Hoy he tenido la sensación de que formaba parte de la cadena trófica ciclista.
A las 8,30 una nutrida representación de amigos del pedal se congregaba en la calle Cádiz para lo habitual. O sea, cada uno para una cosa: unos para hacer algo de ejercicio; otros para desayunar fuera; también para hablar de economía; hay a quien le sirve para retarse y medirse; alguno para echar un rato con los amigos; los más buscando ansiosamente la dosis de veneno semanal que supone practicar BTT en grupo y que no es otra cosa que un compendio de todo lo anterior. Se habla de realizar el recorrido de la maratón o de tirar para La Barca, y en esto último se queda.
Como no podía ser de otro modo, lo prometido es deuda, y allí hizo acto de presencia Juanma C. con su segunda equipación (la primera es la de maillot y casco arcoiris, por supuesto) para poner una denuncia a Andrés por exceso de decibelios a horas intempestivas en la vía pública. O sea, por hablar fuerte. A Andrés... ¡Vaya tela! No. Lo cierto es que venía con el mono (o con el uniforme. No lo recuerdo bien) buscando su dulce ración de veneno que le permitiera soportar todo un largo fin de semana de sequía sin montar. Para cuando nos despedimos de él, Lobato, Rafa L., Andrés y Viloita habían desaparecido ("Voy palante despacito"). Los demás (ocho) cruzamos Jerez juntos. Pero cuando entramos en el carril de La Teja se me unió Edmundo y nos pusimos los dos a ritmo de persecución para enganchar con los de delante. Fuimos adelantando ciclistas y cruzándonos con otros, pero ninguno era nuestro objetivo. Más tarde empecé a sospechar que el grupo que iba por delante, en lugar de seguir por carriles hasta Estella, habría cogido por el cementerio, y con los diez o quince minutos que nos podrían llevar, nos los alcanzaríamos ya hasta La Barca. Bueno. Era igual. A intentarlo. Fue cuando me sentí un eslabón más de la cadena trófica: por delante las presas, a quienes yo perseguía, y por detrás los predadores, que me perseguían a mí. Espoleados por capturar a los de delante antes de que nos alcanzaran los que seguro venían acosándonos, continuábamos apretando por las viñas de Cuartillo y la cuesta de las Aguas. Otra duda: al llegar a la Guareña ¿cogerían por Magallanes y el canal hasta Garrapilo, o por el Encinar? Calculando que junto al canal podría haber barro de los riegos, me decido por el Encinar. Ni rastro de los de delante. Llegamos a La Barca y fuimos asomándonos a todos los bares donde habitualmente hacemos parada. Nada. Nos fuimos a la puerta de la iglesia porque seguro que por allí tendrían que pasar. Y llamo a Lobato.
-Oye, ¿dónde estais?
-Desayunando.
-¿En qué bar?
-En Jédula. Como vimos que no veníais pensamos tirar para acá.
Al carajo la cadena trófica ni sus mulas. ¡Con la pechá de correr...! ¡To pa na! Bueno, me consuelo pensando que en realidad la motivación no estaba en la captura, sino en la propia persecución, aunque fuera imaginaria. ("Me viene, hay días, una gana ubérrima..." -decía el poeta). Esperamos a los de atrás, que llegaron al rato (habían cogido, estos sí, por el canal) y nos fuimos a desayunar.
Luego Diego insinúa dirigirnos hacia Torrecera. Sopesamos las alternativas y posibles vías y cogemos por las Mesas del Corral y el canal de la Suara con dirección al cortijo de Las Cabezas, en las afueras de Torrecera. Fue sin duda el tramo más bonito de toda la jornada. A la abundante vegetación se unía la compañía permanente del agua del canal que iba hasta arriba. Y limpia. Como para darse un remojón. Cuando el barro nos impidió continuar nos bajamos a la carretera, justo al lado del pueblo. Fernando R. propone subir a la torre y como la entrada está abierta no lo dudamos. Son dos rampones, uno primero asfaltado que luego suaviza y llega hasta la altura de la nueva viña, y otro de grava que llega al pie mismo de la torre. Foto y para abajo. Pasamos la cuesta del infierno y frente a la fábrica de yeso de Espínola nos matemos en el carril que discurre junto al canal hasta llegar a Rajamancera. Continuamos un tramo por la cañada del León hasta enlazar con la otra parte del carril de los canales de La Ina. Los terrones están muy triturados y el camino resulta más practicable de lo habitual, por lo que nos permitía circular a una velocidad de 28-29 k/h. Lo curioso era que por aquí el canal iba vacío. Llego al final del carril, junto a la tonelería, y espero porque por detrás no vienen. Cuando aparecen me comentan que, a la velocidad que marchábamos, Tomás pilló una surco, se le fue la bici y terminó rodando hacia el canal. ¡Quién lo creería! Hace dos días precisamente estábamos comentando él y yo los percances de los que habíamos sido testigos y que terminaban irremediablemente en el canal. Luego finalizamos por la Teja en la rotonda 5, trilareritas hasta El Pimiento y cervezón para las bocas sedientas.
ESA TORRE ES UNA PASADA,los días claros pueden observarse las torres de alrededor, que servían de vías de comunicación a los árabes por medio de espejos y antorchas. También se observa la Costa Gaditana, he subido en coche pero nunca en bici, habrá que probar.
ResponderEliminarLos espejos cuando lo utilizaban , de día o de noche?
Eliminaranda pepito calla y sigue durmiendo jajajajajja
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