
El viento fortísimo: por Guadabajaque empujaba la bici lateralmente de forma peligrosa. En la cañada del Carrillo que tiene orientación este-oeste casi no avanzaba. Pero en la cuesta no sólo no molestaba sino que icluso ayudaba algo. Y empecé la rutina. Para arriba despacito y para abajo rápido. En la primera bajada me detuve algunas veces a limpiar el trazado de cascotes y ramajos. Al llegar abajo veo tres ciclistas dispuestos a subir, los tres con bicis de 29. Uno de ellos era Rogelio. La segunda subida la hicimos juntos los cuatro. Arriba charlamos un poco sobre las bicis y cada uno a lo suyo: ellos a las trialeras y yo a mis series. En la cuarta subida me crucé con dos chavales que bajaban. En la penúltima otros dos también para abajo, y por el repetidor más ciclistas con dirección a las ruinas. En la última bajada iban subiendo dos (el primero, con muchas ganas). Me eché a un lado para dejarles paso y continué el descenso, que iba a ser el último. De vuelta llevaba el viento a favor, pero sólo hasta la altura de la autopista. Me crucé con más ciclistas que marchaban igual que yo en solitario. Cuatrocaminos, Alcubilla y para casa.
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