31 de marzo de 2020

FUTURO INCIERTO

Aquellos que tenemos el hábito de practicar alguna actividad física con regularidad, ya sea al aire libre o en espacios interiores, nos hemos visto obligados estos días a modificar nuestra rutina como consecuencia de la reclusión derivada de la crisis pandémica.
Pienso en todas aquellas personas que acuden periódicamente a un gimnasio, a la piscina, a clases de baile, a competiciones deportivas con sus correspondientes entrenamientos, etc. Me refiero también a quienes corren por la calle, a quien marcha por el monte, a quien pedalea por carreteras y caminos.  Tanto si la actividad se practica (se practicaba, mejor) en interior como en exterior estos días son diferentes, inusitados. Unos no dispondrán de las instalaciones, ni de los monitores ni de los materiales. Otros se han visto separados indefinidamente de sus compañeros de equipo, imprescindibles para poder desarrollar el deporte del que se trate. A muchos los han privado de poder recorrer sus necesarios espacios de actividad.
Por todo lo cual se interrumpe el ejercicio acostumbrado, esperando a mejor tiempo para retomar la afición como anteriormente y recurriendo a la realización de alguna actividad sustitutiva.
Muchos serán los que habrán pensado no permanecer ociosos, sino hacer algo, cada uno lo mejor que sepa, tenga oportunidad o quiera. Porque precisamente tiempo libre no será lo que falte. Practicar deportes de raqueta, o deportes de equipo (lanzar a canasta, chutar a portería, etc) ya sea en el salón, en la terraza o en el patio (en el mejor de los casos) va a resultar ciertamente complicado. Pero si para colmo la actividad habitual se practica en extensos espacios abiertos... simplemente imposible. En casa hay quien junto a la música o frente a la tele repasará la última sesión de aeróbic, o la coreografía de tal baile. Imagino que habrá quien, con una buena dosis de disciplina, se pondrá a realizar ejercicios de mantenimiento, estiramientos o series de flexiones. Algunos recurrirán a la bicicleta estática, la elíptica o al rodillo. Y habrá hasta quien se tome este tiempo como el reposo al que obliga cualquier lesión.
Hay quien piensa en no perder el punto de forma o en no coger peso. Habrá quien lo haga por necesidad, por salud, para dormir bien o para estar de mejor humor. Todo vale.
Pero ¿qué ocurrirá cuando se pueda volver a lo que era costumbre? ¿Será todo igual que antes?
Reflexionando sobre la actividad que practico pienso en las rutinas de uno cualquiera de esos día y empiezo a plantearme interrogantes.
¿Nos obligarán los primeros días, para poder salir, a llevar mascarilla? Una posibilidad sería usar la braga de cuello tapando la boca o incluso por encima de la mascarilla, si es que esta fuese preceptiva. Sea como fuere, la sensación de ahogo iba a ser grande, además de que el vaho producido empañaría a cada momento las gafas.
¿Será posible salir al campo o estaremos confinados en una primera fase dentro de la ciudad? El carril-bici iba a estar saturado en ambos sentidos acumulando kilómetros a base de dar vueltas por la localidad. Y en las pocas cuestas que hay en Jerez se van a hacer muchas amistades nuevas de tanto pasar una y otra vez por las mismas. Así la del Mopu o la de Espíritu Santo acabarían siendo marco apropiado para hacer series.
Al llegar al lugar de encuentro formamos una especie de corro, saludándonos unos a otros e incluso con el ritual del apretón de manos. De lo del apretón se puede prescindir. Es fácil. Pero, ¿cómo haremos el corro? ¿Guardando el metro de separación, por seguridad? A veces el corro es bastante numeroso y si hay que dejar ese espacio entre uno y otro, quizás tengamos que ir pensando en cambiar el lugar de encuentro para no cortar el paso a los viandantes.
Cuando vamos circulando por vías urbanas antes de salir al campo, ¿tendremos que marchar en fila india (bien pegados a la derecha, por supuesto)? Lo complicado de esto no son las intersecciones o las rotondas, puesto que ahí, una vez incorporado el primero, toda la fila, por larga que sea, se considera como un sólo y mismo vehículo. Lo malo es cuando un semáforo corta la fila por la mitad. Toca a los de delante esperar o continuar más despacio para que se puedan incorporar los que se quedaron en el semáforo.
Marchar por caminos y carriles no debe suponer mucho riesgo de contagio, porque esos lugares suelen estar poco o nada transitados. Son escasísimas las personas con las que nos cruzamos en nuestras travesías por el campo. Y si van en vehículos menor aún será el riesgo (de contagio, no de atropello).
Por el camino, ante cualquier avería que se produzca, cada uno arregla la suya. Acercarse para ayudar al compañero provocará una incertidumbre de contaminación razonable que sería conveniente evitar. Por lo que lo apropiado sería ir bien equipados de herramientas y repuestos. A partir de ahora es imprescindible llevar también en la bolsa un par de guantes de látex y gel hidroalcohólico de campaña.
Durante las paradas para comer algo resulta incuestionable decir que nadie compartirá nada: ni caramelos, ni dátiles ni media barrita energética. Absolutamente nada. Así que, para las rutas largas, alguno deberá salir mejor aprovisionado que hasta ahora lo ha hecho, porque las pájaras son monumentales.
Lo de parar a desayunar en algún bar o venta... lo pongo en duda (iba a decir en cuarentena, pero me he recatado por pudor). Si los grupos y concentraciones de personas estuviesen limitados, ¿qué pasaría con los bares? Un corro de doce o catorce personas, con una separación de un metro entre cada una, con varias mesas en el centro para desayunar, iba a parecer algo así como un convite. Si es que alcanzaran a llegar a la mesa. Entonces... ¿Una persona en cada mesa? ¿Y cada mesa separada metro y medio de otra? No me parece eso factible. ¿Solución? Salir ya desayunados (o merendados), que cada uno se lleve bocadillo y plátano en el bolsillo del maillot y dejar el mollete con jamón para mejor ocasión.
Los recorridos que se hagan exigirán autonomía de cada uno para pasar su bicicleta sobre cualquier imprevista alambrada, gavia o arroyo. Esto no supone ningún inconveniente que no sea ya habitual, excepto cuando el grupo lo integra alguna bicicleta eléctrica y para cruzar el obstáculo se requiere la necesaria ayuda de los demás. Por lo tanto convendría prevenir esas dificultades al establecer el recorrido.
Al finalizar es buena costumbre parar a tomar una cerveza o un café (según el momento) y departir sobre las incidencias de la ruta. Ocurre pues lo mismo que dije anteriormente para el desayuno. Por lo que también resultaría engorroso, sólo que cambiando el plato y el pan por la cerveza y las aceitunas.
¿Qué se puede hacer? En el campo, poco antes de regresar a la ciudad, parar y con lo que a cada uno le quede en el bidón echar un ratito de charla. Aunque me temo que sin la refrescante espumosa a pocos les quedarán ganas de tertulia.
Pero todo esto son conjeturas anticipadas sobre lo que no se sabe, unas tratadas con leve suspicacia, otras con imaginación, las más con una pizca de humor.
Será lo que tenga que ser. Y espero poder estar allí para verlo y contarlo. 

1 comentario:

  1. Tienes razón, Ángel: ¿quién sabe cómo será el mundo el día después?. Desde luego que no podemos saberlo, pero sí podemos conjeturar. Así que, como si del vamos a contar mentiras se tratara, acepto el reto.
    Imagino que, en primer lugar, habrá que poner unos ruedines en la bici, porque eso de que una vez aprendido a montar dura toda la vida es discutible si se tarda tanto en volver a pedalear. También, por supuesto, habrá que reponer líquido antipinchazos, cera en la cadena y aceitito en los cables. Además, sustituir las pastillas de freno, porque se habrán fosilizado. asimismo, nos tendremos que hacer de una bolsa que lleve un mini respirador portátil (para entonces los chinos ya lo habrán inventado y lo regalarán con cada caja de barritas energéticas). También habrá que ir provistos de cámaras de repuesto, porque según decía uno esta mañana “luego tendremos que pasar por los escombros que dejará esta guerra”. Joé!. Y por supuesto echar mano de los mejores GPS, porque los caminos habrán desaparecido bajo una vegetación que hará del campo una selva. Pero lo principal, creo, deberá ser sustituir el sillín ese tan plano como caro por uno más mullidito tipo cojín de sofá, porque el culo no tiene porqué pagar el pato y si es cierto que van a cambiar mucho las cosas, ¿quién nos dice que no tendremos que echar mano de vete tú a saber qué para ganarnos la vida o lo que quede de ella?.
    Por si acaso es cierto lo de "que Dios nos coja confesados", yo estoy haciendo un cuso intensivo on line para volver a aprender a rezar. Amén.

    ResponderEliminar