16 de octubre de 2011

LA MENTE TAMBIÉN PEDALEA

El otro día Paco me comentaba que, cerca del final de la recta interminable, estaba loco por que alguien aflojara y aflojar él también. Le contesté que exactamente lo mismo se me había pasado a mí por la cabeza. Y eso me dio que pensar.
Por las marismas de Bolaños, con dirección a las salinas, a Fernando le gusta asumir la responsabilidad, ponerse delante y comenzar a marcar un ritmo machacón. Se concentra en su respiración, en la cadencia de pedaleo y no habla. Se pone siempre en el lado idóneo para que los demás puedan ir colocándose a rueda unos de otros, en abanico. Pone una marcheta que va obligando al resto a buscar una rueda más o menos cómoda, primero, un trazado lo más liso posible, luego, y a dejar de hablar, finalmente. No pide relevo, ni tan siquiera lo ofrece. Se limita a mantener el ritmo, sabiendo que los que vamos detrás pedaleamos con un poco menos de esfuerzo, mientras que a él, por ir en la punta, le cuesta un poco más. Si alguno se pone al lado o incluso lo adelanta, no se acomoda a esa rueda, sino que continúa su trazado, aumenta un poco más la velocidad y vuelve a colocarse delante. En alguna ocasión (como también ocurrió el otro día) alguien le pide que baje el ritmo ("¡Un puntito menos!", "¡Afloja, que se queda tal o cual!", "¡Dadle charla a ese muchacho!"), a lo que responde con una imperceptible aceleración, que sube en medio k/h el constante ritmo que ya traía. Y así continúa hasta llegar al puente de las salinas, donde, si ninguno le ha exigido más de lo que ya ha gastado generosamente y si le queda un gramo de energía en la reserva, vuelve a acelerar para adelantarse al grupo, que llega al límite y deseando hacer una parada.
Evidentemente todos no tenemos la misma condición física. Imaginemos que nos asignaran a cada uno de los componentes del grupo un color distinto para elaborar una gráfica. Los niveles de partida son muy distintos: estatura, peso, nivel de grasa corporal, alimentación, descanso, etc. Los antecedentes resultarían muy significativos: actividad física realizada de joven, enfermedades padecidas y/o lesiones sufridas, tiempo que se lleva practicando ciclismo, etc. Las propias capacidades físicas varían sustancialmente en cada persona según la época del año y del tiempo que dedique a entrenar: capacidad pulmonar, frecuencia cardiaca máxima, resistencia (aeróbica y anaeróbica), fuerza de piernas, fuerza-resistencia, capacidad de recuperación, etc. Con todas esas variables de cada uno, se generaría un laberinto de líneas de colores más parecido a un arcoiris abstracto que a ningún gráfico. Y a pesar de todo es un grupo que se ha ido configurando con un nivel general bastante parejo. Hay quien destaca por arriba o por abajo de la media, pero muy próximos a ella. En general ninguno está "que se sale", ni tampoco deja de salir porque le resulte imposible mantener el ritmo del grupo. Y ese nivel global del grupo lo calificaría como medio-alto, tomando como referencia los kilómetros totales realizados al cabo del año, el kilometraje y la velocidad media de cada salida, el estado físico que muetran compañeros de otros grupos con los que salimos en ocasiones, la habilidad y capacidad técnica de muchos componentes del grupo, o los resultados conseguidos en salidas colectivas, por ejemplo (y siempre entendido dentro de los parámetros de "grupo de amigos aficionados a este deporte").
Estamos habituados a oir hablar con frecuencia de las capacidades físicas, pero muy poco de la capacidad mental o sicológica, y a pesar de ello evolucionan íntimamente vinculadas. En el ciclismo resulta imprescindible la capacidad de resistencia a la fatiga, tanto física como mentalmente. Cuando a las piernas le hemos exprimido ya hasta la última gota de energía y la capacidad cardiopulmonar la tenemos al límite, todavía nos queda un extra que está escondido en nuestra cabeza y que deberíamos saber aprovechar. En eso juega un papel importante la motivación. Cada uno tiene la suya, que le lleva a exigirse al límite en determinadas situaciones o a abandonar a la mínima dificultad, con una amplia gama de posibilidades intermedias. Cuanto mayor es la competitividad, mayor suele ser también la motivación, siempre entendida en los parámetros que nos movemos, muy alejados de la competición pura, para la que ya se nos ha pasado la vez. Resulta fundamental en este sentido establecerse unos patrones de exigencia que son los que nos ayudarán a superar los límites y que utilizaremos como indicadores del "entrenamiento mental", con su consiguiente repercusión en el resultado físico. Así, en la recta interminable, había quien se limitaba a ir a rueda del primero y su única motivación era la de no despegarse de la rueda de Fernando hasta terminar dicho tramo. Con eso vería cumplido su objetivo. Otros mantienen el ritmo que impone la cabeza mientras que pueden soportarlo y algo más, pero cuando comprueban en el pulsómetro que la frecuencia está superando ya los límites razonables, comienzan a pedir tregua y, en función de si hay respuesta del grupo y/o de su propia motivación, optan por aflojar o continuar aunque "revienten". Creo que era el caso de Paco o el mío mismo. Algunos iban haciendo la goma, deseando que el ritmo fuese más cómodo, pero dispuestos a no quedarse atrás. Quizás la motivación de alguno de éstos sea la de, al menos, no ser el último. La motivación de otros era la de aguantar el ritmo el mayor tiempo posible, porque eso les serviría para ir mejor en la próxima salida y ser capaces de soportar durante más tiempo ese mismo esfuerzo. Este sería el caso de Pepe y de Javier, supongo.
Pero, ¿cuál sería la motivación de Fernando que le obligaba a realizar el mayor esfuerzo? Por un lado, el marchar en cabeza todo el tramo mientras que los demás seguíamos a rueda, hace que ese intervalo de entrenamiento suyo sea de mayor intensidad, con un consiguiente mayor consumo energético, pero también con mayor beneficio posterior: pensaría algo así como "todo lo que hoy me esfuerce, lo llevo de ventaja para el próximo día". Por otro, independientemente de su estado físico en ese momento, sentiría en sus piernas, pulmones y corazón que iban acercándose al límite, pero pensaría "Si yo voy machacándome, por detrás irán igual o peor", lo que le serviría como estímulo para continuar con la misma cadencia. Y el hecho de que alguno le pidiese que aflojara ("¡Fernando! ¡Un puntito más!"), le confirmaría lo anterior, con lo que obtiene un plus de motivación extra que le hace aumentar un poco la velocidad, aunque sea durante un solo minuto más. Pero claro: todo esto no dejan de ser suposiciones.
Una gran condición física unida a una alta motivación es lo ideal. Pero en el caso de que alguna de las dos tuviera que prevalecer por encima de la otra, ¿qué sería preferible? ¿Una excelente capacidad física, pero sin motivación para desarrollarla? ¿O un estado de forma normalito pero con una motivación por encima de lo habitual?

1 comentario:

  1. Sencillamente en el "término medio" esté la virtud.La que nos falta a la mayoría por no encontrarla o controlar nuestras ansias hasta puntos de aguante general.Yo me entiendo...y es que los hombres llevamos en nuestros genes entre otros,el de la competitividad hasta el paroxismo.Sin acritud ni señalaiento a nadie eh ?
    p.d. Muy buena reflexión
    Un saludo M.Barroso

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