Transcurría el año de gracia de
mil novecientos "nosequé" (el siglo pasado) cuando realizamos la que
recuerdo como primera ruta oficial fuera de Jerez: la Ruta de las Vacas. Esta ruta la diseñó Juan Antonio, siendo una de sus primeras incursiones serias en la BTT.
Gran parte del recorrido
fue por carretera, pero el tramo de campo resultó verdaderamente
"montuno", pues tuvimos que esquivar vacas bravas, sortear
innumerables piedras y rocas en unos senderitos sólo aptos para las
cabras, pasar por zonas donde la hierba llegaba hasta los ejes de las
ruedas y no se veía el suelo, atravesar cauces de arroyos con la bici
al hombro y esquivar muchos obstáculos naturales.
El trazado partía de El Descansadero (Benamahoma), en los Llanos del
Campo, y tras subir un par de kms. por la carretera en dirección a
Grazalema, se adentraba por la amplia pista que sale a la derecha en
dirección a los Caseríos del Boyar. Antes de llegar a este caserío y
rodeando la cara este del Cerro de las Cuevas, se pasaba junto al
Caserío Basco y más adelante cerca de la Casa del Escribano. Marchando
muy próximos a los arroyos Tavizna y Pajarito, se llegaba junto al
Molino de la Angostura, y tras pasar el Pontón, el sendero abandonaba el
borde del río para llegar en unos dos kms. a la carretera, un poco más
arriba del antiguo camping de Tavizna. Una vez en la carretera de
Ubrique, continuábamos hacia la derecha con dirección a El Bosque, y
desde allí hasta el Descansadero de nuevo.
A esta ruta fuimos siete
personas: cuatro, de los primeros componentes del núcleo que continuó
la evolución hasta el actual grupo: Joaquín S., Manu Porrones (que hizo
la foto y no sale), Pepe R. y Diego; y otros tres que nos habíamos
incorporado a la BTT con posterioridad: Javier G., Juan Antonio y yo.
El vehículo de transporte fue la Nissan Vanette de Porrones, quien la
ofrecía amablemente al grupo para los desplazmientos fuera de Jerez, y
la decoraba para la ocasión con variadas flores del tiempo y ramitas de
lentisco (para ir haciendo boca).
Por la indumentaria se
puede comprobar lo incipiente que estaba entonces la práctica de esta
actividad: camisetas de deporte, sudaderas, chubasqueros y, despuntando
ya, algún maillot ; los culotes (indispensables) cortos y largos,
conviviendo con mallas; las zapatillas (de deporte, por supuesto, no de
bici) sin calas, porque todavía no se usaban pedales automáticos, sino
rastrales y punteras; el uso del casco sí estaba generalizándose,
aunque había quien llevaba chichonera, casco de moto adaptado, los
primeros Bell (lo mejorcito del momento), o el OGK "postsoviético" que
era como una seta sobre la cabeza, y ninguno de ellos con visera;
guantes variados: de bici, de gimnasio o incluso de portero de fútbol; y
gafas quienes tenían tradición, por las motos.
En cuanto a las bicicletas, era también lo que había: creo recordar una
Orbea Mustang, tres Boomerang Tikal II, una BH y una Kona (todas de
cromoly, por supuesto, menos la BH. El aluminio se limitaba a bielas y
platos, bujes, tijas, frenos, manillar, potencia y poco más), sin
amortiguación delantera (las dobles ni se imaginaban), con siete
piñones las que más, y alguna, en lugar de pulsadores de cambio, con
Grip-Shift o incluso la palanquita sobre el manillar. El grupo Deore DX
era en aquel momento una maravilla (lo que llamábamos "carne de
perro") y lo habitual era el Shimano Alivio y el LX (¿existía alguna
otra marca?). Bajo el freno delantero llevábamos un reflectante y los
catadióptricos de las ruedas se los quitábamos al segundo día porque
dejarlos era de globeros.
Los primeros kilómetros de asfalto y ascendentes nos sirvieron para ir
entrando en calor. Al poco de comenzar por la pista hacia los caseríos
del Boyar había surcos secos que me provocaron una caída y el estreno
del casco, al que se le clavó una piedra. Cerca de la casa de Bartolo
(el cabrero) había unas vacas bravas que tuvimos que ir evitando, con un
ojo en el camino y el otro en los animales. Más adelante, zigzagueo por
el senderito entre pedruscos y rocas, teniendo que echar más de una vez
el pie a tierra. Atravesamos una amplia zona donde se perdía de vista
el camino porque estaba completamente cubierto de hierbas, plantas y
flores, de manera que intuíamos cuál era la dirección, pero no veíamos
el suelo, por lo que las bicis rodaban a la ventura: cualquier obstáculo
bajo las ruedas hubiera supuesto un "florido batacazo". Pero lo
icreíble fue cuando, atravesando un arroyo medio seco con las bicis al
hombro, al pasar el tercero o el cuarto sobre una enorme roca lisa, ésta
se movió de repente, haciendo perder el equilibrio al que pasaba en ese
momento. Resultó ser una enorme marrana que dormitaba en el lecho del
arroyo y que tenía el mismo color que todas las piedras del lado. Y lo
curioso fue que le habíamos pasado por encima dos o tres personas
cargando las bicis... ¡y no se había inmutado!
Ya en la carretera sólo quedaba llegar hasta El Bosque, con algún que
otro repecho, y continuar hasta Benamahoma y el Descansadero. No
habíamos previsto que este último tramo es casi todo ascendente, de modo
que, a partir de El Bosque, cada cual cogió su marcheta y fuimos
llegando al coche de uno en uno.