18 de marzo de 2012

LOS ACELERONES

En nuestro pelotón la marcha acostumbra a ser tranquila. Se puede comprobar mirando el cuentakilómetros al final de cada salida. La media suele estar alrededor de los 20 k/h. Teniendo en cuenta que la mayor parte del camino se hace por carriles, con pocas pausas, que marchamos en un grupo ciertamente numeroso, que paulatinamente vamos transformando la competitividad en camaradería y que la media de edad supera en mucho a la de velocidad, me parece bastante aceptable. Por otro lado y en función del perfil del recorrido esa velocidad me puede parecer hasta alta. ¡Ya quisiera obtener esa media en todas y cada una de las las rutas que hago! Además es preferible tomarse la bici (y la vida) como una maratón antes que como una contrarreloj. Pero hay días: días en los que toca trabajar (contra el viento o los desniveles) y otros que transcurren a ritmo de habanera, con una amena tertulia sobre ruedas; días en los que sudas como un condenado y días en los que no pruebas el agua.
No obstante de vez en cuando se desencadenan acelerones. La aceleración se produce por una tendencia natural a la competición. Todos sentimos en mayor o menor medida ese impulso que nos hace girar lo más rápidamente posible las bielas para llegar en cabeza, estableciendo así una valoración comparativa del nivel físico con uno mismo y con los demás. Están provocados por diversas circunstancias, y dependiendo de quién lo provoque se debe a una u otra causa. Así lo habitual es que cuando el grupo marcha más compacto y tranquilo basta con que aparezca un pequeño desnivel para que se produzca la aceleración. Y arriba, el ahogo pone de manifiesto que, en lugar de adaptar la velocidad al desnivel para continuar oxigenando igual, lo que hemos pretendido es mantener la velocidad, para no perder la estela de quien va delante o para que no nos cojan. Lo que acaba subiendo las pulsaciones y acelerando la respiración.
Cuando el acelerón lo da Lobato es para adelantar a Riki y vacilarle más tarde por el pasonazo que le dio. Las veces que ha ido a cola del pelotón o el camino que ha recortado no tienen mayor importancia, comparándolo con el momento de gloria que supuso adelantarlo en tal o cual sitio.
Si el que acelera es Riki será seguramente para devolverle la moneda a Lobato o a Paco y no darles motivo, porque después cualquiera aguanta la petera que cogen.
Rafael aprieta para buscar a su coequipier del LoLo, que siguió palante despacito cuando alguno pinchó. Así que, mejor que esperar y pegarse el pechugón con los uciprotour por delante, prefiere salirle al encuentro al capitán, con los otros por detrás.
Al final del Serrallo, justo antes de la bajada hacia el monasterio de la Cartuja, por la cuesta de los Frailes, hay un repechito que lleva el nombre de Paco Jiménez, porque ese sprint lo tiene ya en propiedad. Lástima que últimamente preferimos continuar de frente en la curva para bajar por el senderito hasta el canal, porque de este modo se queda con las ganas de disputar la meta volante que lleva su nombre.
Otro sprint bonificado en propiedad es la subida a Plateros por José Luis Díez, que pertenece a Andrés. Lo suyo es el pavés. Tan sólo sentir el adoquinado a su paso por la catedral le sube la adrenalina y va ganando posiciones para el arreón final junto a San Dionisio.
Si el acelerón lo da Angelmari, todos lo dejan que se vaya porque se imaginan que quiere sacar una foto y necesita su tiempo para preparar el teléfono. Al final pasa el grupo y todavía está liado con los botoncitos. To pa na. A guardar el móvil y otro acelerón para conectar con los demás.
En otras ocasiones el achuchón lo da Fernando. Antes era para seguir la rueda de una moto o de algún vehículo agrícola. Pero últimamente es por inercia. Va tensando el grupo (si es contra el viento, mejor). Al oir lo de "un puntito más" se lo toma al pie de la letra. Y cuando faltan cincuenta metros para el cruce arrea de lo lindo.
Plaka-Plaka hace los rápidos avances en ciudad normalmente. Justo antes de llegar a algún cruce se adelanta, se coloca en mitad de la vía y nos comunica si podemos pasar con seguridad o si conviene detenerse. Es lo que se denomina "deformación profesional".
Hay quien se adelanta rápidamente al pelotón, obtiene una ventaja considerable y para de repente. Cuando nos estamos preguntando qué mosca le habrá picado, vemos que tras frenar se aparta discretamente y realiza una apremiante necesidad fisiológica. Más grave es cuando se trata de aguas mayores. La urgencia e inmediatez de la deposición se ve favorecida por el hecho de que habitualmente se discurre por el campo, con amplios escenarios y poco público. Los inconvenientes por contra están en que en estos escenarios suele haber poca maleza y que precisamente ese día viaje con el grupo algún paparazzi, como le ocurrió a Pete.
Algunas tardes es Pepe el que nos adelanta con una velocidad inusitada, como alma que lleva el diablo. Tan desacostumbrados nos tiene a eso que rápidamente caemos en la cuenta de que por allí detrás debe venir persiguiéndonos algún cánido.
Curiosos son también los acelerones que se ven los sábados a mediodía llegando a Jerez. A esa hora el destino solía ser (a partir de ahora creo que va a cambiar) los 100 Montaditos. Y cuanto más cerca del lugar mayor velocidad: unos relamiéndose de tan sólo pensar en la cerveza y otros por ser los primeros para conseguir apoyar la bici en el único arbolito que por allí hay.

1 comentario:

  1. A mi ya no me dan miedo los perros, ahora me dan miedo las perras.

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