20 de septiembre de 2015

CRÓNICA EN AZUL* (LA PURA REALIDAD)

* En azul, como azul era la línea del GPS (Global Pochichionin Chistem) que indicaba el camino que realmente íbamos tomando.
La mañana comenzaba bien. En el lugar de concentración todo eran saludos, risas y bromas con las zapatillas de Tomás. Hasta que pronuncié el nombre de la Palmosa. Carlos, impaciente y sorprendido, mostraba su enojo por tener que parar a desayunar.
Pero, por poco que me guste retrasar la salida, el desayuno en la venta forma ya parte inherente al ritual de toda ruta que comience fuera de Jerez. Y en La Parada, a pesar de lo temprano del día, los dos camareros de mostrador se afanaban intentando atender a la multitud de clientes que a esa hora se les agolpaba en el salón: los vasos sucios sin retirar, la barra llena de pringue, el café ardiendo, el mollete semicrudo, la rebaná quemá, el anís derramado fuera de la copa... Pero todo se disculpaba con los geles energéticos en forma de mermelada con los que nos obsequiaron.
Por el camino notábamos que el aire iba zarandeando ya a esa hora las ramas de los arbustos de la autovía. Y un amplio frente de oscuridad al fondo mostraba el levante fuerte que soplaba por el Estrecho. Nuestra esperanza era que dentro del bosque no se notara tanto el azote del viento.
El segundo ritual de toda gira es la foto de grupo antes de subirse a la bici. Y como hay quien se acicala más, tanto meter bulla para arrancar hizo que alguno saliera en la foto a medio vestir. Por fin comenzamos, sobre la hora prevista, con la mente puesta en los seis kilómetros de cuestas que nos esparaban nada más empezar hasta llegar al Pto del Membrillo. De manera remolona y curva tras curva alcanzamos el puerto, comprobando que en los descampados el viento soplaba con intensidad, aunque no resultaba del todo desagradable. Antes de llegar al Pto. de la Alcoba el pelotón parado parecía indicar que se había producido alguna caída. No era sino que a Félix le había picado un avispón en el cuello y allí andaban los menos presbícicos hurgando por si quedaba algún resto de aguijón. Sólo ofrecerle Carlos un remedio casero a base de barro y urea, para que inmediatamente se subiera a la bici y reanudase la marcha. Pero ese incidente había sido (en aquel momento todavía no lo sabíamos) el presagio de lo que nos esperaba a lo largo de toda la jornada.
Arnao nos recibió con su serenidad habitual. Atravesar el quejigal bajo la quietud de sus ramas resultaba una delicia para los sentidos, impulsándonos a contener las voces y bajar el tono. Aquí Juan insistió en fotografiar a alguien subido a la enorme rama de un quejigo-candelabro, pero preferimos evitar las acrobacias y retratarnos con los pies en el suelo. 
Un poco más adelante un nutrido grupo de vacas retintas recién levantadas (algunas perezosas todavía permanecían tumbadas) ocupaban el camino. Y con más miedo que vergüenza (las gargantas hinchadas de orgullo. Los huevos de corbata, vamos) empezaron los habituales comentarios de "Pasa tú que a mí me da risa", "No corras que es peor" y algunos otros por el estilo. Qué sueño no tendrían que las pobres no dijeron ni mu, ni tan siquiera volvieron las cabezas a nuestro paso. Y tras dejarlas atrás, todos los expertos en el cruel arte de la tauromaquia manifestaban su vasta sabiduría sobre las reacciones de los astados en libertad, el peligro de las reses en períodos de cría o los diferentes quites a los astifinos.
Continuábamos poco a poco ganando altitud. Y con el esfuerzo, el sudor. Y con el sudor... ¡las moscas! ¡Qué digo moscas! ¡Tábanos!
Por aquel entonces el GPS del guía comenzó a mostrarnos su muestrario de colores, informándonos de que había un desajuste entre la ruta trazada y aquella por la que circulábamos. Pero en breves instantes se reposicionó y volvimos a la senda deseada.
 
Pasamos Los Gavilanes, atravesamos las Lomas de Cámara y llegamos junto a la Torreta, todavía no obsesionados por los tábanos hembra. Alcanzamos el inicio del tramo asfaltado que llega a Jimena y bajamos hasta la altura de un desvío que nos dirigiría a las lomas de El Padrón. Aquí, al resguardo de unas rocas hicimos un avituallamiento. Avisando de que venía a continuación un descenso de fuerte pendiente, Tomás decidió no parar para afrontar la bajada con más tranquilidad. A eso nos unimos Fernando, Manolo y yo. 
Comenzamos una pronunciada bajada hacia los arroyos de Garganta Honda y Guadarranque. Así hicimos la primera parte de la bajada, hasta llegar a una bifurcación donde esperamos para evitar equivocaciones. 
 
El siguiente trecho de bajada era mucho más pendiente, de modo que no nos vimos el pelo hasta el fondo de la garganta, cuando ya comenzaban los primeros tramos de ascenso. Y en la subida, obligados a pedalear lentamente por el desnivel y sudando por el esfuerzo, empezó la verdadera tortura: el enjambre de tábanos* que constantemente nos sobrevolaba y a cada momento nos picaba.
(*La mayoría de tábanos tienen hembras hematófagas, esto es, que se alimentan de la sangre que extraen de vertebrados… En su búsqueda de alimento se orientan por siluetas y colores. Por ello las hembras de los tábanos son atraídas antes por las personas que llevan ropa oscura y los animales cuya capa es igualmente oscura, sobre todo si transpiran activamente, que por los de colores claros… Los tábanos atacan las zonas descubiertas de su víctima no importándoles si éste los descubre o no. La picadura es dolorosa, y deja enrojecida la zona afectada causando ocasionalmente inflamación, enrojecimiento y picor… Su aparato bucal es lo suficientemente fuerte y largo como para atravesar la piel de caprinos, burros o caballos… Son un poco menos ágiles que otras moscas, pero aun así siguen siendo rápidos).
Fue la plaga de toda la ruta. Han debido eclosionar por cientos tras las lluvias del pasado miércoles. Y vaya día que nos dieron. En las zonas abiertas hacía viento. En el interior del bosque no, pero había tábanos. En las bajadas, entre el aire y la velocidad no se apreciaban, pero los había. Y cuando los notabas ya era tarde. Una punzada que iba subiendo de intensidad te avisaba de que ya estaban chupando. Y si no podías soltar las manos en ese instante pues había que seguir sufriendo la picadura hasta mejor momento para espantarlos. Revoloteando constantemente. Y los zumbidos junto a la oreja. A veces varios al mismo tiempo, no sabiendo a dónde atender primero. Y si te parabas, peor: una nube. Tal era el paroxismo que había quien decía preferir las cuestas o el más fuerte levante ante que las moscas. Llevaban razón. Hasta al más comedido se le escapó alguna maldición hacia los parásitos.
Para colmo a Manolo le dio por repetir el desayuno, maldiciendo mil veces la manteca colorá y echando de menos la moderación de un aceitito frugal. Entre eso y las moscas llevábamos el seso sorbido. Al cruzar el arroyo de Guadarranque el GPS nos indicaba que debíamos continuar por el mismo cauce del arroyo, según el trazado marcado, pero el sentido común nos empujaba a continuar mejor por la pista. Y de pronto, tras una revuelta del camino, aparecen dos vehículos bajando apresuradamente hasta casi tirar de la bici a algunos de los compañeros. Pararon bruscamente y saltó de uno de los coches un demonio camuflado de hojitas, apoyando su rifle (también con disfraz incluído) en el coche, zamarreando la bici de Félix y dando voces en una jerga extraña. Cuando bajó el conductor del otro vehículo (de camuflaje igualmente) comprobamos por su habla que también era extranjero. Y éste, con mejor tono, intentaba explicarnos que no debíamos estar pasando por allí, porque habían pagado una sustancial suma de dinero para reservar aquella zona (nuestros montes) para matar cuanto venado cruzara bajo su mira telescópica. Mientras, el otro, el auténtico y único venado disfrazado de matorral, no paraba de dar saltos y gesticular, llegando incluso a arrancar una rama, golpear con ella el suelo y lanzarla como gesto inequívoco de intimidación o amenaza, al más puro estilo de los primates en 2001: Una odisea en el espacio
Bajo ningún concepto querían que continuáramos por allí. (Y dale que dale con los aspavientos, las patadas y los insultos). Pero la sola insinuación de que más fastidio íbamos a ocasionar teniendo que desandar lo andado que quitándonos lo más rápidamente posible del sitio, terminó por disuadirlos de su empeño. Continuamos nosotros para arriba y ellos para abajo, no sin antes disculparnos, comprometiéndonos a no meternos de nuevo por allí (no al menos en época de moscas. Eso seguro). 
Poco más adelante, abstraídos con el incidente, nos saltamos el camino correcto y comenzamosa bajar por un angosto sendero que cada vez se estrechaba más. Hubo quien, tembloroso por el esfuerzo realizado, o por la visión fantasmagórica del monstruo, dio con sus huesos en tierra, y quien estuvo a punto de dar. En una clarita del sendero hicimos concicliábulo de pastores para decidir el rumbo, porque el GPS mostraba ya por allí todo un arcoiris de colores. Salieron a relucir móviles de última generación cada uno con su sistema de orientación por satélite inmejorables. Pero allí estábamos, aturdidos, desorientados y cansados. 
Carlos nos dijo que se había asomado un poco por el sendero adelante y no tenía perspectiva de continuidad, por lo que decidimos regresar hasta el punto anterior correcto. Pero era cuesta arriba. Por el angosto sendero Juan fue el único que se atrevió con la trialerita completa. Los demás bastante teníamos con arrastrarnos tirando de las bicis. (Todo ello amenizado por la sonora música de los tábanos pegajosos).
Hasta que retomamos el camino, ahora sí, correcto. Y por otro sendero menos empinado creado en la solana de un cortafuegos llegamos hasta una malla cinegética que había que saltar. Como era alta, Sergio se ofreció a quedarse arriba e ir pasando todas las bicis. Pero como él mismo dijo, allí subido parecía una Tórtola Meinata (ave columbiforme propia de la localidad de Medina Sidonia) que iba a servir de diana al esperpento del camuflaje al que nosotros habíamos diagnosticado su procedencia rusa. Y cómo no: tras las bicis, los dueños. Había espectación por ver las trazas que cada cual se daba para no hacer el ridículo en semejante trance, o no acabar con el arañazo en la pierna o el culote desgarrado. Desde allí una pista muy amplia nos conduciría apenas sin desniveles hasta las Lomas del Padrón, dejando a un lado primero la desviación hacia el Cortijo de San José o Casas Nuevas y más adelante al otro la torreta de vigilancia del Padrón. Por aquí el viento soplaba intensamente, empujando con fuerza las bicis pero provocando también algunos bandazos.
Tras ayudarnos Sergio de nuevo a pasar las bicis sobre la última cancela que íbamos a encontrar, ya todo era cuesta abajo hasta los coches. Primero un par de kilómetros hasta el Membrillo y después otros seis para finalizar la ruta. Entre el cansancio, los ajetreos de la jornada, la tortura de las moscas, la sed, el hambre y las prisas, la gente cogió para abajo como un tiro, sin esperar ni al viento. Y ya en la venta algunos quedaron tan sugestionados por el arroz de paella y las papas aliñás que olvidaron las prisas y decidieron estirar un poco la jornada en favor del apetito.
P.D.: Imposible volver a los montes hasta después de las lluvias. (Ni con camuflaje).

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