El cambio de planes para la ruta de hoy resultó muy acertado. En vista del calor que se presuponía que iba a hacer, dirigirse a la costa en lugar de al interior parecía una buena idea. Todo resultó mucho mejor de lo previsto.
Las previsiones meteorológicas afinan ya bastante. Entre el dicho y el hecho hay poco trecho. Por eso
estuvimos esperando la llegada del temido calor anunciado, pero no apareció. El aire del mar se encargaba de mantener una temperatura ideal por la banda litoral que recorrimos. Tanto fue así que comenzamos por senderos estrechos de arena y pinocha del Pinar del Hierro para entrar en calor porque a esas tempranas horas y bajo la sombra de los pinos el frescor de la mañana calaba dentro de los maillots.
estuvimos esperando la llegada del temido calor anunciado, pero no apareció. El aire del mar se encargaba de mantener una temperatura ideal por la banda litoral que recorrimos. Tanto fue así que comenzamos por senderos estrechos de arena y pinocha del Pinar del Hierro para entrar en calor porque a esas tempranas horas y bajo la sombra de los pinos el frescor de la mañana calaba dentro de los maillots.
Junto a la torre una amplia visión de la playa de la Loma del Puerco invitaba más al baño que al pedaleo. Pero íbamos a lo que íbamos.
Pronto alcanzamos Roche. Cruzamos toda la urbanización de lado a lado, primero por la avenida de España y luego por la de Europa, que como bien decía Fernando más parecía una torta de aceite que una calle asfaltada, por la cantidad de bultos que tiene. Luego, los acantilados. La facilidad y comodidad de estos caminos rojos, junto con el aire fresco y la visión del mar a un lado, siempre recompensan el esfuerzo empleado en trasladarse hasta allí. Sólo el cruce de alguna bicicleta o paseante de frente obligaban a mantener la atención y no abstraerse con el paisaje.
Desde Cabo Roche hasta la Fuente del Gallo otro precioso tramo de acantilados en el que descubrimos el derrumbe que ha pegado un enorme bocado al camino y que obliga a un rodeo para esquivarlo por el peligro que supondría circular al filo mismo del tajo.
De vez en cuando tocaba tramo divertido por algún sendero empinado, alguna trialerita, o el tacataca a causa del pavimentado de grandes losas de hormigón llegando a El Roqueo. Por La Fontanilla nos íbamos cruzando constantemente con los veraneantes que a esas horas comenzaban a acercarse a las playas, cargados con sombrillas, sillas y bolsos. Y así llegamos hasta el paseo marítimo y el puente sobre el Salado de Conil. En esta ocasión no íbamos a llegar hasta la torre de Castilnovo (y no sería por la falta de ganas de alguno. Si hay que ir, se va. Pero ir por ir...). En su lugar nos acercaríamos hasta el poblado de Sancti Petri a la vuelta.
El regreso lo hicimos prácticamente por el mismo sitio (excepto el tacataca de las losas de hormigón, afortunadamente) hasta Novo Sancti Petri y La Barrosa.
En el antiguo poblado marinero de Sancti Petri unas cervezas a la sombrita junto con la brisa del mar nos hacían remolonear, repasando los lugares recorridos y las próximas rutas. Tras un rapidísimo regreso por el carril bici, llegamos hasta los coches. Aquí, al pararnos y habernos separado de la costa, sí se notaba ya el calor. Pero ya mismo estábamos en casa.
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