Como no acababa de despegarse paré a quitar el pegotón y vi que era algo clavado (y bien clavado) porque no había manera de arrancarlo. Además, si lo sacaba podría dejar un enorme agujero en la cubierta, imposible de taponar con el líquido.
Juan Soto me dejó unos alicates (¡gracias, Juan!) para cortar el ramajo a ras de cubierta y dejar el palo dentro como si de un tapón se tratase, a ver si aguantaba. Y aguantó (no sé cómo). Aunque llegué de vuelta con la rueda ya cachetona.
Y cuando la desmonté para arreglarla vi el pinchito que tenía dentro: ¡una katana a mala idea!
¡Uno de los clavos de Cristo!
ResponderEliminar¡¡¡AMENNN¡¡¡¡
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