Hoy el destino era Gibalbín. Encontrar unos baños de aguas sulfurosas suponía un aliciente suficientemente atractivo para alargar un poco la ruta. Además no habría que subir cuestas.
El carril de entrada a los baños estaba vallado. Una alta cancela y la cuesta que se mostraba al otro lado echaban para atrás a más de uno. Pero descubrir un estrecho paso entre zarzas (para las personas, no para las bicicletas) y el encontrarnos tan próximos a la fuente nos animó finalmente a pasar. Ya por allí empezaron los primeros comentarios irónicos ("¡No había cuestas...! Je, je").
El lugar estaba escondido. Un muro bastante deteriorado rodeaba casi por completo lo que fue el balneario: un
manantial de aguas sulfurosas... un recinto amurallado con
piscina y cabinas de baño todo ello en ruinas en la actualidad. Estaba
en uso a principios de siglo y era utilizado por vecinos de Las Cabezas
para veranear y tomar los baños. Para los visitantes se creaba un
poblado de chozas dónde se hospedaban durante la temporada de baños.
Otras personas accedían al manantial en burros y otras caballerias,
medios de transporte de la época, para provisionarse del agua sulfurosa
que se utilizaba para enfermedades de la piel y otras. (Más información). A pesar de encontrarnos junto a una fuente empezaba ya a faltar agua y aunque las ranas no eran fosforescentes, ninguno se atrevió a llenar el bidón allí (sobre todo por el olor y los posteriores eructos hediondos, pensando en el grupo).
Después de un breve descanso y las correspondientes fotos, regreso por el mismo sitio hasta la cancela. Para dirigirnos a la Fuente de la Higuera cruzamos las viñas de Sanluqueña de Viñedos.
Aunque el camino está mejor que en ocasiones pasadas (que recuerde Antonio L. el memorable Paso di (la) Gavia), hay que ir abriendo y cerrando varias cancelitas y saltar una última un tanto comprometida (testicularmente hablando). Luego, dudas sobre qué bifurcación había que tomar para llegar a la fuente. No acertamos y llegamos de nuevo al camino de la Alhaja. Entre esperar a llegar a El Cuervo o subir a la fuente para reponer agua, opto por la cuesta. Tras unos minutos de subida llegamos.
Pero la fuente no tiene chorrito y el bidón hay que llenarlo por inmersión. Nadie se fía de futuros procesos gastroenteríticos, por lo que prefieren aguantar con sed hasta El Cuervo. Al cruzar el puente sobre la autopista propongo tomar una variante hacia el pueblo. Ante esto algunos se despiden para regresar directamente de vuelta. Más dudas. Y ante las dudas es mejor abreviar. Buscaremos agua en alguna de las parcelas que hay junto a la ermita. ¡Y dónde fuimos a preguntar...! A la caseta de unos amigachos preparando el rancho que, además de ofrecernos la poca agua que tenían fresca (gratis), también nos ofrecieron los favores sexuales de un repertorio de señoritas exprés (esto de pago). ¡Y nuestra señora del Rosario allí junto santiguándose! Entre guasas y sornas nos despedimos agradeciéndoles la hidratación y calculando el tiempo que nos quedaba hasta poder saborear un enorme vaso de cerveza fría. Esperando a la sombra vemos llegar por detrás a los dos que se habían vuelto hacía un rato. Se habían dedicado a indagar cuál de los grifos del parque de la ermita tenía agua. Finalmente lo encontraron. Y casi se ducharon.
Ya no quedaba más que polvo, calor y algún salpicón de barro hasta Jerez, adonde llegué más seco que la mojama.
P.D.: En el bar nos enteramos que uno había enviado un mensaje a las 7,57 a.m. diciendo que estaba en Albariza y preguntando que si hoy no se salía. Y, evidentemente, no salió. País.
P.D.: En el bar nos enteramos que uno había enviado un mensaje a las 7,57 a.m. diciendo que estaba en Albariza y preguntando que si hoy no se salía. Y, evidentemente, no salió. País.
No se puede describir con mayor precisión y exactitud la ruta de Los Baños de Gibalbín. Además, con tan refrescante tono humorístico, mejor aún.
ResponderEliminarDudo de que el hedor que de ellos se desprendía pudiera acarrear propiedad curativa alguna, aunque he de reconocer que las ranas que allí vimos tenían buen aspecto. No obstante, ninguna tenía pelo (...). Por mi humilde parte solo añadir que bien podría llamársele "Las Charcas de la peste", porque, ¡vaya tela! el olor nausebundo que desprendían.
Mención especial merece el "salto de la reja" de Francis. Toda una demostración de impericia, que le casi le cuesta un "guindo". Alguno apostilló: si saltara como charla... Y otro: desde luego como almonteño no tendría futuro.
Un buen día que no mereció ser rematado con el atraco cervecero que padecimos en el bar en el habitualmente (hasta hoy) solíamos concluir las rutas en bici. Y es que hay dueños de bares que debieron haberse creído ese cuento chino del que lleva tiempo diciendo que ya salimos de la crisis. ¡Tequieillá!.
Pues ese uno era yo, y la verdad me hubiese gustado ir a esa ruta, pero bueno, salir si sali, pero sin vosotros. PAIS¡¡
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