Hoy hemos continuado buscando caminos nuevos. Y a poco que nos desviamos de los itinerarios habituales, son muchos y muy variados los paisajes que encontramos.
Ya antes de empezar uno de los compañeros renunciaba a la ruta por avería en una rueda. Los demás nos íbamos en coche a La Suara para empezar allí. El destino, la torre de Lascuta. Las variantes, la Cañada Real de Salinillas, a la ida, y Sierra Alta y Loma de las Vacas, en Paterna, a la vuelta.
El recorrido ha resultado fácil, con tramos de cuestas, algunos de arena y buenas bajadas.
Una mañana fe-no-me-nal, con un vientecillo fresquito a primera hora, que cuando desapareció nos pilló ya al amparo del aire acondicionado de los coches, afortunadamente.
ResponderEliminarEl recorrido ha resultado fácil, como dice Angelmari, pero no tanto. Lo de algunos tramos de arena, yo lo sustituiría por algunos sin arena. Y lo de bajadas buenas por lo de una canalla, ante la que Tomás echó pie a tierra un buen cacho antes llegar a ella. Y lo de tramos de cuestas, bueno eso sí, luego de lo sufrido en la subida a la Silla del Papa.
Por lo demás, la torre de Lascuta, aparte de suscitar las inevitables citas históricas, lo ideal del emplazamiento y algún comentario del de siempre respecto a un rebaño de ovejas a la sombra de la torre (que si parecían Delikados o Mantekas o todos juntos), nos sirvió para extender cuanto pudimos las vistas e imaginar a dónde llevarían aquellos carriles, veredas, cañadas y/o coladas que se divisaban a lo lejos. Con las siempre instructivas explicaciones de Angelmari, que habla de todo aquello como si fuera suyo, y con un “tenemos que volver otro día y comprobarlo”, pusimos la marcha atrás.
Primero pasamos por una zona de bosque de alcornoques, encinas y eucaliptos, que los lugareños han tenido el acierto de convertir en zona de recreo o merendero, próximo al cual hay lo que queda de un camión de unos cincuenta años (la gente aparca en cualquier sitio). Deben saber allí muy bien la tortilla de papas y los filetes empanaos y la cerveza. Y debe ser espectacular el paso por allí de los que participan en el tramo libre de la ciclo de Paterna dentro de unos días. Yo voy.
Luego pudimos aprender de la amabilidad y facilidad de comunicación de un hombre, medio ermitaño, que ha construido una cabaña tan coqueta, que hasta suscitó nuestro interés por hacerle fotos. Un hombre que vive allí como un rey, perdón como un señor, a no ser porque unos mastines le dan algunos sustos cuando va a por agua a la próxima fuentecila del “Cañuelo” , que, asegura, ser la mejor agua del mundo, sin exagerar. Tomás quiso comprobarlo, pero la idea de tener que lidiar con los perránganos le llevó a preferir la de Fontvella en un bar de Paterna. Tiene el de la cabaña solo una Puch de treinta años que anda como nueva y un televisor también, porque con algo tiene que envenenarse, digo yo. ¡Ah! y una vez estuvo en Jerez (tampoco se pierde mucho) para un litigio, como no podía ser de otra manera.
Más tarde, el paso por Gigonza nos confirmó el acierto que tenía la gente de antes en elegir el lugar de sus asentamientos. Se trata de una fortaleza medieval muy bien conservada, que tenía en sus alrededores unos baños, que, lástima, hoy no estaban operativos, con la “fartita que nos hacían”.
El descenso hasta la carretera de Paterna hubiera hecho las delicias de Joaquín, el de la bici averiada, emulando en las curvas al mismísimo Márquez. Vamos, como el otro Joaquín. Mientras bajamos y a lo lejos pudimos observar el Monte de la Cruz, pero dejamos para “mañaaana” subirlo.
Una ruta divertida y completa a la que solo faltó que el restaurante de La Suara estuviera abierto para sellar con una cervecita tan fe-no-me-nal.
Gracias Angelmari.