26 de julio de 2017

GIBRALTAR EN BICI

Una original sugerencia nos planteaba la idea de subir al Peñón. Entre el abanico de rutas que habitualmente consideramos, nunca antes había tenido en cuenta esa posibilidad. Y ahora se presentaba la ocasión.
Fuimos cuatro los que no nos dejamos desanimar por la hora, la distancia ni las cuestas que había que superar. Y en un amanecer que se presagiaba cubierto en el Estrecho pusimos rumbo a Gibraltar. Estábamos advertidos de que no debíamos olvidar el D.N.I., un euro y los pilotos, porque tendríamos que atravesar un túnel.
Dejamos los coches en Puente Romano y decidimos desayunar en alguno de los bares que nos encontráramos al paso. Una vez superado el río Guadarranque nos adentramos en el polo químico de San Roque. Atravesamos amplias avenidas, dejando a un lado la planta solar fotovoltaica (la mayor del Campo de Gibraltar y una de las mayores de Andalucía), y el yacimiento arqueológico de Carteia al otro. Tras franquear el estrecho pasaje vallado de las refinerías cruzamos el puente semaforado (sobre el Arroyo de los Gallegos, o río Cachón) que da paso a la barriada de Puente Mayorga. Entre un laberinto de calles que conectaban directamente con la pedanía de Campamento alcanzamos el paseo marítimo de La Línea. Y desde allí cómodamente hasta la entrada de Gibraltar.
Carnet en mano preparado para mostrar en el control fronterizo. Nada de colas ni atascos. Pero a Fernando lo pararon. Algún inconveniente en su documento llamó la atención del policía que lo hizo detenerse. Una vez resuelta la incidencia pudimos continuar. Como si de la calle del infierno se tratase, de pronto nos vimos envueltos entre una multitud de coches, motos, autobuses, furgonetas, peatones, semáforos, rotondas, más semáforos, cruces, bifurcaciones, obras, otro autobús rojo pegado a mi rueda trasera y qué sé yo que más por todos lados. Joaquín, con la adrenalina por las nubes, más corría. Pero el autobús no se separaba de mi rueda. Y yo, temiendo que de un momento a otro me pegara una pitada. ¡Uf!
El primer desvío a la izquierda supuso menos tráfico. Eso era ya otra cosa. Pero claro, cualquier desvío a la izquierda en el Peñón significa cuesta arriba. Era el precio que había que pagar por circular con mayor tranquilidad. La cuesta continuaba y continuaba sin descanso, pero ya con muy poco tráfico. Más adelante la pendiente se pronunciaba de tal manera que era necesario usar los desarrollos más cómodos. Y despacito, porque el camino se avistaba largo.
Llegamos a la caseta de control de la reserva, en lo que se conoce como la Puerta de los Judíos (Jew's Gate), donde hay que abonar una tasa de acceso. Los empleados, de buen humor, nos desearon unas nice cuestas, advirtiéndonos que todavía quedaba alguna que otra bastante empinada. Desde ahí la pendiente suaviza bastante y aunque era cierto que quedaba alguna con bastante inclinación, se subían con más ritmo que las del principio. Eso sí: algunos nos tuvimos que quitar las gafas y otros hasta los cascos, porque los goterones de sudor no paraban de caer sobre el cuadro. La bruma y la humedad que envolvían la montaña contribuían aún más si cabe a que transpiráramos por cada uno de los poros.
Durante toda la subida, a cada tramo, veíamos unas enormes argollas clavadas en la roca, muy próximas al suelo.

Unas placas llamativas nos dieron la explicación de qué hacían allí.
("Hasta el siglo XX  compañías de fuertes artilleros arrastraron pesados cañones montaña arriba usando cuerdas que pasaban a través de anillos como el de abajo, que existían a lo largo de todos los caminos que conducían a la parte más alta de la Roca.")

Otras curiosas señales nos indicaban que debíamos circular despacio (¿más despacio de lo que ya íbamos?) por la presencia de aves (Gibraltar es un enclave privilegiado para observar el paso de aves por el Estrecho en determinadas fechas) y monos. Y efectivamente, a partir de allí comenzaban a aparecer los macacos.



Entretenidos por la presencia de los observadores y en ocasiones animados por los viandantes que subían a pie, casi sin darnos cuenta llegamos al mirador que se encuentra en la estación superior del teleférico. Satisfacción por haber completado una nueva subida, inédita para nosotros. Descanso merecido. Impresionantes panorámicas del Peñón, hacia uno y otro lados. Monos. Fotos y más fotos.




La bajada la realizamos por otro lado porque, como la carretera es estrecha, no permite el paso de dos vehículos de frente. Casi al final de la bajada nos asomamos a la entrada de los Túneles de la Segunda Guerra Mundial. Llegados a la calle principal giramos a la izquierda. Esta vez íbamos a rodear el Peñón por completo, pasando por Punta Europa (el punto más meridional de la colonia).


Más adelante, justo antes de atravesar el túnel, dejábamos a nuestra derecha, al pie de los acantilados, el complejo de cuevas Gorham, de enorme importancia arqueológica por sus numerosos restos neandertales. Fue necesario encender las luces aunque tuvimos la suerte de cruzar sin tráfico apenas. Recorrimos la larga carretera costera oriental, salpicada de hoteles y restaurantes, hasta alcanzar una especie de parque empresarial, antes de cruzar de nuevo la frontera. Tuvimos que esperar el aterrizaje de un avión para cruzar el aeropuerto. Pero sin mucha demora y con las bicis nos ahorramos la cola que ya se formaba para salir.
Como todavía teníamos tiempo disfrutamos del paseo marítimo del Mediterráneo, por La Atunara, hasta llegar a El Zabal. Teníamos dos opciones para regresar hasta los coches: dirigirnos hacia la autovía en una larga subida (unos cuatro kilómetros), para bajar luego con dirección a San Roque, o desandar lo andado (exceptuando la visita a Gibraltar), que era completamente llano y, sobre todo, con una temperatura mucho más agradable. La alternativa estaba clara. 
Poco antes de llegar a los coches Joaquín invitó a esa cerveza que sabe a gloria al final de cada ruta. En definitiva, una iniciativa original que tenemos que agradecerle a Pepe López y que promete convertirse en una de las clásicas habituales cada verano.




3 comentarios:

  1. Muchas y muy gratas la imágenes de la visita a Gibraltar (al cielo de Gibraltar), pero yo me quedo con la del mono echando una cabezadita al pie del prismático del mirador. Vamos, como si hubiera llegado allí pedaleando en las empinadas cuestas, o más bien como acechando al turista desprevenido de riñonera o mochila mal cerradas.
    La cerveza de fin de la ruta, exquisita, y no solo porque fuera invitada por Joaquín, sino porque, además, era el santo de éste.

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  2. Buenas, soy Iñaki un chico de San Sebastian que en verano le gusta viajar en bici y con alforjas. El año que viene me gustaria ir hasta Gibraltar y mi pregunta es....NECESITO PASAPORTE PARA ENTRAR. GRACIAS.

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  3. No, Iñaki. Sólo el D.N.I.
    Llévate 1€ para pagar el precio de la subida hasta los miradores de arriba.
    Saludos desde Jerez.

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