Antonio tenía un asignatura pendiente con la Sierra Norte. Y esta vez estaba dispuesto a que no se le olvidara ni el mínimo detalle. Así es que a la seis de la mañana estaba repasando la lista de bártulos. Tanto repasar hizo que se quedara dormido y lo que se le olvidó fue despertarse. Por fortuna un leve movimiento le hizo clavarse un objeto duro en el costado y se despabiló. Era el eje pasante de la rueda delantera de la bici que se lo había metido en el bolsillo del maillot.
Primera estación.
La convocatoria decía que a las siete. Entendí que era para salir. Pero resultó que era para la primera tertulia, la más temprana: esa de ¿Quién viene? ¿Quién falta? ¿Habíamos quedado aquí, verdad?¿Has estado allí antes? Dan lluvia a partir de las cinco. Muy fresco vienes tú. A esa hora, ni la mitad del tropel: Juan, Rafa con tres amigos y yo. La otra mitad, aún por llegar. En definitiva: que, a pesar de lo cerca que está Gibraltar, la puntualidad brilla por su ausencia y es imposible salir antes de las 7,20.
Finalmente, trece en ruta con dirección a Constantina. Saliendo de la provincia ya comenzó a aparecer la niebla y llegando a la circunvalación de Sevilla espesó bastante más.
Segunda estación.
La idea (la primera) era realizar el recorrido sin pausas hasta la ermita del Robledo. Luego, ya con las bicis, bajar al pueblo y desayunar en cinco minutos. (¿Trece desayunos en cinco minutos? Bueno. Cosas más difíciles se han visto.) A la entrada de Lora del Río giran todos para entrar en el pueblo, excepto yo que continué por la circunvalación con dirección a Constantina. Se equivocaron todos. El único que no llevaba el paso cambiado era yo. ¡Qué habilidad! Como imaginé que iban a desayunar allí, di la vuelta en la siguiente rotonda y me volví a buscarlos. Buen desayuno en la peña bética, con un pan recién horneado y un zumo recién exprimido. El guía avisa a los navegantes que ¡ojo! porque en Constantina hay que seguir la indicación de S. Nicolás del Puerto hasta el cruce que sube a la ermita.
Tercera estación.
Ya rondando las diez de la mañana, junto a la puerta de la ermita, vamos soltando las bicicletas de los amarrijos y vistiéndonos con las mejores galas para la ocasión. Pero Paco y su cuadrilla no hacían acto de presencia. Aparecen cuando ya prácticamente todos estábamos montados en las bicis, diciendo que habían estado buscando una panadería. Más bicicletas para fuera, más vestimentas, más plátanos y más geles. Me dio tiempo a hacer cerca de tres kilómetros carretera arriba, carretera abajo. Bueno, así iba calentando. ¡Pero eran ya las tantas! ¡Ah! Antes de empezar, que no falte: foto de grupo, incluido el enorme mastín que quería quedar inmortalizado. Francis, con el culote a medio poner y trabado, casi echa a rodar a los pies del mastín.
Cuarta estación.
Saliendo del pueblo, en plena subida por los castañares alguien echa de menos a Paco e hijo.
-Vienen detrás.
Pero casi inmediatamente suena el móvil de Antonio (♪ Tratará tará tatará tatá ♫).
-Es Paco. Que dónde estamos.
De nuevo parón y espera a los rezagados. Caminito palante y patrás. No llegan. Más caminito palante y patrás. Nada. Por fin vienen y podemos continuar. Salimos del castañar. Alguno, viéndolo pelado, pensó que se trataba de calistros. Cruzamos un quejigal y alcanzamos la amplia pista que desciende vertiginosamente hacia la finca El Título. La primera cancela estaba abierta. Incluso nos saludaron al pasar. Pero la segunda estaba cerrada. Y detrás, el coche del guarda, no sé si con él dentro o fuera, pero daba igual.
Quinta estación.
Haciendo conjeturas sobre si lo mejor era desandar lo andado (¡No por dios!), saltar cancelas y alambradas con los modelitos, arriesgándonos a la consiguiente prohibición y/o bronca del guarda, o encomendarse a san guguelmap, aparecieron de repente junto a nosotros dos ciclistas como dos ángeles caídos del cielo, sudorosos por el repechón que acababan de subir. Fernando vio el cielo abierto (quiero decir, la cancela abierta) y no escatimó porfavores solicitando una preciosa información que nos evitara todo lo anterior.
-Sí. Por aquí se baja hasta la ribera. Hay cancelas, pero se pueden abrir.
-♪ Gloria, gloria. A - le - lu - ya ♫ -repetíamos todos a coro.
Comenzaba una serpenteante bajada por dehesas, entre arbolado y prados verdes, que para mí sería el tramo más bello de toda la etapa. Siguiendo las rodadas de los dos ángeles vi que algunos del pelotón se habían metido por donde no era. Otra cancela. Un túnel con todo el suelo anegado de lado a lado pero que se atravesaba sin problemas sobre la bici. Más fotos. Otra cancela, otro arroyo y otro parón, esperando a los de las fotos. El paisaje por aquí era espectacular: el bosque, la hierba húmeda, los arroyitos cruzando el camino, una luz estereoscópica, el canturreo de los pájaros, tramos de repecho y tramos rápidos. En definitiva, una delicia. Sólo por ese trecho merecían las pena las cuatro horas que íbamos a hacer de coche.
Andurreando absortos junto a la ribera del Huéznar llegamos a un paraje que creía recordar. Efectivamente. Se acababa el camino y había que seguir, atravesando el río (por allí más caudaloso) hacia la fábrica de El Pedroso.
Sexta estación.
De nuevo punto de reunión. Fernando me dice que no es por allí, sino en dirección contraria, ¡pero que como íbamos tan ensimismados...! Es igual. Media vuelta y para atrás. ¡Es tan bonito el sitio que no me importaría haberme equivocado varias veces! Fran, con guasa, me susurraba que el sabía de quién había sido el error. Y yo le respondía que disfrutara del sitio y que no pusiera más faltas. Marcha atrás llegamos hasta el último arroyo cruzado y allí Fernando se dio cuenta que había una cancela que nos habíamos pasado anteriormente y que nos ponía en buena dirección. Atravesamos un precioso y tupido sendero en la más rigurosa fila india, esquivando ramas de zarzas y con algún frenazo brusco. Tras cruzar bajo otro túnel (éste bastante oscuro y con el suelo lleno de palos) de nuevo otra parada.
Séptima estación.
Ahora avituallamiento. ¡Esto es un auténtico viacrucis! ¡Cada estación lleva su penitencia! Y no es un kitkat. No. Es toda una tesis doctoral sobre cómo pelar un plátano en idénticas láminas de piel, para que asome determinada cantidad del fruto comestible susceptible de ser mordido en livianas tarascadas que se mezclan en el interior de la boca hasta conseguir una pasta uniforme que se paladea con el fin de apreciar el nivel de su primera maduración en piña y posterior en cámara y previamente a la deglución definitiva. Luego, el agua... Y más fotos de grupo.
-¿Nos vamos o qué?
Continuamos el camino de la ribera del Huéznar, hasta llegar al puente de Castillejo, donde íbamos a realizar la subida más importante de la etapa: el camino viejo a Cazalla, unos 4 k. de los cuales el primer kilómetro y medio tiene una pronunciada pendiente. Pero antes... ¿Qué? ¿Lo imaginas?
Octava estación.
El guía nos aconsejó (sabias palabras) que suministráramos a nuestro organismo la porción adecuada de energía en forma de barrita nutritiva o gel vigorizante para afrontar con éxito la larga subida hasta el pueblo. Del mismo modo nos orientó sobre el próximo punto de reunión (pero eso será el tema de la siguiente estación). Tanto tiempo que algunos aprovechamos la parada para practicar un poco de beisbol serrano y golf montuno con palos de madera y pelotas de bellotas. Fuimos arrancando uno a uno, o dos a dos, en proporción inversa a las ganas que teníamos por estar ya arriba. Quien más quien menos conocía ya el regalito. Manolo y Fran se unieron pronto al endiablado ritmo de molinillo que llevaba uno de los amigos de Rafa. Pero tras superar el tramo de mayor pendiente, primero Manolo y luego Fran pagaron la osadía (o tomaron poco gel vigorizante). Lo cierto es que cedieron terreno. En cambio Juan dosificó mejor sus fuerzas y acabó mejor que empezó.
Novena estación.
A la entrada del pueblo se iban congregando las bicicletas, que llegaban individualmente o en grupo de no más de tres personas. Así hasta once. Faltaban Francis y Paco. Francis, que ni con la bici eléctrica superaba el susto que llevaba para no subir pulsaciones. Y Paco, que no se había enterado el jueves que a estas edades los esfuerzos no se recuperan con un solo día de por medio. Callejeo por las calles de Cazalla. Olor a potaje de pueblo. Y llegando junto a la iglesia... ¿Qué? ¿Lo adivinas? Pues sí. Me temo que así va a ser.
Décima estación.
Junto a la iglesia, nueva parada. Dice Fernando que algunos querrán tomar algo o beberse un refresco. Pero lo dice sin preguntar, como dándolo por hecho. Cascos fuera (palabras cruzadas), compras en el kiosquito (sopa de letras), compras en el bar (sudokus), fotos para arriba, fotos para abajo (crucigramas)... Todo un alarde de pasa-tiempos.
Fernando nos propone bajar a la Vía Verde tomando de vuelta el mismo camino que hemos subido o bien otro distinto por el que es necesario bajar unas laderas de piedra con la bici a cuestas. Creo que fue Paco el único que prefería esta segunda opción... ¡por lo de no ir todo el tiempo montado!
La bajada se hizo muy rápida. Parece mentira lo largo que es el trayecto para arriba y lo corto que es cuando se baja. ¡La teoría de la relatividad misma!
Abajo uno de los amigos de Rafa me preguntó si iba pinchado porque la rueda trasera le había hecho varios extraños. Verdaderamente había pinchado porque un poco más adelante comenzó la rueda a soltar líquido a presión hasta que volvió a taponar. A la entrada de Isla Margarita tuvo que parar definitivamente a arreglar el pinchazo. Es en estas ocasiones cuando se echa de menos que nos acompañara algún mecánico de bicis, que lo mismo te cambia una rueda a la velocidad que lo hacen en la fórmula uno, que te ajusta el freno, o la sincronización del desviador. Pero eso sería todo un lujo para este modesto grupo. Pasaban junto a nosotros los coches de equipo de la Vuelta Ciclista a Andalucía y no preguntaban ni si necesitábamos una cámara. ¡Es que el deporte de base está ninguneado en este país!
Vía Verde. Carril bici. Picando para arriba, suavemente, si tenía que picar, que me salieron hasta ronchas. A mitad del sendero, en uno de los cruces: reunión. Pero esta vez sin pausa, sin fotos. Algo es algo. Y más pique, pero del otro. Alguno agotando ya las escasas reservas.
A la entrada del poblado minero del Cerro del Hierro, otra congregación. Paco va al bar a comprar algo. Y cuando sale no hay nadie.
-Serán capullos! -(Eso me lo contó más tarde, porque, como he dicho, no estábamos ninguno. La verdad es que capullos no dijo, sino algo más payoyo).
Undécima estación.
En el mirador principal del Cerro del Hierro había que hacer más fotos para la posteridad. Aunque a estas alturas algunos preferían la posteridad a las fotos. Ya iban apareciendo los primeros "¿Queda mucho?" o "¿Cuántos kilómetros faltan hasta el coche?" Fernando, como buen anfitrión, quería mostrar la espectacularidad del escenario, metiendo al pelotón hasta las mismas entrañas de las minas. Los que las conocíamos, optamos por ver cómo los curiosos bajaban a la entrada de la gruta. Y sobre todo comprobar cómo se las apañaban para subir por una rampa de piedras sueltas. Francis lo consiguió, sin poner el pie en tierra, con gran habilidad, pero, eso sí, consumiendo una considerable cantidad de energía de la batería de la bici. Y los demás... fotos.
En lugar de tomar el camino habitual buscando el Cordel de Extremadura optamos por rodear el cerro por otro lado. Fuimos encontrando una cuesta tras otra, y otras más tras aquellas. Hasta que llegamos a un punto sin retorno donde establecimos la enésima reunión.
Duodécima estación.
Para hacer tiempo bajo hasta donde vienen los rezagados. Subiendo la penúltima cuesta hasta donde estaba el grupo, me pongo al lado de Fran. Comienzo a molinillear y él me sigue. Acelero y él hace lo mismo. Al final llega a la reunión y cuando se baja de la bici se tira al suelo con un punzante calambre junto a la rodilla. ¡Qué doló!
Tras varias subidas y bajadas más nos encontramos con un grupo de excursionistas que estaban más perdidos que nosotros. Pensábamos que ellos nos ayudarían pero al final tuvimos que orientarlos. Dimos unas cuantas vueltas y revueltas, hasta que encontramos el Cordel y nos situamos correctamente. Camino de subida hasta la EVA donde no sabía si darle charla a Paco o a Fran, ¡porque llevaban unas caritas! Poco antes de alcanzar la carretera Francis, con lo que le quedaba de batería, echó el gancho a Paco hasta auparlo al grupo. Y desde allí rapidísima bajada por asfalto hasta los coches.
Décimo tercera estación.
Llegada a los coches. Guardar las bicicletas. Cambiarse de ropa. Y a comer junto a la fuente de la Ermita de Ntra. Sra. del Robledo. Comida abundante, con especial mención a un enorme cartucho de chicharrones que traía Francis, unas empanadas de verduras de Juan, queso de no sé quién y un considerable tortillón de la familia Jiménez. Como invitadas esta vez no estaban las gallinas, pero sí una perrita de agua amarrada que no paraba de solicitarnos pitanza. Se hartó de pan, aunque también probó los chicharrones, tortilla, galletas, membrillo y yo qué sé cuántas viandas. Perra de agua. Junto a una fuente. Harta de pan. Pero sin agua. ¿Hay mayor suplicio? Cuando me di cuenta le llené un recipiente y bebió como posesa. Y luego, la una a seguir pidiendo más comida y los otros, más fotos de grupo.
Décimo cuarta estación.
Nos quedaba todavía el regreso. Dos horas de coche desde la ermita hasta Jerez. Un grupo paró en el camino a tomar algún café o refresco. Y otros del tirón para casa. O-ración (de chicharrones), despedida y cierre.
Ja ja ja.
ResponderEliminar... Décimo quinta estación: "Jesús, enséñame a mantener siempre la esperanza", aunque el GPS no funcione y los calambres me asalten.
Y Oración final: Haz, Virgen del Robledo, que me acompañe durante toda mi vida un agradecimiento inmenso a mi bicicleta.
Amén.