El autorretrato del reconocido pintor Antón Ariza estampa hoy las paredes de nuestra galería. Este cuadro forma parte de los fondos del Museo de Bellas Artes de Sevilla y llega hasta nuestras salas gracias al acuerdo de préstamo con dicha entidad, dentro del programa de exposiciones itinerantes organizado anualmente.
Esta obra es considerada el culmen de toda la producción del artista, no habiendo conseguido ni con anterioridad ni posteriormente la perfección de la técnica lograda en este retrato. El magistral uso que hace de la luz destaca los centros de interés que pretende resaltar. La vista del espectador se dirige inevitablemente a la cara como foco de atención, pasando luego por la mano derecha que sujeta delicadamente el pincel, hasta llegar a la mano izquierda, que sostiene la paleta con las pinturas y el resto de pinceles, formando así un triángulo de interés que domina toda la escena sobre fondo oscuro. El tratamiento somero que aplica a ambas manos no hace sino destacar la importancia del rostro que se sitúa en el vértice superior del triángulo resultante. Los brillos azulados de las mangas de la camisa, así como alguna mezcla de pintura sobre la paleta y la cruz que lleva sobre el pecho son los únicos puntos de color que aparecen en el cuadro.
Esta obra es considerada el culmen de toda la producción del artista, no habiendo conseguido ni con anterioridad ni posteriormente la perfección de la técnica lograda en este retrato. El magistral uso que hace de la luz destaca los centros de interés que pretende resaltar. La vista del espectador se dirige inevitablemente a la cara como foco de atención, pasando luego por la mano derecha que sujeta delicadamente el pincel, hasta llegar a la mano izquierda, que sostiene la paleta con las pinturas y el resto de pinceles, formando así un triángulo de interés que domina toda la escena sobre fondo oscuro. El tratamiento somero que aplica a ambas manos no hace sino destacar la importancia del rostro que se sitúa en el vértice superior del triángulo resultante. Los brillos azulados de las mangas de la camisa, así como alguna mezcla de pintura sobre la paleta y la cruz que lleva sobre el pecho son los únicos puntos de color que aparecen en el cuadro.
La figura, de pie frente a un lienzo de gran tamaño, viste un elegante jubón de mangas abiertas sobre camisa de seda y cuello golilla. Sin embargo resulta sorprendente que use esas vestiduras de gala en lugar del guardapolvo o bata que sería lo habitual encontrándose en plena faena y rodeado de aceites y pinturas. Luce una larga melena abierta, atusado bigote con las puntas hacia arriba y cuidada perilla. Tanto la posición del cuerpo, algo inclinado hacia atrás, como la forzada postura de los brazos, el ropaje que viste y el acicalamiento facial reflejan a una persona orgullosa, presumida y descarada, capaz de hacer frente a quien osara retarle. La cruz que adorna su pecho revela la vinculación y pertenencia a alguna orden religiosa (lo que justificaría el empeño en que se le reconociera su limpieza de sangre como cris-Tino viejo, sin ascendencia alguna de judíos conversos ni musulmanes), caballeresca o a cualquier cofradía gremial.
La obra del pintor jerezano Antón Ariza, se desparrama por las paredes de innumerables casas y palacios de toda la región. De origen humilde, supo abrirse paso a lo largo de la primera mitad del siglo XVII en el complicado panorama artístico del momento. Su buen hacer y la enorme facilidad de persuasión con que contaba le sirvieron para abrirse hueco entre las clases más destacadas de la nobleza.
El desparpajo en el trazo y su gran habilidad en el manejo de pinceles finos y gruesos lo convirtieron en un reconocido maestro de la pintura, realizando innumerables obras, desde lienzos de pared para personalidades distinguidas hasta enormes frescos de considerables dimensiones que adornaban los techos y bóvedas de grandes palacios.
La apariencia de persona formal, seria y respetable la reservaba para las ceremonias de corte y cuando se veía obligado a atender los encargos de la nobleza. Luego por el contrario, en la intimidad del círculo de amistades, mostraba su faceta más disparatada, su habla más dicharachera y una singular capacidad para la porfía. Era más dado al estruendo y la gresca de tabernas y garitos (donde permanecía hasta altas horas de la madrugada) que al diálogo reposado y a la meditación serena. Pero, por larga que fuera la noche de bullicio, jamás había dejado de retomar puntualmente a la mañana siguiente sus compromisos. Eso sí, con cara trasnochada y aliento fermentado.
El tiempo que le dejaban sus quehaceres lo dedicaba a cultivar la devoción que sentía por la música, de cámara y cubierta, de compositores clásicos, a quienes adoraba hasta el punto de imitar su atuendo e indumentaria y acudir a cuantos conciertos se celebraran por todo el imperio.
Era habitual y frecuente verlo bajar a gran velocidad por la cuesta del Chaparro, conduciendo un pequeño carro donde portaba sus utensilios de pintura. No se acaban de poner de acuerdo los cronistas si esa costumbre se debió a la necesidad de salir de la población para pintar escenas campestres o simplemente por la afición que había tomado a lanzarse a tumba abierta montado sobre su carretilla.
Inmejorable retrato del retratador. Es de los personajes que no deja indiferente a nadie. Y sabe más que el Briján: lo mismo plancha un huevo que frie una camisa. Vamos, lo que se dice un parto bien aprovechado. Y lo que es más importante: todo lo encaja con sano espíritu deportivo. Además, fue el único que nos ha hecho ganar dinero con la lotería.
ResponderEliminarPor todo ello, le gritamos: Antón, capullo, queremos un muñeco tuyo!!!.