que estábamos pasando por una propiedad privada, nos invitaba a abandonarla y nos advertía para que no volviésemos a pasar por allí. Disculpándonos continuamos hacia la Junta de los Ríos. Tomás nos comentaba que la finca debía pertenecer a Alfredo Erquicia (por las iniciales AE del vehículo) y nos explicaba un poco sobre el origen de aquella propiedad.
Más adelante fuimos enlazando canales, hasta localizar otro interesante carril que, después de hacer innumerables curvas y contracurvas, nos llevó hasta el mismísimo Majarromaque. Por el camino encontramos un lugareño rebuscando garbanzos a quien le preguntamos si continuar por allí o tomar otra dirección. Nos recomendó una salida directa a la carretera, porque por donde íbamos estaba muy malo. Fernando le dijo que con nuestras bicis podríamos pasar sin mucha dificultad, a lo que le contestó que él conocía bien todo aquello porque tenía una Lapierre de 29 y todos los días hacía 60 o 70 kilómetros. Estupefactos nos quedamos. Menos mal que no le hicimos caso, porque por allí había unas frondosas higueras cargadas de higos de los que dimos buena cuenta. Cuando salimos del pueblo decidimos investigar otro camino que parecía discurrir junto al Guadalete por la abundancia de álamos y vegetación. Cuando más entusiasmados estábamos se acababa el carril frente a un sembrado y continuaba por un lado un estrecho senderito. Pensando que ese era el paso avanzamos unos treinta metros hasta comprobar que las ruedas estaban repletas de abrojos. Parón. Marcha atrás. Pero ya era tarde. Los que no llevaban cubiertas tubelizadas tenían las ruedas completamente desinfladas: delante y detrás. Yo le quité más de veinte a cada rueda, y los demás otro tanto. Cada uno fue poniendo lo que tenía y ayudando en lo que podía. Así que con lo puesto nos dirigimos hacia La Barca para meterle un poco más de presión a las ruedas y poder terminar en condiciones.
De vuelta tuvimos que parar otra vez para poner parche a un nuevo pinchazo, porque no quedaban más cámaras. Tantos días sin avería alguna que hoy tocaba.
Conque por una finca privada llena de perros.....! Seguro que no iba Pepe Robert ! Y nadie llevaba las famosas camaras antipinchazos ? Desde la endibia de no poder salir por las mañanas esos pinchazillos de hoy me reconfortan.....jijijiji ! Es broma !
ResponderEliminarExhaustiva y exacta crónica, Angelmari.
ResponderEliminarParece mentira que a estas alturas los inoportunos y punzantes abrojos nos pasen inadvertidos, pero resulta que los muy puñeteros cambian de aspecto cuando se secan. De ahí lo de "abrir los ojos" de los abrojos. Menos mal que nos apañamos con lo que llevábamos, aunque cierto hombre de poca fe se veía llamando a su santa y teniendo que meter la 29 en el Audi. Una anécdota con final feliz. Nosotros también "Podemos".
Por otra parte, el abordaje del guarda de El Albarden, correcto pero con cierto tufillo caciquil al nombrarnos un par de veces lo de llamar a la Seguridad. ¿Tenemos nosotros pinta de sospechosos?. Bueno, vamos a dejarlo ahí.
Finalmente, la exquisitez de los higos hizo que mereciera la pena la ruta, a pesar de los infortunios varios.
Mañana más, pero no mejor porque es imposible.