10 de mayo de 2020

(G.C.C.) LEONARDO DA FRANCCI

Leonardo da Francci, hombre del Renacimiento cuya curiosidad infinita sólo ha sido equiparable a su capacidad inventiva, gozó de un privilegiado talento que lo llevó a desplegar sus extensos conocimientos por las múltiples disciplinas del saber.
Filósofo jamonista, arquitecto de radios, esmerado pintor, dieztífico, científico y hasta miltífico, ingeniero nuclear, inventor y otras múltiples ocupaciones, su cabeza era un continuo hervidero de ideas en parangón con su lengua. A da Francci nunca le gustó que nadie lo aventajara en nada. Siempre quiso ser el primero. Siempre iba por delante. Por eso de él se dijo que fue una persona muy adelantada a su tiempo. Sus ideas no habían acabado de nacer cuando ya las dejaba atrás con otras nuevas. Tal era su afán por correr y adelantar que, como no podía ser de otro modo, participó en numerosas competiciones deportivas. En el mismo sentido y tantas eran sus ganas de aligerarse que a él se le atribuye el primer prototipo de bicicleta. El diseño que realizó mostraba un artefacto con dos ruedas con rayos, una delante y otra detrás, un asiento, dos pedales, un manubrio y transmisión por cadena. ¿Han cambiado en algo esas máquinas desde entonces hasta la actualidad? 
El retrato, cuya autoría se deba probablemente a algún discípulo, muestra a un da Francci sonriente, en su madurez, con larga melena y barba ya canas, sin el gorro con el que era habitual verlo por la ciudad, vestido con una gruesa túnica de faena.


Siendo muy joven comenzó a despuntar como aprendiz en distintos talleres artesanales, donde gustaba pasar gran parte de su tiempo, descubriendo áreas tan variadas como mecánica, metalurgia, carpintería, pintura, etc. Sus primeros trabajos de importancia los emprendió en la localidad de Xeresse al servicio del duque de Garcijarana. Para este mismo y su familia realizaría luego multitud de encargos, pero finalmente diversas controversias con los hijos del duque le hicieron abandonar la corte. Se exilió a la aldea italiana de Gibalbini, pasando temporadas puntuales en Chipionni y Bolonia (lugar este elegido sobre todo para pasar los veranos), pero sin abandonar en ningún momento su frenética actividad. Finalmente se estableció en la villa fronteriza de Jerezzo donde desarrollaría la mayor parte de su creación.
Tras haber montado su propio estudio recibía constantemente multitud de encargos de toda índole que analizaba minuciosamente para dar respuesta adecuada a cuantos cometidos se le iban planteando, desde pintura de cuadros (cabe destacar su afamada obra conocida como La Giantconda) hasta complejas estructuras mecánicas (transmisiones, engranajes, ruedas, ruedas dentadas, palancas, bielas, ejes, émbolos, pasadores, sistemas de suspensión, etc), de las cuales dejó innumerables apuntes y dibujos en los que mostraba su capacidad de investigación y su ingenio creador. Cuanto más complicado fuese el encargo mayor era el reto que eso le suponía y no descansaba hasta encontrar una solución válida. Su taller era un recinto abarrotado de estantes, repisas, anaqueles, mesas de trabajo, bancos, caballetes, soportes, máquinas, herramientas, arcones, cofres, cajas, cajones, gavetas y recipientes donde se podía encontrar de todo, desde el artefacto más grande hasta la pieza más pequeña. Pero todo ordenado y limpio como el ojo de un pollo. Y más ordenado aún en su cabeza, donde tenía registrados, inventariados y ubicados cada una de los objetos que allí se podía encontrar.
Además de la cantidad de bocetos de todo tipo que dejó sobre los innumerables proyectos que abordaba, destacaron obras pictóricas suyas como "La Giantconda" (por encargo de unos nobles interesados en sus prototipos), "La última ala-cena" (de su taller), "El hombre que Vi turbio "o "La dama deja ar niño", entre otras.
Entre sus inventos más destacados cabe señalar una ingeniosa máquina de hablar y a la par otra similar máquina de escuchar, para cuando las personas no tuvieran cerca algún conocido con quien dialogar, o un dispositivo auricular para mantener conversaciones a distancia (que denominó pingüinillo). También inventó un complejo mecanismo para no roncar por las noches, unos flotadores que sujetaba al cuerpo cuando disfrutaba de sus apetecidos baños de mar o una especie de hisopo que, inmediatamente, con solo acercarlo a los objetos, les retiraba toda la suciedad, polvo, humedad, manchas, salpicones, etc, restituyéndolos a su estado original.
Como investigador también se adentró en teorías científicas como la de la gravedad, a la que dedicó mucho tiempo y muchos ensayos, probando las formas más efectivas y simples de evitar caídas montado sobre artilugios en movimiento o procurando no acabar por los suelos desde lo más alto de alambradas y cancelas.
Durante los últimos años se dedicó  a investigar la capacidad y los efectos de determinadas sustancias  en la estanqueidad aérea de algunos recipientes rotatorios, así como su utilidad en la dinámica y la industria de la automoción. Del mismo modo estudió mejor que nadie los beneficios de la propulsión galvánica aplicados a la mejora de resultados en la práctica deportiva.

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