Empezaba bien (como siempre lo hemos conocido), pero poco a poco se fue estrechando, formando un túnel de cañas al principio, un senderito en el que había que pasar de uno en uno luego, un arrozal inundado en el que las ruedas chapoteaban sobre la hierba más tarde, y finalmente un espesísimo mar de sargazos y rastrojeras donde resultaba imposible no acabar con las piernas llenas de arañazos y los ejes de las ruedas reliados de ramajos. Ya nos lo avisó Francis, pero no le hicimos caso.
(Fotografías de Juanma C.)
Nunca, para mi gusto, ese carril tuvo mayor atractivo. Esa vegetación inundándolo todo hasta hacerlo casi intransitable es un bien escaso que debemos valorar, aunque entiendo que los de mayor estatura le pongan pegas a la hora de pasar bajo las cañas. Lástima que el resto del recorrido perdiera la imagen de hace solo un mes y medio en el que parecía que atravesábamos un trigal muy crecido. Y es que el estío hace de las suyas o tal vez sea debido al uso abusivo de pesticidas, que tanto perjudica a la fauna y flora de esta tierra nuestra de María Santísima y da esa imagen de secarral precoz.
ResponderEliminarNo obstante, el posterior desayuno en La Barca contribuyó a reponer las fuerzas perdidas en tan peculiar camino. Por cierto, un desayuno en la plaza donde se estaba montando la Duatlon que se celebraría por la tarde con numerosa participación de duatletas y gran animación por parte de muchos barqueños y barqueñas que acudieron a animar a tan sacrificados deportistas. Es menester darse cuenta la de eventos que se organizan en pueblecitos a poco que todos los grupos deportivos estén dispuestos a colaborar como si fueran uno solo. Admirable y envidiable.